Nunca ha resultado tan creíble Pedro Sánchez como el día en que se refirió a su previsible problema de insomnio, y al de la mayoría de los españoles, caso de verse obligado a formar gobierno con Pablo Iglesias. Aquella confesión le valió para consolidar su liderazgo ante las urnas y recuperar la confianza de parte de un electorado que creyó en poder dormir mejor por las noches si elegía la papeleta del PSOE.
Ya sabemos que Sánchez pasó de la credibilidad al pragmatismo -otros lo llaman engaño-; de ahí a la confusión y, llegados al presente, a una falta total del sentido de la épica con la que afrontar momentos tan adversos. Sus comparecencias semanales a la hora del telediario son un auténtico somnífero, una especie de contribución a que optemos por una siesta calmada después, se entiende, de haber quitado el sueño a todos esos españoles a los que se refirió en su momento. Y sin embargo, no podrá tener queja del comportamiento ejemplar de la mayoría de españoles a la hora de cumplir con las indicaciones del Gobierno, incluidos los que lo critican, en un ya necesario ejercicio ante la falta de autocrítica por parte del ejecutivo.
Tras cinco semanas de confinamiento, seguimos aguantando como campeones encerrados en casa, pero ya resulta imposible desligar la evolución de la pandemia de la actuación del Gobierno. Hay quien lo ha usado como coartada envenenada para practicar un electoralismo tan incendiario como innecesario en estos momentos -llámese Vox-, aunque lo importante es que todos vayamos tomando nota, de unos y otros, porque ni el propio ejecutivo escapa a cierto afán electoralista ante determinadas medidas que revelan el difícil equilibrio de fuerzas que se ejerce entre sus socios: parece evidente que algunos duermen mejor que otros.
Dicen que quien fuerza su propio destino va en busca de su propia pérdida, y no resulta aventurado aplicarlo al caso de Pedro Sánchez, pero tampoco hay que olvidar que, frustradas en el pasado otras opciones -la de Ciudadanos, por ejemplo-, la alianza natural del PSOE era con otro partido de izquierdas, por mucho que el propio Sánchez intentara evitarlo. Lo que sí cuesta más admitir es que no sea el PSOE, sino Unidas Podemos, quien esté marcando al Gobierno parte esencial de la agenda que hay que poner en práctica en mitad de la crisis sanitaria, como si Pablo Iglesias fuese Jafar, el gran visir de Ágrabah, y Sánchez el sultán de Moncloa al que manipula con su cetro mágico para imponer sus políticas desde el poder. En realidad es el pago del peaje por una alianza sin la que el PSOE ahora estaría solo frente a todo un país como único responsable ante la crisis, aunque hay remedios que pueden ser peores que una enfermedad.
Lo cuenta Finn Kydland, premio Nobel de Economía, en una entrevista publicada en La Vanguardia: “Los políticos no tienen que dar más miedo que el virus. Tienen que pactar; ponerse de acuerdo y generar previsibilidad y expectativas de crecimiento a largo plazo. El inversor solo invierte en serio en un país cuando puede prever que si invierte x dinero en x años, ganará x y pagará x impuestos. Esa es la clave. Ser predecibles. Me dieron el Nobel por demostrarlo: se llama “consistencia temporal” y hace que los países aburridos que salen poco en las noticias generen riqueza y los que salen mucho, la destruyan. La enemiga de la prosperidad es la incertidumbre que genera la mala política”.
Obviamente, cuando Kydland se refiere a “los políticos” alude a todos, no solo a los que gobiernan, porque a todos compete llegar a pactos que generen “previsibilidad y expectativas de crecimiento”, pero cuando habla de “ser predecibles” apunta directamente a la capacidad de acción del Gobierno, y lo único que podemos predecir en la actualidad es la ruina que se ha instalado ya en muchos sectores productivos del país. Y sí, en estos momentos hay que estar con el Gobierno, cumplir con las medidas excecpionales que nos traslada y confiar en el éxito de su gestión frente a la crisis sanitaria, pero sin que pierda de vista “la incertidumbre que genera la mala política”.