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La Taberna de los Sabios

Covip 19: Anatomía de una historia de terror

Toda la humanidad digital, supermoderna y global, tiembla de miedo ante una epidemia que podría devenir en fatal

Publicado: 26/02/2020 ·
10:17
· Actualizado: 26/02/2020 · 10:17
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Autor

Manuel Pimentel

El autor del blog, Manuel Pimentel, es editor y escritor. Ex ministro de Trabajo y Asuntos Sociales

La Taberna de los Sabios

En tiempos de vértigo, los sabios de la taberna apuran su copa porque saben que pese a todo, merece la pena vivir

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La gripe de Wuham, escuchamos por vez primera hace unas semanas. Una enfermedad exótica, pensamos, propia de esa China profunda que tanto desconocemos. Las noticias advertían de su especial virulencia, pero no le prestamos demasiada atención. A los pocos días, las imágenes de personas con mascarillas comenzaron a preocuparnos. ¿Y si…? Conocíamos el rosario de fallecidos, pero nos consolaban con aquello de que una gripe normal deja muchos más muertos cada año. No había que preocuparse, por tanto. Pero entonces supimos del aislamiento forzoso de millones de personas, del cierre de fábricas y colegios, de la cuarentena en hoteles, del salto del virus a otros países. Conocimos al causante de la gripe letal, el coronavirus bautizado por el simpático e inocente acrónimo COVIP19, que oculta, en verdad, al mayor asesino en serie de las últimas décadas.

Las teorías conspiranoicas no tardaron en surgir. Una mutación de un virus producida por la CIA para debilitar a su enemigo chino, bisbiseaban unos; una enfermedad creada por las farmacéuticas para forrarse, murmuraban otros. Tonterías, escuchábamos, se trata tan sólo de una gripe agitada por el sensacionalismo de la prensa para ganar audiencia y vender más periódicos. Y nosotros, entre opiniones encontradas, dudábamos entre ignorar el aviso o preocuparnos seriamente.

China cantaba a diario sus muertos. 1.000, 2.000, 3.000. Son muy pocos para un país tan poblado. Sí, le replicaban, pero no te fíes de las autoridades chinas, las menos transparentes del mundo. Multiplica por 10 o por 100 esa cantidad, si quieres acercarte a la verdad. ¿Quién demonios tiene razón? Y mientras deshojábamos la margarita, las compañías aéreas suspendían vuelos, los restaurantes chinos tenían que cerrar sus puertas y nos asustábamos de orientales, como si de peligrosas bombas biológicas se trataran.

La OMS dijo al principio que no se trataba de una pandemia, para advertir después de que nos encontrábamos cerca de algo parecido al punto de no retorno. Los sabios, al parecer, tampoco sabían muy bien del todo de qué iba este asunto del virus maldito, que, además, nos salió viajero. Japón, Corea, Australia, Europa, Irán… Rusia cerró las fronteras con China, Japón con China, Irak con Irán, donde los muertos comenzaron a hacerse públicos, entre críticas de algunos de sus diputados por su irresponsable ocultamiento.

Pero, a pesar de toda esta movida, aún lo considerábamos como un peligro lejano, como de algo que les afectaba a ellos, pero que nunca podría hacernos daño a nosotros. Y, entremedias, nos regodeábamos sádicamente con la historia de terror de vivida por el crucero encapsulado en Japón, en el que sus pasajeros, como en la novela “Diez Negritos”, de Agatha Christie, iban enfermando uno a uno. Y, entonces, saltó la noticia que de verdad nos hizo temblar. El virus hacía de las suyas en el norte de Italia. Los muertos comenzaron a conocerse, el carnaval de Venecia se suspendió, Milán se paralizó, y la bolsa mundial experimentó un verdadero lunes negro, con un desplome inesperado. Esta vez, sí, temblamos de miedo. El virus ya estaba cerca, jodiendo la vida a algunos de los nuestros. Y, por aquello de las barbas de tu vecino, como hubiera pasado antes en docenas de países, corrimos a las farmacias a comprar mascarillas encarecidas.

¿Qué pasará? Nadie lo sabe o, por lo menos, nadie nos lo dice. Toda la humanidad digital, supermoderna y global, tiembla de miedo ante una epidemia que podría devenir en fatal. Y, cuando alguien nos habla de la Peste Negra de 1348, cuando decidimos que no podemos vivir con pánico. Prudencia, sí, pero histeria no.

 

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