Cuando C y D, de 6 y 8 años, suben al coche, nos damos un beso mientras suena algo de Schuman o Brahms. En cuanto despegan los labios de mi mejilla, primero una, después la otra, protestan tiernamente porque suena, ooooooootra vez, música clásica y no música festivalera. Les respondo cada vez del mismo modo. Hay que escuchar de todo para tener referencias, apreciar la belleza en sus diferentes géneros musicales y artísticos y tal. Y les prometo, sin voluntad alguna de cumplir, que en el próximo trayecto eligen ellas. Antes de que se les pase el disgusto (que en realidad forma parte de esos teatrillos domésticos que nos divierten) y comiencen a relatar los pormenores de la cotidianeidad que me pierdo con desgraciada regularidad, replican que la música clásica es aburrida porque saben que, sobreactuando, pongo el grito en el cielo. “Os prohíbo que digáis eso”, exagero. Y añado solemne: “Lo aburrido suele ser lo más importante”.
C y D son hijas de su tiempo. En casa de su madre interpelan a un altavoz para conocer la edad de Aitana, si llueve mañana (porque si tienen previsto patinar, es una preocupación grande la meteorología) e incluso para practicar las tablas de multiplicar. En mi piso, se entretienen con la tableta, eligen y comentamos vídeos de Youtube, seleccionan temas bailables en Spotify (en Spotify, ellas llevan la batuta). Así que la tarea de que aprendan a valorar lo que no decide el algoritmo (que carece de alma y se mueve únicamente por un criterio economicista) es titánica.
Por el momento resisto e incluso he logrado avances. Aprecian algunos vinilos. Tienen entre sus pelis favoritas el Mago de Oz de finales de los años treinta (que no por ser viejuna es mejor, simplemente es mejor porque el guion y los números musicales son insuperables), hojean cómics y piden que les compre un libro cuando paseamos por el rastro.
Ha costado dios y ayuda, pero leen. Cuando comenzaron a descifrar las letras, también se quejaban de que era aburrido. Entonces, también les respondí que lo aburrido suele ser lo más importante. La lectura es básica para el desarrollo de la capacidad de abstracción, una herramienta básica para el aprendizaje y, por todo ello, de la capacidad de interpretación de la realidad.
Lo que pita ahora, sin embargo, es lo audiovisual. Instragram y TikTok. Corto. Impactante. Frívolo. Funciona, dicen los popes de esta nueva religión. Es el futuro, profetizan los que viven de vender robots de cocina. Claro. No hay que hacer esfuerzo. Ni tan siquiera hace falta eso que se llama contexto.
No quiero atormentarlas ahora. Pero tengo claro que les diré que desconfíen de todo eso, que lo consuman como chucherías. Que no se convierta en la base de su dieta informativa o intelectual (¡como sucede en una peligrosa mayoría de adultos¡). Todo eso está creado por empresas que no quieren ciudadanos, sino consumidores, e impulsado por las administraciones que quieren ciudadanos serviles, no que salgan en los papeles sus papeles.
Les diré que nunca, jamás, hallarán la libertad entre coreografías, reels presumiblemente informativos, memes y tontadas que no solo hacen usuarios por su cuenta y riesgo, sino que quieren (cosas de la rentabilidad) que hagamos hasta los que nos dedicamos a la comunicación. Ay. Los likes no cambiarán el mundo. El mundo lo cambian ciudadanos críticos con los poderes económicos y políticos.