Todo el tendido tomasista o tomista. Y lo prueba que nada más abrirse de capote en el primero, en los lances de tanteo, sin componer todavía la figura, ya estaban voceándose los primero olés. El público quería triunfo como fuera. Y aunque hubo cosas notables puntuales en casi todas las faenas, sin embargo faltó redondez. Ningún toro “rompió” para adelante, ni Tomás logró cuajar a uno de verdad.
Al primero de Núñez del Cuvillo, flojito y sin casta, lo cuidó mucho, llevándole a media altura, sin atacarle. Aún así perdió las manos en todas las series. Tomás tiró siempre de él hacia delante, pero fue imposible apuntalarle.
El segundo, de El Pilar, tuvo más pujanza. De hecho llegó a derribar en el primer encuentro con el caballo. Sin embargo fue más la falta de fuerza del equino que otra cosa. Tardó Tomás en cogerle el aire con una primera parte de faena en la que abundaron los pases atropellados.
El toro, sin humillar y pegando un tornillacito al rematar los viajes por el izquierdo. Hasta que se desmelenó el torero cambiando de mano, y sometiendo muy por abajo.
Ahí le pegó cuatro muy seguidos, limpios y mandones. Pasaje de buen toreo, aguantando Tomás por ese pitón, y el oro cada vez más entregado, embistiendo más seguido. Tuvo profundidad esta segunda parte de faena, aunque en el epílogo a dos manos volvió a faltar limpieza. Sin ser muy allá la estocada cortó una oreja. Primer trofeo fácil.
Tampoco debió caer la del tercero, sobre todo por la rúbrica con los aceros. Aunque hubiera sido más justa, pues la faena tuvo pasajes más emotivos. El toro, de Victoriano del Río, el de más clase. Tomás lo cuajó con el capote, lanceando con muy buen son, mecida la figura. Arte de verdad.
El quite por chicuelinas, sin embargo, nada del otro mundo. Y en la muleta, de todo. Quietud en la apertura por alto, sin embargo, después faltó ritmo en lo fundamental.
Cuando la faena estaba en su punto álgido cometió el torero la torpeza de perderle la cara al toro, en un pase de pecho, saliendo por los aires. Fue sólo el golpe, pero hubo conmoción en la plaza. Cayó otra oreja, la segunda en la tarde, a pesar otra vez de la falta de contundencia al matar.
Aunque el mayor despropósito, del presidente y del público, llegó en el cuarto, toro rebrincadito, un punto revoltoso, con el que Tomás se acopló sólo a medias, tanto que tuvo que recurrir a los molinetes entre series para tapar las carencias técnicas y artísticas de un trasteo acelerado y sin poso.
La estocada contó sobremanera para las dos orejas, y ayudó mucho también el paripé de los mulilleros, que enganchan que no enganchan, mientras subía la presión, las voces más que pañuelos contra “el palco”, que al final se rindió. Propio de plaza menor.
Y para abundar en ese ambiente verbenero, en la vuelta al ruedo le arrojaron a Tomás un gallo, al que los empleados de la plaza persiguieron tropezándose y provocando muchas risas.
La faena al quinto, muy liviana. No fue toro cómodo, sin entregarse. Tampoco lo sometió Tomás, enjaretándole muletazos espaciados, sin hilván. En un extraño del animal, voltereta también, sin que pasara nada. Lo bueno fue la estocada, entrando muy derecho y muy despacio, lo que se dice dejándose ver.
Ya en el sexto, toro basto, bruto y reservón, que encima fue a menos, Tomás salió del paso sin plantear ningún reto.
Lo bueno de la corrida, después de su análisis más o menos pormenorizado, el fin que tuvo, benéfico. Su recaudación irá a paliar problemas sociales en las zonas más desfavorecidas de México, país al que José Tomás está entrañablemente unido.
Y una duda. En el brindis del último toro a la cuadrilla de siempre, sus dos picadores y tres banderilleros que van con él. No a los que actuaron circunstancialmente hoy porque el reglamento obliga a llevar tres cuadrillas completas. José Tomás los abrazó a todos, uno por uno, ¿anunciándoles alguna decisión inminente de futuro sobre su permanencia en los ruedos?
Muy raro el brindis. El tiempo lo dirá.