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Lo que queda del día

Un acto de guerra

Lo que hay que entender es que no se trata de cobrar venganza, ni de reivindicar la supremacía de la sociedad occidental, sino de saber hacer frente al terror, a la oscuridad

Formo parte de una generación que siempre ha mirado con cierta distancia los conflictos bélicos, porque, de hecho, crecimos bajo el convencimiento de que no nos veríamos envuelto en alguno, de que cuando fuéramos adultos nadie nos llamaría a filas para tener que defender a nuestro país tras abandonar nuestros trabajos y nuestras familias, de que no veríamos nuestras calles destrozadas por las bombas, ni ocultándonos de ejércitos enemigos. Nuestros abuelos sí sabían de qué iba eso de la guerra, y nuestros padres de lo que venía después de una guerra. Tal vez por eso mismo, y porque fuimos cumpliendo años casi al mismo tiempo que lo hacía nuestra recién instaurada democracia, nos inculcaron y logramos desterrar todo tipo de opción vinculada a una contienda militar, convencidos de que nunca llegaríamos a experimentarla de cerca, salvo que nos encontrásemos en un país extranjero.

Es cierto que, a principios de los 80, siempre se habló de una tercera gran guerra, en plena rivalidad por el poderío armamentístico entre EEUU y la URSS, pero el fin de la invisible y omnipresente Guerra Fría dio paso a un nuevo orden y a una relativa paz mundial -lo sabemos porque los rusos dejaron de ser los malos en las películas de Hollywood-. Y fue así como terminamos por creer que ningún tipo de guerra pudiera volver a tener lugar dentro de los países que entendíamos por civilizados, como si todos hubiesen acabado escarmentados a la finalización de la Segunda Guerra Mundial. Hoy, 14 de noviembre de 2015, después de lo ocurrido en París, y tras los precedentes de Nueva York, Madrid y Londres, ya no lo tengo tan claro.

“Ha sido un acto de guerra”, ha dicho François Hollande. Quisiera saber cómo reaccionar a la contundencia de la frase, pero aún trato de reponerme de las sacudidas que me han causado los testimonios de los supervivientes, el dolor de las familias, las imágenes del horror y la inevitable impotencia ante la persistente amenaza terrorista, convencida ésta de que no hay como hundirse en su propia raíz etimológica para encontrar nuevas formas de expresión que les ayuden a extender el miedo hasta occidente.

Supongo que sigo sin saber cómo reaccionar a lo que ha dicho Hollande porque, en realidad, sabemos qué es lo que ha querido decir. Nuestro propio gobierno lo sabe. El mismo ministro de Asuntos Exteriores lo ha ratificado: “Es que es un acto de guerra”.

Pero quisiéramos poder medir las consecuencias, conocer hasta dónde llega nuestra determinación, y no por hacerle el juego a los que se oponen al pacto antiyihadista o atribuyen todos nuestros males al capitalismo colonizador sin escrúpulos -qué le vamos a hacer, hay gente pa tó-, sino porque como aprendió y dejó escrito Sun Tzu, “lo supremo en el arte de la guerra consiste en someter al enemigo sin darle batalla”. Hasta Toni Soprano adminiraba a Sun Tzu: “Ahí tiene al tío, un general chino de hace 24 siglos, y la mayor parte de lo que dejó escrito sigue vigente hoy”.    

Lo que hay que entender es que no se trata de cobrar venganza, ni de reivindicar la supremacía de la sociedad occidental, sino de saber hacer frente al terror, a la oscuridad. Como le decía Rustin Cohle a Martin Hart en True detective, todo se reduce a “una única historia, la más vieja, la luz contra la oscuridad”.  “Sí, pero la oscuridad tiene mucho más territorio”, respondía Martin. “En ello tienes razón, pero creo que no lo has entendido. En tiempo atrás, sólo hubo oscuridad. Si me preguntas, la luz gana”.

En realidad, hoy hubiera preferido hablar de las obras del carril bici, de lo bien que nos vendieron el invento, lo mal que nos lo explicaron y lo difícil de convencernos ahora de lo contrario; incluso del empeño por solicitar la dimisión de María José García-Pelayo, puesto que ya no sabemos si el malestar es con Javier Arenas, con el juez que no la imputa, aunque sea de momento, o con el hecho de que, en realidad, hay temor a los votos que pueda cosechar en Jerez para el PP. Pero entiendo que hoy, más que otras veces, conviene compartir un mensaje de esperanza, sobre todo pensando en nuestros hijos: “la luz gana”.

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