El primer ministro neozelandés, John Key, calificó el accidente de “tragedia nacional” y anunció que una comisión investigará las causas.
“Perder a nuestros hermanos ha sido un golpe durísimo. Todos los neozelandeses nos solidarizamos con sus familias, somos una nación de luto”, declaró Key, quien mañana visitará la mina de Atarau en la Isla Sur.
El jefe del Ejecutivo de Wellington añadió que “después de tantos días de esperar y temer lo peor, hemos recibido la peor noticia posible. A todos los que echaréis de menos a un ser querido, Nueva Zelanda está con vosotros”.
Key compareció por televisión poco tras confirmarse que ninguno de los 29 atrapados pudo haber escapado al segundo estallido de gas metano.
“No hubo supervivientes”, anunció el responsable policial de los equipos de rescate, Gary Knowles, quien explicó que la “enorme” deflagración ocurrió a las 14.37 hora local (3.37 GMT) y se sintió en la superficie.
Las muertes fueron comunicadas durante una conferencia de prensa a la que habían asistido los familiares, algunos de los cuales reaccionaron marchándose llorando de la sala de prensa, tirándose al suelo y culpando a la Policía de la pérdida de sus seres queridos.
“Mucha gente por aquí me ha contado que había gente dispuesta a bajar a por ellos, ellos sí son valientes y no sus superiores”, se quejó Geoff Valli tras perder toda esperanza de volver a abrazar a su hermano Keith, de 62 años y quien estaba a punto de jubilarse
Desde el pasado viernes, a los equipos de rescate no se les ha permitido penetrar en la mina por temor a que ello produjera aún más muertos, y fracasó el intento de un robot enseñara el camino para los socorristas.
Ayer por la mañana se logró taladrar un pequeño túnel hasta la galería, pero en cuanto se analizó el aire, los expertos constataron una cantidad excesiva de monóxido de carbono y gas metano, así como insuficiente oxígeno.
Knowles y la empresa propietaria Pike River se defendieron de las acusaciones de negligencia alegando que la toxicidad del gas dentro de la galería hubiera puesto en peligro las vidas de todos, mineros y equipos de rescate.
El consejero delegado de Pike River, Whittall, aseguró que “se trataba de un riesgo demasiado grande”, y subrayó que la compañía no descansará hasta recuperar los cadáveres de sus empleados.
Uno de los robots articulados recuperó un casco con la luz todavía encendida, pero se cree que éste pertenecía a uno de los dos supervivientes, y otro llegó a una cámara respiratoria que estaba vacía.