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Autobuses...

En los tiempos sin móviles, el autobús era un campo de observación

Publicado: 06/03/2019 ·
09:12
· Actualizado: 06/03/2019 · 09:13
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Autor

Ángel Pérez Mora

Escuela de Arquitectura de Málaga. Autor del proyecto de Rehabilitación del Palacio de la Aduana y Plan Especial de Baños del Carmen

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De niños enseguida entendimos las posibilidades de diversión y paisaje que brindaban las ventanillas de un sillón sobre cuatro ruedas y volante. Más adelante aprendimos a distinguir entre autobús y coche, en función de la cantidad de personas con las que nos sentábamos.

También aprendimos que al subirnos a un autocar, nos vestíamos de fiesta sin remedio. El autobús viajaba entre calles de obligaciones, mientras el autocar llevaba en su interior el aire del campo y oír su nombre era lo mismo que escuchar excursión. Aquellos, los autobuses, siempre tenían color gris, el autocar, aunque fuera blanco, siempre tenía color.

No creo que haya más concentración de vivencias y significados que las que con lleva el número de un autobús a lo largo de nuestra vida en las ciudades: el 7, el 3, el 19,... En Málaga  el 11 era hasta hace muy poco el autobús de el Palo, de unos años a esta parte tiene color universitario. En mi infancia el 28 era el colegio, el circular sabía a futbol y el 2 sabía a tarde de cine. Unos años más adelante el 44, fue el batiscafo que me sumergió  en la superescala de las grandes avenidas de Madrid.

Desde sus ventanillas viví algo parecido a la inmersión, cuando pegando mis narices al cristal,  miraba hacia arriba, intentando llegar con mi vista a donde terminaban las fachadas de la torre de Madrid, de la plaza de España, del edificio Capitol... Tiempos interesantes aquellos en los que, hacia abajo, miraba intentando seguir a cien personas a la vez que caminaban en todas las direcciones posibles sobre la acera. Y si miraba hacia arriba, pronto quedaba de puntillas tratando de seguir las cornisas de las fachadas entre las que el techo del autobús viajaba hasta que una curva las ponía de arriba abajo en un giro imposible.

En los tiempos sin móviles, el autobús era un campo de observación. En la rutina del mismo desplazamiento acababa uno sabiendo la hora, según la esquina por la que pasábamos. La parada más insulsa cobraba interés cuando en ella desaparecía alguien en la que antes habían reparado nuestros ojos. A partir de entonces, ese lugar, esa esquina, esa parada, adquiría, para no perderlojamás, significado o misterio."Llega tarde el 27… y nervioso miro el reloj....", cantó la Oreja de Van Gogh.

Hacen más ciudad de la que creemos. Si nos sentamostranquilos y dejamos pacientemente fluir nuestros pensamientos, podremos viajar más allá de nuestra mirada.
Son metáforas, pues tienen la capacidad  de hacernos distintos nuestros mismos lugares. Igual que nos llevan, físicamente, de un lugar a otro,nos pueden hacer viajar lejos,sin salir de las mismas calles, desde el mismo asiento.

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