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Maruja, la voluntaria longeva: con 94 años a pie de fogón

Esta mujer celebró su cumpleaños en el Comedor Santo Domingo de Málaga hace unas semanas, donde contribuye en la cocina desde hace casi 30 años

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Parte de las compañeras de maruja (de verde)

Maruja a la izquierda junto a dos de sus compañeras en el Comedor Santo Domingo.

  • Cuando se jubiló decidió comenzar un nuevo trabajo, ayudar a los demás
  • En la asociación no solo dan un plato de comida, llevan a cabo un plan de intervención social

De primero, otra oportunidad. Este es el lema por el que se rige el Comedor Santo Domingo al que acude desde hace casi 30 años Maruja, una voluntaria que hace unas semanas cumplió los 94 años. Acude a la cocina de esta asociación todos los lunes para ayudar en el servicio de cocina.

“Mientras pueda andar y subir las escaleras o el ascensor, vendré para acá”

A las nueve de la mañana llega al Comedor igual de puntual que un reloj o incluso más: “A las nueve menos cinco estaba en la puerta; me levanto a las ocho, me tomo algo en mi casa y me vengo para acá”, ha explicado Maruja al periódico Viva Málaga.

Lo primero que hace Maruja y el resto de compañeras es ponerse el delantal, los guantes y el gorro; no sin antes darse los buenos días y un beso y “ya con alegría empezamos el trabajo”, ha manifestado una de las compañeras. A lo que Maruja ha agregado que la única pega que le pone al voluntariado es el gorro, “lo odio”, ha afirmado sin perder la sonrisa.

Tras su jubilación decidió aportar su granito de arena: “Aquí viene una a ayudar a picar, a lo que me manden”, ha dicho. “A mí me gusta donde me pongan, este de aquí es mi sitio, que no me lo quite nadie”, ha bromeado, refiriéndose a una parte de la mesa de trabajo.

Lleva casi 30 años de voluntario en el Comedor Santo Domingo, todos los lunes a pie de fogones de nueve a once y media o doce, “cuando terminamos de picar y hacer las cosas”, ha asegurado. “Después me voy a mi casa a ver la tele, porque voy cansadilla”, ha añadido.

Eso sí, hay algunas excepciones. Los días de lluvia se le echa de menos en la cocina, Maruja falta porque le da “susto” que pueda resbalar de camino a la asociación. Así, también se toma los meses de verano de descanso: “Me voy a la playa, a Benalmádena Costa, me compré un apartamento. Solo falto los veranos y cuando llueve”.

“Me dicen que me jubile del Comedor, pero yo estoy muy a gusto”, ha reivindicado, celebrando que son una pequeña familia: “Me sirve para todo, porque todas son muy cariñosas conmigo y muy buenas; me aporta mucho estar aquí, me ensancha el corazón”, ha agradecido Maruja, a lo que sus compañeras le han respondido que “se hace querer, es muy cariñosa, buenísima, siempre está contenta, de buen humor y trabaja como la primera”.

“Mientras pueda andar y subir las escaleras o el ascensor, vendré para acá”, ha sentenciado, preguntándose: “¿Qué hago yo en mi casa con los brazos cruzados?”. Maruja empezó a trabajar con 18 años más o menos de modista, después de aprender el oficio desde bien pequeña, con 10 u 11 años, ha recordado, hasta que se jubiló siendo modista en el Carlos Haya.

El turno al que pertenece Maruja son unas diez voluntarias, entre las que se encuentran Maribel, Begoña, María Victoria, Carmen, Yolanda, María José, Juan. “Las de los lunes somos las mejores”, dice entre risas una de las compañeras.

Asimismo, estas mujeres han hecho hincapié en que siempre se necesitan más voluntarios: “Aquí no paramos”.

La ayuda del Comedor

El Comedor Santo Domingo atendió durante el mes de octubre entre 120 y 150 personas diariamente en el programa de alimentación, lo que supuso más de 10.000 servicios. Del mismo modo, esta asociación benéfica ayudó durante el 2018 a más de 4.500 personas, comprendiendo los programas de alimentación, intervención social, orientación laboral, atención psicológica, vivienda y becas, ha informado su director Pablo Mapelli.

La ONG , con más de 30 años de historia, trabaja principalmente con personas sin hogar, atendiendo a parados de larga duración, familias, inmigrantes, personas con problemas mentales, psicológicos o de adicciones y también pensionistas con ingresos muy bajos, entre otros colectivos.

Así, ha destacado que la labor desde Comedor es llegar a la raíz: “No nos quedamos en el plato de comida, sino que hacemos un plan de intervención social”, añadiendo que el objetivo es que “las personas encuentren solución a los problemas reales que las traen aquí”.

Asimismo, ha señalado que con los talleres, cursos, terapias y demás ayudas buscan “acompañar a la persona; aportar herramientas, habilidades y conocimientos; y hacer un seguimiento”, pero siempre condicionado a que “la persona se implique y trabaje su problemática”.

Por ello, la organización cuenta con varios trabajadores y unos 80 voluntarios para lograr que las personas que lo necesitan vean luz al final del túnel.

Por otro lado, en referencia a la señala época a la que nos encaminamos, el director ha resaltado que en “Navidad trabajamos con mucha intensidad”. El Comedor solo cierra los domingos, para descanso del personal y el 25 de diciembre y 1 de enero, “el resto de los días del año abrimos, independientemente de que sean festivos”, ha recordado.

“Intentamos que cuando haya un día festivo, las personas que están aquí también participen de esa celebración. Las personas que vienen aquí, muchos de ellos no tienen hogar, los días son todos iguales, entonces preparando un menú más especial para darle un toque de celebración al día”, ha alegado.

Así, ha puesto de ejemplo que en Nochebuena las familias se la llevaran a las casas un menú especial y el resto de personas van al comedor a disfrutar de una cena diferente. “Un menú que se asemeja a la cena de  Nochebuena que cualquier persona tiene, con productos muy especiales, estas personas por no tener recursos y estar atendidas en un comedor social no quiere decir que no tengan derecho esos días a tomarse unos langostinos y un plato de cordero en condiciones”, ha explicado Mapelli.

“La Navidad para nosotros es un esfuerzo enorme, tanto en recursos humanos como en económicos”, ha indicado.

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