La primera vez que vi jugar a Paco Gento desde la grada del estadio Santiago Bernabéu fue en 1969 en un Real Madrid-Sabadell (5-1). Pasados casi 40 años, el periodista Miguel Ángel Aguilar, cuando lo invité a pronunciar una conferencia en Huelva organizada por el periódico ‘Odiel Información’, me regaló un libro que recopilaba las crónicas de fútbol escritas por el inolvidable Cuco Cerecedo. Y ahí estaba el brillantísimo artículo de aquel Madrid-Sabadell. Un niño generalmente es del equipo y de los jugadores de los que le habla su padre. Mi padre admiraba a Iríbar y a Gento. Los apreció, sobre todo, como a tantas cosas, cuando decaían, en el momento en el que ya sentían la herida del tiempo y empezaban a criticarlos la afición y los periodistas. Pero aquella remota tarde en el Bernabéu brillaba el sol y el balón con el que se jugó el partido era de color amarillo. Yo salí del campo eufórico, porque, entre otras cosas, había visto correr a Paco Gento por la banda izquierda con su velocidad de rayo, aunque ya principiaba a languidecer. Entonces mi padre me dijo: “Pero recuerda, nosotros somos del Real Jaén y del Atleti”. Y esos fueron siempre mis equipos, a los que con el tiempo sumé al Recreativo de Huelva, al viejo Recre.
Paco Gento, ya está dicho, tenía una velocidad de bala (cualidad que no se entrena sino que se nace con ella) y la capacidad de frenarse en seco a mitad de la carrera (con lo que el defensa rodaba por el suelo) y así daba desde la línea de fondo lo que los grandes cronistas de la época (Gerardo García, Jesús Fragoso del Toro, Manuel Sarmiento Birba, Rienzi, el ya citado Cuco Cerecedo) llamaban “el pase de la muerte”, que remataba Alfredo Di Stéfano, en los primeros tiempos, y Ramón Grosso, después. Gento fue también un lanzador implacable de penaltis: a cañón, rasos, junto al poste. Imparables.
Mi padre llegó a casa una tarde con autógrafos para mí firmados por Gento y por Amancio en una cuartilla Galgo de las que él llevaba en su cartera de trabajo. Los había encontrado tomando un café en un bar del Paseo de La Castellana (entonces Avenida del Generalísimo). Allí estaban los dos futbolistas, entre los parroquianos, una vez finalizado el entrenamiento a las órdenes de Miguel Muñoz. Otros tiempos del fútbol. Otros tiempos de la vida. La muerte de Paco Gento abre un vacío. Otro más. Era de esos futbolistas admirados por todas las aficiones. Yo siempre lo aprecié como si hubiera sido jugador del Atleti.