Desde 2016, la editorial Iliada ha acogido en su colección Marejadas a más cien poetas latinoamericanos, españoles, así como traducciones al castellano de otras lenguas. Un cálido cobijo desde el que su responsable, Amir Valle (Guantánamo, 1967) ofrece de manera incesante su tesón y su amor por la palabra.
Este autor cubano, residente en Berlín, es también director de la Revista Hispanoamericana de Cultura “OtroLunes” y tiene en su haber una amplia y exitosa obra narrativa.
Entre las últimas novedades líricas de su citada colección, llegan a mis manos varios volúmenes de estéticas variadas y sugestivas: “Bosque de Tárnow”, de Miladis Hernández Acosta, “Bienvenidos a casa”, de Alain Martínez Ros, “Ciertos desórdenes en las ideas”, de Jorge L. Legrá. “Nadie sabe responder”, de Raúl Alonso y “En una calle sin mar”, de Lidia Señarís. Y, en estos dos últimos, me detengo.
Bonaerense del 63, Raúl Alonso es músico y cantante y suma con este su tercer poemario. En él, hay “un yo-hombre que nos invita a viajar con él, a revisar el mito de Odiseo, a poner en jaque las masculinidades…”, tal y como afirma en su prefacio Gerardo Rodríguez Salas.
En la unidad de su discurso, el poeta argentino destila una voz evocadora, que no disfraza la certidumbre, sino que la revisa y revisita de forma honesta y balsámica. Su verso alcanza a recordar las horas inmediatas del amor, los pliegues del desamparo, las estaciones que gimen en torno a su cotidianeidad, el destiempo de una otredad futura: “Te llevaré por los caminos/ que alguna vez recorrió Eneas/ pues ha caído mi ciudad/ que es mi vida./ Poco a poco el resplandor/ de ciertas estrellas buenas/ nos irá designando un paisaje/ que no tiene nombre aún”.
Consciente de que el ser humano es abundancia, mas también precariedad, el verbo que sostiene al sujeto poético se imanta y se aduerme en las esquinas de un alma frágil. Claro que, tras la luz de su propio espejo, se deja ganar por una realidad que es, a su vez, enigma y respuesta: “Me dejo vencer esta tarde/ te bautizo de tiempo/ me tiro en la tierra húmeda/ por mi sangre al fin fluye la historia”.
Nacida en 1966, Lidia Señarís alterna la escritura con sus tareas de periodista, editora y diseñadora gráfica. Ganadora, en 2002, del premio “Julio Tovar” por su cuaderno “Sin isla”, da ahora a la luz “En una calle sin mar”. Un volumen que es “la historia de un museo interior donde se atesoran porvenires que no llegaron, verdades que no eran, entregas inútiles”, en palabras de Manuel Vázquez Portal.
La escritora cubana nostalgia su tierra, su visión de una Habana que está en sus adentros, pero que no puede alcanzar con su mirada, ni con su tacto: “Mi calle es una nube/ de polvo en la memoria (…) Mi calle colorea el camaleón recuerdo”. Presente y pretérito, fundidos, al cabo, en una suerte de melodía amante donde resuenan las notas de una plegaria humilde, cómplice.
Al par de su cántico, Lidia Señarís también quisiera aprehender todo aquello que el tiempo ha ido desdibujando. Y para ello, su verso se convierte en asidero, en alivio, porque “es tiempo de aferrarte con diez dedos” a todo cuánto la vida ofrece. Y regala cada amanecer “pleno de geografía sin frontera”