Un equipo internacional de científicos ha descubierto por qué fracasan determinados compuestos antitumorales que se habían concebido como muy prometedores y han abierto una vía para tratar de hacerlos más efectivos.
El estudio, cuyas conclusiones se publican en Science Advances, ha sido dirigido por Piero Crespo, jefe de grupo del Centro de Investigación Biomédica en Red del Cáncer (CIBERONC) en el Instituto de Biomedicina y Biotecnología de Cantabria (IBBTEC), y Berta Casar, del mismo equipo.
En el trabajo ha participado además el grupo Xosé Bustelo, jefe de grupo del CIBERONC en el Centro de Investigación del Cáncer (CIC-CSIC) de Salamanca, la Universidad de Edimburgo (Reino Unido) y los Institutos Nacionales de la Salud (NIH) de Estados Unidos.
Cerca del 30 por ciento de los tumores humanos portan mutaciones en algún componente de una ruta bioquímica que está constituida por cuatro proteínas (RAS, RAF, MEK y ERK), que se activan una a otra, secuencial y sucesivamente, acoplando una cadena de transmisión a través de la cual se ponen en funcionamiento los mecanismos necesarios para la proliferación celular, ha explicado el CSIC en una nota difundida hoy.
En las células tumorales, las mutaciones en alguna de estas proteínas provocan que dicha cadena de transmisión esté activada de forma aberrante, por lo que las células proliferan descontroladamente.
Esta ruta es tan importante que en los últimos 25 años las grandes compañías farmacéuticas han invertido miles de millones de dólares en diseñar compuestos mediante los cuales se pueda atajar la señalización descontrolada a través de la misma.
Y fruto de este esfuerzo, los componentes de esta ruta constituyen en la actualidad prometedoras dianas moleculares hacia las que se dirigen varios fármacos antitumorales, utilizados exitosamente en la clínica para el tratamiento de tumores como el cáncer de pulmón, el colorrectal y el melanoma.
Hace ya varias décadas se descubrió que ratones con deficiencias en una de estas proteínas (la denominada KSR) eran muy resistentes a desarrollar tumores, lo que planteaba la hipótesis de que inhibir la actividad de esa proteína podría suponer una estrategia válida como terapia antitumoral.
Y en 2015 apareció una molécula (APS 2-79) que bloqueaba la actividad de esa proteína, pero su efecto antitumoral resultó muy decepcionante, por lo que no se continuó con su desarrollo clínico, ha explicado el CSIC.
En el trabajo que se ha publicado ahora los investigadores han desvelado la razón de ese fracaso, y trabajan ya en la búsqueda de los inhibidores adecuados para conseguir que esos compuestos antitumorales sean eficaces.