De niño, cuando íbamos de viaje en el coche, mi familia solía oír canciones de la época y recuerdo muy bien una que me llamaba muchísimo la atención, y que jamás pensé que vería reflejada tantos años después.
Versionaba mi admirado Joan Manuel Serrat un precioso tango del artista y compositor argentino Enrique Santos Discépolo, llamado “Cambalache”.
Compuesto en 1934, en el contexto histórico previo y coetáneo a la denominada “década infame” argentina, y en un entorno de subdesarrollo moral y autoritarismo, el autor se escandalizaba entonces de la situación ética y nada ejemplarizante, a sus ojos, de la época que le tocaba vivir.
Escuchaba y medio entendía, que la canción venía a explicar cómo la sociedad venía a igualar a una persona profundamente formada con otra que no lo estuviera, o a una que fuera honesta con otra que no lo fuera; que los valores se estaban relativizando de tal modo que todo daba igual y que no existía derecho ni escalafón, ni orden, ni concierto.
Imaginaba una sociedad empobrecida, sin moral, un caos sinsentido; pero lo que nunca pensé, inocentemente, es que dicha descripción podría verla perfectamente encuadrada en la sociedad en la que viviría unos treinta años después de escucharla, y ni mucho menos, casi 90 años después de su composición.
Comenzaba: “Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé, en el quinientos seis y en el dos mil también; que siempre ha habido chorros, maquiavelos y estafáos, contentos y amargaos, valores y dublé. Pero que el siglo veinte es un despliegue de maldad insolente ya no hay quien lo niegue, vivimos revolcaos en un merengue y en un mismo lodo todos manoseaos. Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio, chorro, generoso, estafador. ¡Todo es igual, nada es mejor, lo mismo un burro que un gran profesor! No hay aplazaos ni escalafón, los inmorales nos han igualao... Si uno vive en la impostura y otro roba en su ambición, da lo mismo que si es cura, colchonero, rey de bastos, caradura o polizón.”…
Merece la pena escucharla en cualquiera de sus versiones, o sencillamente leerla.
Basta observar los periódicos hoy, para tristemente ver y comprobar que la inmoralidad se ha instaurado en nuestra sociedad, desde las más altas esferas, pasando por los integrantes de los partidos políticos y llegando hasta muchos sectores de la sociedad. La tenencia de valores consagrados resulta un pilar esencial para el avance social, democrático y humano. No asumamos la vulgaridad; que la guerra no nos sea indiferente; ni nos creamos necios por vivir sin tener precio. Salgamos de este cambalache moral.