En su loable empeño y buen hacer editorial, la colección Torremozas recupera la voz de Pilar Romero Burgos(1940-2021). “Estancias prohibidas”, reúne un puñado de poemas de las ocho plaquettes publicadas en vida por la autora madrileña.
De familia republicana y militante del Partido Comunista, cursó estudios en la Escuela Oficial de Cinematografía, en donde participó como actriz en distintos cortos y un largometraje. Hasta el año 2000, su poesía se mantuvo inédita, pero durante su última década, sus publicaciones se multiplicaron.
El compromiso de Pilar Romero Burgos frente a los desfavorecidos y frente a la desigualdad quedan patentes al par de estas páginas. Su palabra firme, su rítmico son, su mensaje esenciado, laten con intensidad en la manera unánime y reivindicativa de concebir la lírica. Consciente del aroma de la represión y del sabor de la libertad, su verso se afana en alentar una memoria que ordene la historia propia y familiar. Y, así lo deja ver, al abrir los ojos de su acordanza en “Vicente (ebanista)”: “El día que mi abuelo,/ que iba matando el hambre/ (Madrid, postguerra/ dio sus botas a un pobre/ y regresó descalzo en pleno invierno/ a su casa-corrala/ mujer, suegro, cuñados/ y ocho hijos creciendo/ yo me sentí contenta/ y un poco menos pobre”.
Dividido en dos apartados, “Feroces” y “Mujer deshabitada”, el volumen converge en pos del origen, de lo hollado, de lo sentido, de todo aquello, en suma, que remita a una solidaria cadena existencial, a los enigmas cifrados de la ausencia, a cuanto el trasmundo copia en los cristales de su heterogénea finitud: “Reconoces jirones de tu piel y tu inocencia/ en la mujer que aguarda, silenciosa,/ para habitar en ti./ Silenciosa, negada, impone su presencia./ Desea alzar su voz, abandonar el sueño./ Quizás tenga la muerte entre las manos./ Quizá la vida incontenible”.
Al par de su decir, Pilar Romero Burgos fue desentrañandola férvida dicotomía que surge entre laconsciencia y el alma. Ambas, se aparecen en sus poemas como realidades visionarias de una intuición creada en los adentros de un yo que identifica su experiencia y se sabe partícipe de una latente ecuación amatoria. La poeta cristaliza en su verbo una visión detenida de cuanto fue instante vívido y desde su propio interiorismo recrea la síntesis absoluta del corazón: “En un lugar inocuo,/ equidistante,/ soy, sin extrañeza alguna/ espectadora ausente de mi sueño (…) Me contemplo a mí misma/ emprendiendo el camino nuevamente/ hasta enfrentarme al muro”.
En su epílogo, Fernando López Agudín señala que “existe en el tejido de cada uno de estos poemas un poderoso canto a la vida, una orgullosa afirmación de la condición humana”. Y, en verdad, desde ese vitalismo remozado y candente, surgen textos plenos de ira y de gozo, de fronteras y de horizontes, de orfandad y de lumbre. Y, de todos ellos, se desprende una fe existencial frente a la que orillar un tiempo y un espacio para la esperanza: “Mas ya la soledad no me estremece,/ sé que es sólo un espejo donde puedo mirarme/ subiendo a mi colina fieramente/ para gritarle al viento que soy libre”.