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Arte y artilugio

“Si deshumanizamos el arte haciendo que la cadena de producción sea la pauta que establece la relación obra- espectador, y si el marketing y la excentricidad ponen precio a la obra, el alma se pierde”

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El negro no solo es la ausencia de color o el a veces peyorativo e injustificado epíteto de una raza; es también, en su acepción literaria,  el que de una forma anónima escribe para alguna firma famosa que pone después, eso: la firma.


En el arte también existen “negros” que no ayudantes como sería el caso del Michel Ángelo Bounarroti, para quien la famosa obra de la Capilla Sixtina se hubiera convertido en un ejercicio interminable si solo hubiera contado con sus dos manos.


Los ayudantes son otra cosa. Son aquellos que, en las diferentes disciplinas, siguen las instrucciones de sus maestros y desbastan, fondean, trazan líneas compositivas en relación al modelo original o simplemente preparan las recetas personales que el maestro aplica.
Los negros en el arte son ausencia de color.



El color, por contraposición, no sólo es la más o menos acertada combinación de la gama cromática, la virginidad de lo límpido, o la proporción divina obtenida de un cálculo matemático de investigación. En arte, el color, es mucho más y tiene que ver, entre otros, con el estado, la visión, el temperamento, la angustia o la intuición del actor. Todos ellos términos que por concernientes al ámbito de lo personal, volátiles por no asequibles en el mercado de abastos, se presentan o no.
Y es en esa especie de catarsis o destilación de aquellos intransferibles términos en la que se reúne el conocimiento y la personal acción del artista, se va construyendo lo que se podría venir a denominar obra de arte.


De otro lado, como sucede habitualmente en las diferentes parcelas de la vida, la desaprensión y fagocitación de lo dignamente insustentable se abre camino: el artilugio.


Para poner un ejemplo y sin que sirva de precedente, aunque la opinión personal cuenta en este caso, los hay  quien citan literalmente a los ´negros´ que utilizan diciendo: “Ellos lo hacen mejor que yo. Yo me aburro, me vuelvo impaciente”. Y ese es  Damien Hirst.
Seudo artista propenso a colocarse un cigarrillo en el pene delante de los periodistas, ir armando gresca, o poner a una ´Pareja follando dos veces´ en formaldehido - y con perdón por ser literal -, no justifica por sí el acceso al olimpo de las vanidades que constituye una firma como es Sotheby's, quien primero le entronaría y destronaría posteriormente. O su otra firma, Gagosian, la que a base de talonario le proporcionaría exposiciones por las salas y centros más prestigiosos del circuito.


La sobredosis en artilugio suele ser el pasto de quienes sienten la predilección por las primeras filas chic o del ´frikismo´ más ajado.


Hay una pregunta que hacerse, al menos para quienes aún pudieran sustentar la idea y el sentimiento del Arte como algo más humano, delicado y hasta a veces sublime: ¿que tuvo que hacer el señorito Hisrt para acceder a ese Olimpo de subastas multimillonarias de un plumazo?. 
¿Arte, o artilugio?


Algunos destacados nombres hacen referencia al fenómeno Hirst, como Álvaro Pombo, a quien “la falta de empatía le mata”, indicando que no a todos les pasa desapercibido el movimiento artístico actual. Igualmente, aunque parece ser que después retractado a través de una nota de la Real Academia de las Bellas Artes inglesa, su colega David Hocney pone en tela de juicio las actitudes “negreras” del mencionado Hirst.


Para el que escribe no hay duda.


Precisamente la polémica es lo que alimenta la especulación que, en definitiva, viene a ser prioritaria en una actividad presuntamente artística en el caso que referimos (como otros) acercándose más a la rueda desquiciada de los números que a su esencia.


Estamos acostumbrados en la era de la mentira, como la denominara Saramago a la presente, a todo tipo de artilugios vulneradores del mínimo sentido común, valor o aquiescente comparativo que nos permita dilucidar a quien se le ofrece el apelativo “grande” y en función de qué.
Hoy, cuando los medios de comunicación se hacen eco de la inversionista y no menos auto dirigida deflación artística, consistente una vez más en despistar nuevamente al personal sobre el concepto y la idea, convenientemente acunada por aquellas entidades de caudales sin escrúpulos, el Arte permanece.


Si deshumanizamos el arte haciendo que la cadena de producción sea la pauta que establece la relación obra- espectador, y si el marketing y la excentricidad ponen precio a la obra, el alma se pierde.


Dudo sinceramente que a todo se le pueda denominar Arte.


Si bien, a veces, surge la tentación de poner palabras a lo indescifrable.


Y así, dentro del límite que las palabras en ocasiones nos impone, sin lograr abarcar todo su significado, o, por el contrario, queriéndolo abarcar donde la imprecisión del mismo no alcanza, nos empeñamos en definir el ARTE, con el riesgo de convertirlo en un mero anuncio publicitario.
Fuera de cuadrículas que a nadie enriquecen, pervive en la pretensión de su definición el espíritu que lo alimenta: la necesidad interior de expresar, abarcar, conocer y trasladar al soporte, en el mejor de los casos, la utopía de la belleza y la necesidad de un mundo mejor.


En plástica, por ejemplo, dentro de la pureza que significa el blanco de la tela o papel, todo es posible. Solo la libertad augura el mejor de los resultados.
Mientras, en esa dicotomía que representa la creencia en el horizonte infinito hacia el que se aspira y la inmediatez de lo cotidiano, el ARTISTA se desenvuelve entre lo que imagina y trata de dar forma, proveniente de aquellos mundos ignotos y etéreos que el humano, en su confusión inmediata, desmitifica y descalifica por irreverente.
Fuera del tiempo que marca las horas de la supervivencia, o mejor en un estado permanente de actitud ensoñadora y espacios indefinidos, surge la gnosis. Proveniente de la nada o de lo eterno, siempre existente y difícilmente declarada, su cualidad abre aquella puerta que posibilita la creación.


Aquellos espacios, propios de las mentes despiertas, son accesibles a quienes caminan en el filo de la montaña, donde un pie apoyado no significa tener asentado el otro, alcanzando en el  equilibrio visualizar las dos caras de la verdad.


La observación como conocimiento, el silencio como medio, la mano como ejecutora y el corazón como sensor, suelen ser axiomas proclives a la creación. El arte frente al artilugio.

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