Pese al amplio despliegue policial, cientos de opositores reformistas aprovecharon la efeméride para citarse en diversos puntos de la capital y retomar la movilización contra la reelección del presidente, Mahmud Ahmadineyad, que consideran fruto de un fraude masivo.
Uno de los puntos de mayor violencia se centró en la plaza de Haft-e Tir donde, según los testigos, algunos manifestantes lanzaron piedras contra los agentes cuando éstos trataron de dispersarlos con disparos al aire, gases lacrimógenos y porras.
De acuerdo con su relato, cerca de una veintena de personas fueron detenidas y varias más resultaron heridas en los disturbios, similares a los ocurridos el pasado junio tras conocerse el polémico resultado electoral.
Los opositores, seguidores del movimiento verde que lidera el candidato reformista derrotado Mir Husein Musavi, recuperaron el grito de “muerte al dictador”, agregaron, en una ciudad que amaneció tomada por las fuerzas de seguridad.
Bloques de hormigón y varios cordones policiales impedían el acceso a las principales arterias de la metrópoli, atestadas de efectivos antidisturbios, voluntarios islámicos basij armados con porras, reclutas y miembros de los cuerpos de elite, algunos cubiertos con pasamontañas.
Además, agentes y milicianos paramilitares islámicos patrullaban en moto las zonas aledañas y facilitaban la llegada de los autobuses a los alrededores de la antigua embajada norteamericana en Teherán, donde el régimen escenificó la habitual manifestación del denominado “día contra la arrogancia mundial”.
Miles de personas, en su mayoría estudiantes y miembros de las milicias basij, se concentraron frente a los muros de ladrillo rojo de la finca, donde jaleados desde un púlpito gritaron “muerte a Estados Unidos”, “muerte a Israel”, "muerte a los ingleses" y quemaron una bandera de EEUU.
Desde el estrado, un portavoz recordaba que Estados Unidos es el principal enemigo de Irán y que los treinta años de resistencia de la República Islámica “demuestran que la democracia islámica es un ejemplo para el mundo”.
A ambos lados de la calle, un mar negro de jóvenes mujeres ataviadas con el característico Chador y hombres y adolescentes, muchos en uniforme militar, prometían defender con su sangre al líder supremo de la revolución, ayatolá Alí Jameneí.
El cuatro de noviembre es una fecha clave para el régimen iraní, que ha crecido durante los últimos años envuelta en la retórica antiestadounidense
En aquella turbulenta jornada de 1979, que marcó un antes y un después, estudiantes islámicos de la línea del Imam Jomeini, adalid de la revolución, asaltaron la sede de la legación norteamericana, donde retuvieron a 52 personas durante 444 días.
Seis meses después de la toma, ambos países rompieron sus lazos diplomáticos. Desde entonces, el grito de “muerte a Estados Unidos” resuena en mezquitas, manifestaciones y actos públicos, e incluso está grabado en un enorme mural pintado sobre la fachada de uno de los edificios altos del centro de la capital. Washington es, además, el “gran satán” en el vocabulario de la mayoría de los responsables iraníes.