Un grupo de discapacitados ha aprendido a bailar, no rumbitas para salir del paso, sino otros palos flamencos como sevillanas, colombianas, tanguillos y fandangos. Para que personas con necesidades especiales -con síndrome de Down o autismo- hagan esta actividad "solo hay que querer", es la flamencoterapia.
Me han enseñado a ver la vida de otra manera, que todo es mucho más fácil; me han enseñado que el baile hace mucho bien y que son más que cuatro pasos juntos; me han puesto mi vida patas arriba porque lo que piensas que puede ser un éxito o algo redondo cuando un grupo baila bien con ellos lo ves de
"Somos capaces de hacer eso y mucho más", es lo que respondía una usuaria del centro de la Asociación para la ayuda a personas con necesidades especiales ANNE Axarquía cuando le preguntaban si ella y sus compañeros estaban preparados para participar con una coreografía en un desfile de moda benéfico.
Y lo consiguieron, todo salió bien. Once años después no se le olvida aquella respuesta a quien los preparó para esa actividad, que les gustó tanto que quisieron seguir con la profe, la que hoy continúa siendo monitora de su taller de flamencoterapia, Cristina Gallardo. Desde entonces encajaron y no se han separado.
INCLUSIÓN CON NIÑOS AUTISTAS
Esta licenciada en Pedagogía, que baila desde los dos años, abrió a los 24 su propia academia de baile en Vélez-Málaga (Málaga), donde trabaja la inclusión con niños de seis años discapacitados -con autismo, trastornos por déficit de atención e hiperactividad o síndrome de Down- incorporados a los grupos ordinarios de su edad.
Imparte su taller a discapacitados de diverso grado y entre 20 y 50 años en dos centros de la comarca malagueña de la Axarquía, experiencia que es para Gallardo, según ha asegurado en una entrevista con EFE, "de las más bonitas" de su vida y que supone que ambos sitios figuren entre sus "lugares favoritos".
"Me han enseñado a ver la vida de otra manera, que todo es mucho más fácil; me han enseñado que el baile hace mucho bien y que son más que cuatro pasos juntos; me han puesto mi vida patas arriba porque lo que piensas que puede ser un éxito o algo redondo cuando un grupo baila bien con ellos lo ves de otra manera", señala.
Y explica que los ve día a día "crecer, avanzar, trabajar duro". Se explaya: "te piden repetirlo mil veces porque no se cansan, y otra y otra...; aceptan cualquier corrección. Les pongo retos, los achucho y me responden; y los monto en un escenario y veo ese resultado: la verdad es que todo cobra mucho sentido".
Lo hacen con músicos en directo y anualmente en un teatro.
Una de las alumnas veteranas es Beatriz, de 36 años, que baila con mucha pasión y energía y confiesa a EFE que le encantan las clases y está muy contenta, mientras que su madre, Carmen Felicitas Martínez, valora el trabajo de la profesora, su mérito y el trato de cariño hacia a su hija, cuya satisfacción la hace feliz a ella.
ACERCAR RITMOS Y COMPASES A TODOS
La monitora reflexiona sobre la inclusión: "si el baile se trata de ritmo, cada persona llevamos el nuestro; vamos a acercar los ritmos y compases a todo el mundo y que todo el mundo pueda bailar cualquier tipo de palo flamenco".
"No por tener alguna necesidad (especial) te voy a poner una rumbita, que es lo más...no fácil, lo que más tenemos trillado porque más suena en las fiestas y es lo más libre", destaca esta apasionada del baile -que quería ser docente y se veía de orientadora en un instituto de educación- al aludir al repertorio diverso que tocan los alumnos.
Se plantea avanzar y sueña con llevar a los discapacitados -sus "niños", como cariñosamente los llama aunque muchos sean adultos-, a los colegios con el flamenco, "algo nuestro", ya que cree que "no se debe perder la identidad, no hay que olvidar de dónde venimos y que es lo nuestro; conocer, respetar, querer".
PARA BAILAR SOLO HAY QUE QUERER
"Me gustaría llevar al colegio el hecho de que para bailar solo hay que querer; no hay que poder, hay que querer, y eso solo lo pueden trasmitir mis alumnos", así verbaliza su impulso interior.
Resalta entre sus vivencias cuando un cantaor alargó una frase de su cante y una de las alumnas de baile discapacitadas, que llevaba "clavado" el compás, "lo esperó", pese a que "eso no se enseña"; una "capacidad de saber esperar" que dejó a ella y a los músicos "alucinados. Madre mía, qué pasada".
Entre sus anécdotas, la de cuando los alumnos deciden bailar de espaldas al público o la del niño con síndrome de Down que lleva muchos años de alumno, que "es artista, disfruta, entra en la academia y dice 'ya soy feliz'" y al que del escenario "hay que echarlo casi a empujones".
"Terminan de bailar, sus compañeros saludan, él espera que todo el mundo salude y, cuando sus compañeros se van, él alza las manos y pide que le aplaudan, da un golpe y vuelve a saludar él solo porque necesita su protagonismo; la gente se lo come, más lo anima y él más se viene arriba", relata.
También pide no olvidar que cada persona necesita su tiempo, que no todos aprenden igual y que "la perfección no se consigue de la misma manera, ni la perfección es una".
Refiere otras experiencias de flamenco inclusivo que conoce, como el caso de una compañía con una mujer invidente o un espectáculo con la participación de una persona con Alzheimer en silla de ruedas. Solo hay que querer.