Francisco Caro, conductor de los autobuses urbanos desde hace 20 años, y antiguo cabo primero de artillería, sonríe cuando se le dice que es un héroe ‘anónimo’ en toda regla. Con su última gesta, la del pasado lunes, son ya cuatro las veces que ha intervenido para reanimar a una persona que se asfixiaba tras sufrir un ataque. En este último caso se trataba de un infarto. Sus conocimientos de primeros auxilios se deben a un curso que hizo con varios compañeros “hace mucho”. Lo que no se imaginaba entonces era las veces que lo iba a tener que poner en práctica y tener la “sangre fría” para hacerlo. El lunes por la noche, cuando en el autobús de la línea 2 de Picadueña que conducía a la altura de la calle Santa Isabel, en La Merced, apenas iban dos o tres viajeros, uno de ellos se le acercó alterado diciéndole que había un hombre “morado y tieso” que “no respiraba”. Francisco no lo dudó ni un instante dado que, como reconoce, “lo importante era la vida del hombre”. “Paré el autobús allí en medio, no miré nada más, ni que me estuvieran pitando; lo puse en el suelo y le quité la camisa; no respiraba”.
En ese intervalo ya había avisado para que llamaran al 112, que le fue dando instrucciones al otro lado del teléfono de lo que tenía que hacer mientras no llegaban los efectivos sanitarios. Sin perder la calma, y ajeno a los atascos y a los comentarios de la gente quejándose de que otra vez había un autobús averiado, “empecé a darle masajes cardíacos,le puse de lado y le estiré la lengua porque se la estaba tragando” y fue entonces cuando empezó a reaccionar mejor y a respirar.
Ya había llegado la Policía Local, y Francisco movió el autobús hasta el colegio Luis Vives al ver “el caos que se había liado”, relata. Y es que tanto revuelo en el exterior mereció la pena.
“Gracias a Dios la ambulancia se lo llevó respirando”, señala este conductor, quien nada más acabar su turno se fue al Hospital de Jerez para interesarse por el estado de salud de este usuario, al que conocía que subirse a esta línea. “Lo conozco de montarse en el autobús, y es muy simpático. Además, tengo su gorra y sus gafas, pero con las prisas no pedí ningún dato personal ni nada”. Ya en el hospital, no dio con algún familiar ni alguien que le facilitara cómo evolucionaba, por lo que ayer por la tarde tenía previsto volver a intentarlo. “Me he enterado por dónde para y voy a pasarme a ver si me dicen cómo sigue y en qué habitación está para visitarle”.
Su ángel de la guarda
Lo que tiene claro es que con él son ya cuatro las personas “a las que ayudo a que vivan”, pues le pasó algo similar con un niño pequeño en un supermercado en Rota y con dos vecinos en Jerez. “Cuando me di cuenta su madre estaba descompuesta levantándolo por los aires, porque el niño se estaba ahogando”, relata. Fue entonces cuando Francisco le dio un golpe en la espalda y el pequeño vomitó el plástico de un potito.
También tuvo que realizar los primeros auxilios a un señor en El Maypa, delicado del corazón desde siempre, y con el que coincidió mientras sufría un infarto. “Gracias a Dios ahí está y ahora somos amigos”. Tampoco se le olvidará a este conductor de los autobuses urbanos esa mañana de domingo que pasaba en La Vega con su esposa para desayunar bollos y chocolate, en la que presenció la caída de otro varón tras sufrir un ataque epiléptico y recibir 50 puntos de sutura en la cabeza. “Se estaba tragando la lengua, fue horrible, le metí los dedos y volvió a respirar”, narraba a este periódico. “A mí es que me pasa todo, ya es la cuarta vez, pero tampoco entiendo por qué tiene tanta repercusión esto”. El ejemplo de Francisco es el de los otros héroes: los de la calle.