Pero, sobre todo, agradeció la labor permanente, anónima, de tantos vecinos del mundo que no la conocían, pero que se manifestaron, protestaron y levantaron su voz contra la sinrazón de estas conductas terroristas que privan de la libertad a tantos inocentes. Ingrid reivindicó la fuerza de la palabra, capaz de “reclamar otras relaciones, otros compromisos, otras soluciones”. “Podemos aceptar”, dijo, “acuerdos comerciales menos buenos para nosotros, pero más justos. Podemos buscar mayores inversiones solidarias y menos rendimientos especulativos. Podemos ofrecer más diálogo y menos imposiciones por la fuerza. Sobretodo podemos no resignarnos”.
Ingrid pidió ayuda para acabar con los secuestros, contra el tráfico de la droga y el de armas, contra la corrupción, que hay que combatir desde la conciencia de cada hogar. “Para traficar drogas, armas y conciencias”, dijo Ingrid, “se necesita el silencio de los vecinos. Que cada uno de nosotros cruce la acera y se pare del lado de los que hacen la diferencia, de los que no aceptan los holocaustos... Cuando hablamos, cambiamos el mundo”. La voz de Ingrid Betancourt sonó como un reto y fijó un compromiso: el 28 de noviembre todos estamos convocados a marchar en todas las ciudades del mundo para luchar contra los que secuestran, matan, corrompen, practican la intolerancia , política o cultural, deciden arbitrariamente sobre nuestra vida y nuestra libertad. Como dijo Ingrid, para luchar contra el “círculo vicioso de la indiferencia, disponemos del arma más poderosa, la palabra”. “La palabra precede a la acción, prepara el camino, abre las puertas. Hoy debemos más que nunca usar la voz para romper las cadenas”. Todos somos vecinos, todos estamos implicados, todos formamos parte de la aldea global. Todos estamos llamados a no callar. Todos estamos obligados a no callar.