Desde que entré en el carnaval, una de las premisas que marcaron el devenir de esta dilatada carrera carnavalera era que se entendía el humor como base fundamental de esta fiesta, algo con lo que no comulgué desde finales de aquellos años 80.
Yo siempre he entendido el carnaval desde otro prisma, y dicho humor, en todas sus infinidades de formas, solo era un canal para la expresión, donde la crítica, la disconformidad, la rebeldía y el descontento se encumbran independientes a través de ese paréntesis normativo, en una catarsis colectiva en la que lo reprimido se desata con furia y se suelta implacable, dentro de una libertad bien definida.
Para aquellos que seguíamos esta senda, era un tiempo en el que usurpar el trono, desgarrar el poder y gritar nuestra verdad, la de aquellos que la vivíamos, sentíamos y sufríamos. Estos autores y carnavaleros contestatarios asumíamos que el humor debería ser parte de este entramado literario bajo ese barniz de la algarabía y el desenfreno, como bien resaltó Paco Rosado, dado que el humor no tiene ni debe tener límites, pero sí aquellos autores que lo engendran.
Nuestra visión siempre fue crear debates, activar conciencias, potenciar la creatividad, fomentar la risa etc., pero sobre todo, dar otras visiones y alternativas a lo establecido y estructurado. En esta disyuntiva agónica ando siempre, observando cómo esos ideales se diluyen en ese humor complaciente y descafeinado y cómplice de la propia sumisión. Es curioso que aquellas cuartetas amenazantes a los mandatarios se tornan a menudo en un ritual de domesticación, de protesta tolerada y controlada que morirá al final de cada sesión: “Esto es solo carnaval”. Con ello, romper esa jerarquía, ese orden estructural y piramidal se pierde, y la esperanza de la subversión acaba entre risas y aplausos, desprovisto de esa esencia que abanderó los inicios de esta fiesta, ahora prostituida entre abrazos, apretones de manos y premios.
Pero no todo es fatalismo en este carnaval efímero de lo absurdo. Hay momentos donde un destello de lucidez deja tras de sí esa semilla de la duda, el eco de verdades excesivamente incómodas para ser olvidadas: “Yo soy la Moni de Huelva y no tienen vergüenza todos ustedes, politiquillos, que han presumido de mi amistad”. Y añado: Sacando rédito político con mi muerte. Curiosamente, no oí ninguna risa. Feliz carnaval a todos.