Recuerdo, como si fuera ayer, cuando el decano de mi Colegio de Abogados concluía el acto de colegiación del que fui parte, con lo que denominó el “Decálogo del Abogado”.
El mismo enumeraba una serie de actitudes y virtudes a desarrollar con el fin de alcanzar en lo posible la excelencia profesional.
El domingo, viviendo la gesta de Rafael Nadal en el Open de Australia, no hacía más que acordarme de que ese deportista ejemplar cumplía todos y cada uno de los mandatos que mi querido decano enumeraba aquel día. Mandatos que son extrapolables a todas las profesiones y personas.
Estudia, empezaba, a razón de la constante transformación del derecho, y es claro que el 21 veces campeón de Grands Slams bien se habrá esforzado en estudiar su juego, y el de los rivales.
Continuaba alentándonos a pensar, pues si el derecho se conoce estudiando, se ejerce pensando, y en las líneas trazadas por su zurda, hay algo más que técnica.
Huelga decir que el tercer mandamiento del esfuerzo, es sobrehumano, casi inconcebible en el despliegue del manacorí.
El cuarto hablaba de la necesidad de la lucha por el derecho y por la Justicia.Y con dolor propio, hemos admirado su litis en esos restos y carreras imposibles.
Con relación al quinto, la lealtad, nuestro tenista es su paradigma, y no sólo con sus rivales, sino con su disciplina, su responsabilidad y su país.
"Tolera la verdad ajena, en la misma medida en que quieres que sea tolerada la tuya", dice el sexto, y claro está que hemos visto al deportista caer haciendo de la derrota un solemne acto de dignidad, deportividad y reconocimiento al rival.
Igualmente es paciente, dando cumplimiento al séptimo de los postulados, de lo que da buena cuenta su gestión de lesiones, los larguísimos partidos en los que su aliado es su aguante, su lucha y su motivación.
La fe, el octavo, constituye sin duda otra bandera; en su tenis, en su legítima y honesta lucha y en su caballeroso comportamiento humano.
Rafa olvida las victorias de la misma manera que las derrotas para cumplir elnoveno mandato. No carga con la memoria de la prepotencia en la victoria, ni con las dudas que infiere la derrota.
Y ama apasionadamente su profesión, como nos reclama el último; la formación de los jóvenes en su academia, el apoyo a sus compañeros yel respeto a los interlocutores de cada torneo, dan buena cuenta.
Este decálogo, que con tanta grandeza adorna al que probablemente sea el mejor deportista español de todos los tiempos, se basa en atributos humanos como la prudencia, humildad, buena educación, respeto, esfuerzo y bondad.
Ojalá todos pudiéramos crecer en estos valores como lo hace el Sr. D. Rafael Nadal.