"Llevamos siete años viviendo en esta casa, si se puede llamar casa, porque yo considero que ni un animal vive así”. Son palabras de David, de 49 años, que vive con su tía de 89 y con problemas de movilidad en una vivienda en el casco histórico. Es una de las 576 asistidas por Cáritas en el arciprestazgo centro de la diócesis -cuya extensión coincide prácticamente con el centro histórico- y que está incluida en la muestra de más de 300 inmuebles y las entrevistas personales analizadas para realizar el informe presentado por Cáritas esta última semana. En él se pone de manifiesto la cronificación de la exclusión social y residencial que sufren muchos de estos inquilinos -familias monoparentales, con hijos, entre los que también hay población extranjera, una parte de estos últimos de la comunidad saharaui. Llevan años viviendo así, resignándose a que es lo que les ha tocado vivir, y, como alerta el director de Cáritas, Francisco Domouso, estos relatos ponen de manifiesto la insuficiencia del sistema de protección social para hacer frente a estos casos y las consecuencias emocionales que supone afrontar este día a día sabiendo que nada va a cambiar. “Nos abren sus puertas, son gente que se siente impotente, están sufriendo, pero a la vez tienen apatía después de tanto tiempo viviendo así”, explica la responsable de acción social de Cáritas, Marián Pozo.
Para algunos hasta tener lavadora es un lujo gracias a los servicios de Cáritas, al igual que poderse dar un baño de agua caliente o poder tener luz. Otros como este joven corre peor suerte. “Ahora ni siquiera tenemos termo, ni lavadora, ni luz en el baño ni muebles suficientes y el sofá está muy viejo. Ahí es donde se pasa todo el tiempo sentada mi tía, que como no se puede mover mucho está sentada siempre ahí”. Cáritas sí ha acudido a su llamada, pero no los servicios sociales, que en otros casos si bien han visitado estas casas no les han dado respuesta, tal y como evidencian algunos de los testimonios facilitados en este informe. Una vez más, el conformismo se ha colado en este “hogar” pese a todo. “Estamos resignados porque no sabemos qué hacer para vivir mejor, aunque queremos los dos salir de aquí”.
Más del 70% de estos inmuebles a cuyos inquilinos ayuda Cáritas son de alquiler. Pagan una media de 186 euros, e incluso en algunos casos se da el fenómeno del subarrendamiento para alquilar habitaciones, situaciones que se repite para ciudadanos extranjeros. Aquí se juntan varios condicionantes: la dificultad de los arrendatarios para correr con los gastos puntualmente (están en paro y no tienen ingresos) y la negativa del dueño a realizar arreglos, lo que deja estampas verdaderamente deprimentes como la presencia de humedades a diestro y siniestro y de cucarachas y roedores en habitaciones donde duermen niños pequeños.
“En un puente viviría mejor que en esta casa”, llega a decir una madre de familia en el video que proyecta Cáritas en alusión a las goteras. Agujeros en la pared, baños que se caen a pedazos...es un día a día que Cáritas ha vuelto a retratar planteando además estrategias para mejorar un modelo social que “ya estaba antes de la crisis y que con esta última ha empeorado aún más”. En contraposición, proponen un centro histórico “más integrador” con más iniciativas de ayudas al alquiler para estos colectivos; un centro más habitable, con una mejora en el planeamiento urbanístico, un centro más sostenible y más humano y más acción por parte de los trabajadores sociales sobre estos colectivos. Domouso anima a los políticos jerezanos a que se dejen de “acciones efímeras” y aborden esta situación desde el fondo.