Robert Louis Stevenson (1850-1899) publicó en principio por fascículos en un periódico ‘La isla del tesoro’, una apasionante novela de aventuras de ritmo frenético que ensalza valores como la amistad o la lealtad, en medio de desatadas ambiciones de oro y borracheras de ron. Queda muy lejano, escondido en un rincón de la memoria, el recuerdo de la lectura adolescente de ese libro, pero, desde el primer momento, el montaje de ‘La isla del tesoro’, estrenado en el Teatro San Pol de Madrid, transmite la sensación de que recrea fielmente la atmósfera de la trepidante novela de Stevenson. Porque la función es una atmósfera: de misterio, de aventuras, de lucha del bien contra el mal. “No me gusta esta travesía ni me gusta nada la tripulación”, afirma un personaje. Con razón: el barco va lleno de bribones.
Hay excelentes descripciones en el libro. Por ejemplo: “He aquí cómo era aquello: un manantial de agua clara surgía casi en la cima de un montículo, y, dejando dentro el manantial, habían levantado una sólida casa, hecha de troncos, capaz de albergar en un apuro a 40 hombres”. En la historia de Stevenson (libro de unas 400 páginas) ocurre tal cantidad de peripecias que resulta imposible recogerlas en una pieza teatral. Porque el teatro es síntesis. Por eso, Natalia Jara, que ha actualizado la puesta en escena que en su día realizó Ana María Boudeger, ha potenciado la música, las canciones, y ha limitado los diálogos, para sintetizar en menos de 90 minutos la ambiciosa y larga travesía a través de los mares piratas que realiza el, en principio, ingenuo joven Jim Hawkins, y su inquietante amigo el pirata Long John Silver. Porque la obra también subraya la creciente simpatía e influencia que ambos van ejerciendo entre sí.
Hay nueve actores en escena. La estética del montaje responde al realismo y respeto a la tradición, envuelto todo ello en una encantadora aroma de cuento, que caracteriza los estrenos del Sanpol, teatro que cumple 40 años dedicado al público familiar. Excelentes todos los intérpretes en el momento de actuar y de cantar. Pero durante la función volví a tener una sensación recurrente en los montajes de esta compañía estable: cuando el veterano actor Víctor Benedé toma las riendas de la acción, crece considerablemente el ritmo dramático o cómico de la obra (el que se requiera en cada momento). Víctor Benedé, sí, es un excelente actor. “Al jugar, el diablo siempre gana”, exclama alguien en la obra. Pero aquí no ocurre así. Ganan los buenos, naturalmente. Algo que no suele suceder en la vida real. Pero esto es teatro. Buen teatro.