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La devoción a San Blas

El pasado 3 de febrero fue el día de San Blas, obispo de Sebaste, que se dice salvó la vida a un niño agonizante que iba a morir ahogado por una espina...

Publicado: 05/02/2020 ·
23:11
· Actualizado: 05/02/2020 · 23:11
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Autor

Rafael Cámara

Rafael Cámara es presidente de la asociación Iuventa y comisario del programa de Viva Jaén 'Jaén Genuino'

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Campillejos es un blog que trata sobre la actualidad cultural y patrimonial de Jaén y su provincia

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El pasado 3 de febrero fue el día de San Blas, obispo de Sebaste, que se dice salvó la vida a un niño agonizante que iba a morir ahogado por una espina clavada en la garganta. Dice el refrán que “por San Blas, salen las viejas a pasear”. Antigua es la devoción a este santo. El origen en Jaén, capital del Reino, lo sitúa Rafael Ortega y Sagrista, en un delicioso artículo, en el desaparecido Convento de la Santísima Trinidad, ubicado en la calle del mismo nombre. En un retablo del Convento se veneraba su imagen. En la festividad del santo se daba a besar un relicario de plata que contenía una canilla del brazo de San Blas, certificada la autenticidad de la misma por una bula.

También existió en la Iglesia de San Juan una “Cofradía de San Blas y San Juan Degollado”, de las varias que se fundaron en la Reconquista para defender la ciudad y sus campos de los ataques de los nazaríes, encargándose también de recoger heridos y muertos en dichos enfrentamientos, para sanarlos o darles sepultura. La unión de “San Juan Degollado” a la devoción junto a “San Blas”, protector de nuestras gargantas este último, siempre me resultó un tanto curiosa.

En el siglo XIX desaparecerá el Convento de la Santísima Trinidad y la imagen de San Blas, junto a su reliquia, pasaría a la iglesia de Santa María Magdalena, donde estuvo hasta su desaparición en la Guerra Civil. No obstante el culto al Santo Obispo continuó perenne, en torno a una nueva imagen, conservando la antigua tradición de dedicar una novena al santo. Y como complemento, las célebres “Rosquillas de San Blas” que cada año, en torno al 3 de febrero, son bendecidas por los presbíteros de la Magdalena cumpliendo con tan antigua devoción popular. Después, tras su venta en el precioso patio de dicha iglesia parroquial, las rosquillas se repartirán por los domicilios de la capital, pasando a ser digeridas para prevenir y curar los males de garganta, en antigua creencia y tradición, de que las rosquillas de San Blas son milagrosas en estos menesteres.

Como dijera Ortega Sagrista: “!Oh, amado San Blas que con tus crujientes rosquillas, ofreces una nota de esperanza en tantas madres atribuladas, en tantos niños enfermos!”. O como decía mi abuela Manuela a nosotros, sus nietos: - ¡Niños, comeros una Rosquilla de San Blas, para que no os ahoguéis!”.

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