No desespere en aprender a vivir para los demás, aunque los medios de comunicación nos trasladen contiendas, historias de odios y venganzas, en lugar de historias de amistad y perdón. Seguimos respondiendo al mal con el mal, sembrando historias de crueldad que nos sobrecogen y nos impiden vivir para los demás. Quien vive para la humanidad es portador de luz, servidor de unos y otros, puesto que a todos sirve, como el mejor de sus amigos. El ejemplo, lo tenemos en Benedicto XVI, se pasea por el mundo para que sientan su afecto, es portador de la alegría, activista de encuentros y reencuentros, en los que la felicidad se percibe en todos a los que a él se acercan, hasta el punto de olvidarse de situaciones difíciles en las que pueda vivir una persona. El mundo para transformar sus estructuras sociales, precisa de personas con entusiasmo dispuestas a que sus actitudes sean más acordes con la dignidad del ser humano y de sus derechos fundamentales. Es admirable el empeño misionero de Benedicto XVI, dada su avanzada edad, pero cuando se vive, por y para los demás, no hay barreras que lo impidan. A esta tarea de humanización todos estamos llamados también, creyentes y no creyentes, pues los valores humanos pertenecen por igual a todos, y todos los hemos de salvaguardar.
Por tanto, a todos nos corresponde desenmascarar a los sembradores del mal y reeducar las conciencias hacia una vida más consciente y solidaria con el ser humano. Debemos activar lo que es una verdad de Perogrullo: el ciudadano necesita de otros ciudadanos para poder ser feliz. Si la persona no está con sus semejantes, se crea sus propios paraísos, una apariencia de sueños que suelen desvanecerse por la mentira. Quizás, motivados por esa ausencia de vivir para los demás, y por los demás, embobados por el poder para sí, se ha perdido la solidaridad como conciencia, tanto en el ética individual como en la ética colectiva o pública. Actualmente proliferan pistoleros de sangre fría, auténticos lobos solitarios, que matan a desconocidos en nombre de una delirante doctrina, visión del mundo o misión libertadora, a los que, a lo mejor, habría que acribillar menos y controlar más. Por lo pronto, deberíamos analizar y ver las múltiples causas que generan y alimentan este tipo de acciones criminales, en ocasiones la misma negligencia de la ciudadanía que, no pocas veces, podrían remediarlas.
Sin duda, debemos ejercitar mucho más el amor por los demás y mucho menos las armas hacia nuestros semejantes. La violencia está bañando de sangre el mundo y, lo peor de todo, es que la violencia llama violencia, provoca incertidumbre y división en la sociedad. Parece como si toda la humanidad se hubiese vuelto ciega y no entrara en razón. El buen juicio no necesita del crimen. Se nos otorgó una conciencia para poder discernir, reeducar y hacer justicia. No hemos nacido para cultivar la barbarie, sino para impedir la violencia. Por desgracia, el liderazgo del terror ahí está, despreciando la vida del ser humano, de todo ser humano. Por eso, contemplar liderazgos como el de Benedicto XVI, que van directos al corazón, abriéndonos los ojos a la luz, poniendo de moda vivir para los demás, es un camino que se agradece ante la inoperancia de tantos poderes que nos llevan a la desunión y a la cultura del miedo.
Las armas de todo tipo, incluidas las bacteriológicas, siguen siendo de fácil acceso y de creciente negocio. Este no es el camino de la felicidad, por mucha riqueza que acumulen los que las venden o por mucha alarma que siembren los que las usen. Lo sabemos, pero hacemos bien poco, o nada, por recapacitar y preguntarnos si esto es realmente lo que yo quiero, vivir sólo para mí; o sí, en cambio, no sería quizá más gratificante vivir para los demás, y así contribuir a la construcción de un mundo distinto al actual, donde el enemigo del hombre deje de ser el hombre mismo. Me viene a la memoria un desplegable, que en estos días luce por todas las comunidades católicas de Cuba, cuyo título no puede ser más sugestivo: "dale la mano a tu hermano". Benedicto XVI va a poder elogiarlo como guía para el bien del mundo. Nos consta que, en el corazón del papa, está una justa preocupación por la falta de caridad hacia los demás. El refrán de que si tienes mucho, da mucho; si tienes poco, da poco; pero da siempre, nos recuerda, que en un mundo de problemas comunes, ninguna nación puede subsistir por sí misma. De igual modo, nadie puede vivir feliz sino vive para los demás, arrimando el hombro hacia un mundo más seguro y libre de peligro.