Frase contundente. Corta, pero intensa. Una frase que encierra una verdad. Y para concretar algo que es verdadero no se requieren muchas palabras. Harina de otro costal es explicar el alcance de lo que se afirma. Quienes se sienten monárquicos tienen todo el derecho a expresarlo, a experimentarlo, a pensarlo. Nada se puede objetar a las personas que por su FE están convencidas de que la existencia de la monarquía es una de las bendiciones que goza la humanidad y que gracias a esa institución es posible la convivencia. Cree la persona monárquica que el Rey o la Reina (cuando asume la titularidad de la corona) representan la esencia del pueblo al que pertenece. Y esta creencia, como cualquier otra que no impida la existencia de sus contrarias o complementarias, es digna de respetarse. A partir de esta posición “ideológico-religiosa” tiene sentido la defensa de la existencia y perpetuación de la monarquía. Interesantes documentos circulan por internet al alcance de quienes deseen conocer los procesos por los que Religión y Monarquía se fueron retroalimentando para aplicar el poder al gobierno (manejo) de los pueblos. Dos referencias solamente: Serie de 6 conferencias sobre los Visigodos en España, especialmente la desarrollada por el profesor Santiago Castellanos, titulada “Auge y Caída”, en el que se presenta el maridaje entre Iglesia Católica y Realeza que protagonizará toda la historia de España a partir de ese III Concilio de Toledo. La otra referencia una conferencia del Catedrático de Historia, Alejandro Rodríguez de la Peña, titulada “Los reyes y gobernantes sabios de la antigüedad”, fruto de sus 30 años de investigación.
Si observamos la institución monárquica desde el ámbito de la historia es posible establecer varias conclusiones que desde la más sencilla racionalidad permitirá justificar que “No hay rey bueno”. La primera referencia es el origen de las casas reales, ya que la legitimidad de la herencia de las coronas reside en el origen legítimo o no de como se accedió a ella. Son la fuerza, la conquista, la violencia, con toda la secuela de muertes y destrucción, las que permiten a una primera persona a ser coronada en cualquier linaje. Luego ya se aplica el conocido mecanismo sucesorio que hace que las propiedades, títulos, honores, prebendas, atribuciones, poderes, pasen a la siguiente persona en la línea sucesoria. Si de verdad quienes juraron lealtad a la persona coronada cumplieran con su juramento, las sucesivas herencias pudieron ser pacíficas. No siempre esto ha sido así, mejor dicho, casi nunca lo ha sido. La historia de todas las monarquías que ha habido en el mundo es casi inabarcable. De hecho, los libros de historia que en las aulas se estudian, casi en su totalidad, vienen a reseñar sólo algunas cabezas coronadas que a criterio de las editoriales de turno les parecen adecuadas. En la historia de España cuando se estudia Roma, salen a relucir los emperadores o algún que otro general por aquello de las guerras (que en los libros parecen incruentas), más de uno llegó por la fuerza a la dignidad de Cesar. Después de Roma la “barbarie”, los Visigodos. Estos pueblos nórdicos mantuvieron durante un tiempo la elección en la “asamblea de notables, ¡vamos los que tenían poder!, del “primus interpares”. La persona a la que se le juraba lealtad y obediencia, en casos de guerra, aunque después costaba normalmente quitarles el mando. Pero estos “godos” acabaron por pelearse una y otra vez para ser coronados y hubo de todo, entre incluso padres e hijos. En plena gresca, un bando llama en su ayuda a los musulmanes que por esas fechas (711) habían llegado al estrecho de Gibraltar y cuando estos se dan cuenta de que pueden quedarse con toda España se quedan unos cuantos siglos. La Historia de las monarquías musulmanas y cristianas en toda la edad media es ilustrativa de como quien puede es quien se queda con la corona. Y llegados al renacimiento los manuales de historia nos hablan de casas reales y sus políticas matrimoniales con las otras monarquías tanto europeas, como españolas. Un ejemplo los Trastamara, en Castilla, política que siguieron los llamados Reyes Católicos. Que además siguieron con guerras, expulsiones de judíos, de musulmanes, traiciones a los pactos y acuerdos de paz…, continuando esta trayectoria con la llegada de la casa de Austria, a través del heredero Carlos I, (V de Alemania) que, le quitó la corona de Castilla a su propia Madre y compró la corona de emperador con los dineros castellanos. ¿Qué gracia les hizo a las ciudades castellanas que nada más llegar de Amberes, un chaval de 17 años, vaciara las arcas castellanas para llevarse la pasta a Alemania? La revuelta Comunera da fe del desencanto de tantas gentes castellanas. Rodaron cabezas y la sangre regó de nuevo los campos de España. La historia de los Austrias está llena de guerras, sangre, asesinatos, desastres, bancas rotas -a pesar de los inmensos caudales que llegaban desde las Américas. Algo de leyenda negra sin duda hay, pero el rio suena y mucho porque mucha agua lleva. No para las desventuras de esta España mangoneada por las monárquicas. La primera en la frente ya que hasta para pasar de los Austrias a los Borbones (actual casa real española) se precisó una guerra civil, llamada de “Sucesión”, en la que las potencias europeas, incluida Francia, casa matriz de la nueva dinastía, promovieron la ruina del pueblo, la sangría de la juventud del momento, y el robo en el tratado de Utrecht, por el que Francia, decide por España, la soberanía del peñón de Gibraltar o las Islas Baleares entre otros “regalos” a las potencias europeas. Ya que compradas aceptaron que en el trono de España se sentara un Borbón, nieto de Luis XIV de Francia (el rey sol). La historia que se cuenta en las aulas traslada el relato de que las cosas ocurren en tiempos de tal o cual rey, que “hizo construir” que dictó tal ley, etc… Y así ¿quien se entera de las barbaridades, de las atrocidades, de los genocidios, de los asesinatos, robos al pueblo cometidos por cada una de estas personas coronadas?
¿Cómo valorar siglos de “inviolabilidad” monárquica? En tiempos oscuros donde las gentes creían a ciegas que quien reinaba era por la Gracia de Dios, poco quedaba más que conformarse. Pero en una sociedad “democrática” que asume que todas las personas son iguales en su esencia, en derechos y libertades. ¿Cómo es posible justificar la institución monárquica? Concluyendo España no se merece una monarquía. En primer lugar, porque si todas las personas son iguales no puede haber ninguna por encima de la ley (la inviolabilidad es un insulto al pueblo). En segundo lugar, porque no se puede discriminar (ni positiva ni negativamente) a nadie por el origen o nacimiento. Eso de heredar la Jefatura del Estado, con sus sueldos, prebendas, ventajas, sin esfuerzo…, chirría enormemente con el principio democrático de elección por el pueblo. En tercer lugar, porque sólo un referéndum legitimaría esta fórmula monárquica, impuesta por el estado franquista mediante el llamado, por el régimen dictatorial, “La Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado (1947)”. Y en cuarto lugar, porque aún nadie ha podido demostrar que haya existido un solo rey bueno y si alguno pudo serlo por equivocación de los poderosos de turno duró menos que una pompa de jabón.
Fdo Rafael Fenoy Rico