Primer secretario general del PSOE en Galicia, ha sido diputado por La Coruña desde 1977 al 2000, alcalde de La Coruña desde 1983 a 2006 siempre ganando por mayoría absoluta y embajador ante la Santa Sede de 2006 a 2011.
— Testimonio de la fe en la vida pública.
— Es el título de la charla, más que conferencia, en la Asociación Católica de Propagandistas. Es un análisis desde la izquierda, por mi condición de socialista, de lo que representa la necesidad de que la actividad política, hoy tan cuestionada, esté presidida por un respeto a los principios y valores ideológicos pero también por el respeto a lo que son los principios de conciencia, las creencias personales de cada uno. Y para ello, después de hacer una serie de consideraciones generales, analizo el papel que ha tenido la Iglesia durante el periodo de la transición en nuestro país, analizo también lo que constituye la doctrina de la Iglesia desde el Concilio Vaticano con respecto a la participación de los católicos en la vida pública y termino haciendo referencia a un tema tan propio de estas cuestiones éticas, como es el caso de la postura de los políticos ante el aborto, que va a ser motivo y objeto de debate nuevamente en nuestro país.
— Usted siempre se ha pronunciado abiertamente y sin fisuras en contra del aborto.
— Incluso cuando yo era diputado no voté la Ley. Yo creo que no es una cuestión ni de izquierda ni de derechas, ni de progresistas ni de conservadores, sino una cuestión fundamentalmente ética. Es un compromiso con el derecho a la vida y es, sobre todo, una defensa del más débil que es, en este caso, el embrión. Pero, por encima de ello, es un compromiso con el propio concepto de la vida. Desde el momento de la concepción al momento final. El aborto, al igual que la eutanasia, son dos cuestiones que inciden, yo creo que de una manera muy grave, en la defensa de ese principio a la vida, que es una principio irrenunciable para cualquier persona, sea cual sea su consideración política o su militancia ideológica.
Francisco José Vázquez Vázquez (La Coruña, 9 de abril de 1946), es abogado e inspector de trabajo ya en proceso de jubilación. Ha sido alcalde de La Coruña, senador y presidente de la Federación Española de Municipios y Provincias (FEMP). De febrero de 2006 a abril de 2011 fue embajador de España ante la Santa Sede. Fue nombrado caballero de la Orden del Imperio Británico y el pasado miércoles abarrotó el salón de actos del Palacio de Villapanés en un acto organizado por el Centro de Jerez de la Asociación Católica de Propagandistas. El ex embajador de España ante la Santa Sede descansó en el Hotel Itaca, en pleno corazón de la ciudad, en Plaza de Las Angustias y en el propio hall atendió a este medio momentos antes de su conferencia. Francisco Vázquez ha sido un hombre que, en no pocas ocasiones,se ha mostrado contrario a las opiniones de su partido y ha enarbolado dentro del PSOE su bandera de católico practicante, lo que lleva a poner sobre la mesa del diálogo si se siente más socialista o más católico...
— Son dos cuestiones que yo creo que van íntimamente ligadas. Al final, el Partido Socialista es un partido con una tradición ideológica, con una base ideológica muy amplia y al que han llegado personas desde un análisis marxista, desde un análisis socialdemócrata e, incluso, desde una lectura de los Evangelios, una lectura fundamentada sobre todo en el compromiso por la igualdad, con la superación de las desigualdades, de las injusticias, de la protección de los más necesitados...Pero son cuestiones muy distintas. La militancia política nada tiene que ver con el derecho que cada persona tiene a creer o no creer o profesar una confesión religiosa o no profesarla. Hay momentos determinados en los que tiene que primar la conciencia de cada uno y eso debe siempre respetarse. Yo creo que es un principio fundamental el de la objeción de conciencia y eso, hasta ahora, dentro del Partido Socialista siempre se ha respetado y siempre se ha permitido la convivencia entre, como digo, sectores muy diferentes pero identificados todos con un proyecto común que es el proyecto socialdemócrata.
— Usted es socialdemócrata por encima de todo.
— Sobre todo. Sí. Yo creo que no hay nada que inventar, que está todo inventado. La socialdemocracia ha sido la expresión más importante de la política en Europa desde la Segunda Guerra Mundial. Ha constituido el pilar fundamental para esta sociedad de bienestar que conocemos y que es fruto de la acción de los socialdemócratas, sobre todo nórdicos. Suecos, noruegos o daneses que fueron capaces de constituir una sociedad muy solidaria, muy justa, muy redistributiva y eso es en lo que yo creo. No comparto ciertos aspectos de esta deriva radical que está teniendo el PSOE en los últimos años. No los comparto ni los comprendo desde lo que debe ser ese espacio socialdemócrata de centro izquierda en el que ha estado asentado el PSOE desde hace muchos años.
— Esa deriva le llevó quizás a asumir el cargo de embajador ante la Santa Sede, al que usted llegó un poco como de apagafuegos.
— Fue un momento muy complicado. Se me encomendó una tarea muy difícil. Fíjese usted. Uno de los grandes problemas que ha tenido siempre España ha sido ese desencuentro entre la izquierda y la Iglesia. Yo siempre he dedicado parte de mi vida pública a garantizar no el reencuentro sino el acuerdo. Se me encomendó una tarea complicada en un momento en el que había un desencuentro muy grave por una serie de leyes que se habían elaborado. Pero conseguí llevar a buen puerto la misión que se me encomendó. Fui un poco puente. Esta condición mía de católico me ayudó mucho porque me permitió entender y comprender perfectamente cuáles eran las preocupaciones del Vaticano, cuál era la postura oficial de la Iglesia y por dónde se podían lograr los entendimientos que diesen paso a acuerdos fundamentales. En esa etapa se consiguió el acuerdo de financiación, se superó un problema que llevaba coleando desde el inicio de la democracia; el papel de los maestros, los profesores de Religión y su vinculación con la Iglesia; la solución de los problemas fiscales como el pago del IVA por la Iglesia, homologándolo al resto de las instituciones de acuerdo con la legislación europea y el único punto que no conseguimos superar fue el de la Ley del Aborto que creo que fue innecesaria y que, además, aquella Ley que impulsaron el presidente Zapatero y la ministra Aido rompió un consenso tácito que había permitido durante muchos años no reabrir ese debate que siempre es muy conflictivo, porque genera crispación y divide a la sociedad española.
— Ahora las relaciones con la Santa Sede son más normalizadas.
— Yo dejé unas relaciones normales y cordiales.
— Siendo un embajador, entiendo, político al cien por cien.
— Político totalmente.
— Al contrario que la labor que ahora le está tocando desarrollar a su sucesora, María Jesús Figas.
— Para la embajada del Vaticano hubo momentos muy importantes en los que se echó mano de embajadores políticos. Fue el caso de Antonio Garrigues durante el Concilio Vaticano o el caso de Joaquín Ruiz Giménez en su momento, al que Franco nombró para lograr el Concordato o el caso, durante la República, de Leandro Pita Romero que fue ministro de Exteriores, ministro de Estado que se llamaba entonces, y que era un poco como yo, católico prácticamente dentro de la izquierda y que logró mejorar las relaciones.
— Esas relaciones normalizadas ha llevado en las últimas fechas a la apertura de un debate nacional tras la aprobación de que la asignatura de religión ya no será una cenicienta sino una asignatura como otra cualquiera.
— Es lo que estaba previsto en los acuerdos con la Santa Sede y lo que más o menos se aplica en los países europeos. Es decir, que no es ninguna novedad siempre que sea de naturaleza voluntaria. Lo que no puede imponerse a nadie es la obligación de estudiar religión. Eso debe dejarse a la elección y libertad de las familias, pero, a partir de ahí, siempre tiene que ser una asignatura que tenga la importancia que la religión tiene dentro del conjunto de nuestra sociedad.
— Una sociedad que, por cierto, sigue inmersa en una crisis galopante, una crisis que usted ya comenzó a adivinar cuando presidía el Ayuntamiento de La Coruña.
— Yo fui presidente de la Federación Española de Municipios y era algo que se veía venir porque es un Estado muy difícil de mantener. Es un Estadio en el que que conservamos todavía instituciones de otras épocas, como es el caso de las Diputaciones, y hemos creado unas nuevas instituciones como las autonomías y encima tenemos que compartir los costes de la Unión Europea, por lo que, como usted comprenderá, para el contribuyente español, para cualquier contribuyente, es muy difícil poder cubrir los costes de un Estado tan desmesurado, tan grande y es lo que había que adelgazar,
— Y menos mal que está la Iglesia y su labor de ayudar a los que están al límite de sus posibilidades económicas.
— El papel de la Iglesia es fundamental, lo que pasa es que la Iglesia no tiene marketing, ni utiliza la publicidad ni pone en valor esa obra que permite atender en estos momentos a cerca de cuatro millones de españoles que están al límite de la pobreza. Es una labor encomiable que se nutre exclusivamente de los donativos que hacen los fieles y de la cruz en la declaración de la renta. No hay otra fuente de financiación, pero su labor creo que es ejemplar y la tarea no solamente es asistencial, sino que la tarea social, hospitalaria y educativa de la Iglesia es una tarea fundamental para la sociedad porque, en un momento como éste, cubre espacios a los que no llega la acción del Estado.
— La Junta ha sacado una Ley de Exclusión Social que tiene el rechazo de Cáritas.
—No conozco esa Ley. De todas formas lo que habría que hacer es apoyar esa labor de Cáritas, porque es una labor, además, basada en el más puro altruismo, en un desprendimiento absoluto que se merece el apoyo de las instituciones públicas. Dios me librara de que, aunque fuese solo por un día, la Iglesia hiciese una huelga de brazos caídos y paralizara todas las instituciones de todo tipo que tiene en nuestro país. Sería un colapso absoluto sobre todo para los más necesitados.
— La gente necesita ilusionarse, tener esperanza y esa esperanza parece que, desde la Iglesia, la trasmite el nuevo Papa, Francisco. ¿Cómo ve a la Santa Sede con el nuevo Sumo Pontífice?.
— Con la ilusión y la esperanza de que se aborden una serie de reformas que son imprescindibles en el Gobierno de la Iglesia. Adaptarla y modernizarla a los tiempos actuales, pero sobre todo ilusionado porque se ha universalizado más la Iglesia. La Iglesia tenía un poco el lastre de este eurocentrismo, de esa mentalidad europea. Ahora viene un Papa del Sur, que va a hablar de otras cosas nuevas, que conoce, por experiencia, las necesidades de los países en desarrollo, de los países colapsados por los grandes organismos internacionales, Fondo Monetario, Banco Mundial, países que han sufrido el corralito, él es argentino, y, por tanto, será una voz nueva, de experiencias muy distintas a las que nosotros conocemos. Ha universalizado más la Iglesia y no podemos olvidar que este Papa es de vocación tardía. Es un hombre que accede al sacerdocio después de haber terminado su carrera universitaria y como dicen después de haber tenido novias, minas como dicen los argentinos. Eso es bueno porque será un hombre próximo, con los pies en el suelo y que imagino que permitirá a la Iglesia un punto más de cercanía. En todo caso, la elección de este Pontífice refleja la inteligencia de una Institución como la Iglesia que, en cada momento, sabe encontrar la persona adecuada. Después de un gran intelectual ahora llega un Papa más pastor, más próximo a los feligreses.
— La Iglesia, por lo que dice, tiene futuro. ¿Y España tiene futuro?
— Sí, hombre, cómo no lo va a tener. Cómo no va a tener futuro un país como el nuestro. El nuestro es un país clave en la moderna historia de la humanidad, un país con unas posibilidades tremendas. Lo único que hace falta es que los políticos sepamos, sepan, estar a la altura de las circunstancias en el sentido de dialogar, de recuperar aquel espíritu de la transición, de los grandes pactos en cuestiones determinantes que es lo que exige el ciudadano y después de legitimarse abordando la gran reforma que no es precisamente la de la educación o la sanidad, sino que es la reforma del Estado.
— Del Estado de las autonomías.
— Sí, limitando duplicidad de funciones y adelgazando, que es imprescindible.
— Ya, pero ahí están los retos independentistas de Cataluña y el País Vasco.
— Me preocupa ese problema porque exige que el Gobierno dé una respuesta firme. Es decir, no se puede estar mirando para otro lado ante unas posiciones que no son as que defienden la ruptura de la unidad de España, sino que implican el desacato a las leyes, el incumplimiento a las sentencias, un reto al estado de derecho, un desafío al estado de derecho. Eso no se puede consentir. El Gobierno tiene que actuar con firmeza.
— Lo que ha hecho con la reforma laboral.
— Por mi condición de inspector de trabajo pienso que ha sido demasiado brusca. Ha tenido aspectos positivos pero ha dejado muy desarbolados los derechos tradicionales de los trabajadores, los derechos de la protección de los trabajadores y prueba de ello es que en estos temas no cabe el buenismo, no se ha reducido el paro, se ha aumentado. Ha habido muchos empresarios que han aprovechado las facilidades que se le han dado para introducir condiciones contractuales que son de abuso y explotación. Hay que decirlo con claridad. Ha sido una reforma propia de otros sistemas distintos al nuestro, como es el americano o el inglés pero no propio de la tradición de nuestro país.
— Las dos Españas de nueva. La España de los ricos y de los pobres.
— Sí, sí...,sobretodo por la presión fiscal.
Punto y final. Francisco Vázquez miraba al reloj, tenía otros compromisos informativos y la hora de la charla, como él quería definir su presencia en Villapanés, se aproximaba. Correcto, claro, sin esconderse absolutamente nada, Vázquez dio por finalizada una interesante conversación de quince minutos.