Nunca la niñez deja de ser ese reino inolvidable al que resulta tan grato volver. Y, más aún, cuando es la poesía quien vehicula su hechizo mediante un yo lírico que recrea y cobija aquellos territorios plenos de inocencia. En “Las infancias sonoras” (Rialp. Madrid, 2022), -premio Adonáis 2021-, Nuria Ortega Riba revela su afán por dar perennidad a un ayer que no se marchite, que perdure en la memoria y en el mañana como una común instantánea en forma de dicha: “Nosotros, los niños,/ en el quiosco compramos unas pipas./ Sonreímos. Sentados en el respaldo de los bancos/ nos preguntamos:/ ¿Seremos los mismos dentro de diez años?/ ¿Recordaremos todo esto?/ ¿Nos enamoraremos?”.
Es este el segundo libro de la autora almeriense (1996) y, en él, la perspectiva de un adiós que deja atrás un tiempo y unespacio imborrables se cristaliza mediante una palabra de clara expresividad. Con un lenguaje sabiamente articulado, de lúcida sencillez, se adivina la contemplación de escenarios evocadores, donde los versos fluyen como alegoría de lo vivido y se dejan llevar por una corriente límpida que los conduce sin remisión hasta la frontera de la nostalgia: “Y es tarea nuestra saber abrir los ojos y guiarnos bajo el agua/ La luz allí en el fondo tiene la consistencia de la bruma./ Es tarea nuestra tendernos las manos,/ encontrar las palabras exactas que decirnos,/ volver, bañándonos en ellas, al momento y al lugar/ que nos consuela./ Tallar una forma en un árbol, una huella en el armario,/ escribir un nombre en la cenefa./”.
Dividido en cuatro apartados, “He buscado la manera decir memoria en todos los idiomas”, “Besar la trampa”, “Humansnotallowed” y “Atrapar el mar”, el volumen va inventariando un mapa del alma desde donde aprehender laotredad de una conciencia renovada. “Todo es ceremonia en el jardín salvaje de la infancia”, dejó escrito Neruda. Pero tras ella, pervive, aún, un mundo donde el ser es materia y perspectiva, donde el espíritu ya no es tan sólo supervivencia, sino azar. Y al par de estas páginas, Nuria Ortega Riba va creciendo y creciéndose en un anhelo de vivacidad y vitalidad, en un deseo de alcanzar lo interior, la certidumbre de la luz más humana: “Hay fe, me digo. Hay fe./ Y no lo digo gritando con las manos alzadas/ como palmas/ sino hacia abajo y en voz baja, como se habla a los niños./ Hay fe./ Mientras la esperanza nos siga dejando un/ sendero de migas de pan”.
En su conjunto, estos poemas tienenuna palpable cosmovisión amatoria. Detrás de la tormenta, del dolor, del gozo, de la angustia, de lo futuro…, hay un ser que rescribe su espíritu, que reidentifica su verdad. Y que alimenta, a su vez, el fulgor del corazón a la hora de hallarsu camino, de modular sus actos. Y de saberse pleno, seguro frente a cualquier quimera, ajeno a cualquier miedo, porque “a donde van los niños que tuvieron una vez un sueño/ ahí quiero ir yo con las manos desnudas y sin nombre”: