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El Loco de la salina

Pasen y vean

Siempre hubo personal solicitante de ayuda, pero, como se está viendo últimamente, ni hablar.

Publicado: 02/05/2021 ·
21:21
· Actualizado: 02/05/2021 · 21:26
Autor

Paco Melero

Licenciado en Filología Hispánica y con un punto de locura por la Lengua Latina y su evolución hasta nuestros días.

El Loco de la salina

Tengo una pregunta que a veces me tortura: estoy loco yo o los locos son los demás. Albert Einstein

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Desde que me dan permiso en el manicomio para salir de paseo, no recuerdo haber visto tanta gente en las calles de La Isla dedicada a que los demás le echen un cable. Siempre hubo personal solicitante de ayuda, pero, como se está viendo últimamente, ni hablar. Es algo alucinante. Intentaré describir la realidad de cualquier día en las calles cañaíllas más céntricas.

Las rumanas aparecen cuando menos te las esperas pidiendo directamente o vendiendo almanaques del corazón de Jesús. Del tirón te encuentras a alguien en el escalón de una casapuerta con un vasito de plástico que contiene un par de monedas cuya misión es hacer ruido y que hace las veces de hucha improvisada. No has recorrido cuatro pasos, cuando te asalta un señor no demasiado mal vestido diciendo que le ayudes con lo que sea. Suenan instrumentos; un clarinete con una guitarra ocupa una esquina con la funda de la guitarra abierta para recoger las monedas correspondientes.

No acabas de salir de tu asombro, cuando se te acerca un joven sucio a reventar y mejor definido como guarro, que te tiende la mano como diciendo que qué pasa, que le des algo, porque de algo tiene que vivir. Inmediatamente pasa por tu vera con una rapidez increíble la de los pies ligeros, la que anda más que todos los relojes de Serván juntos y separados. Lleva una matita de romero gitano o una estampita de algún santo milagroso. Casi no te da tiempo a decirle que no, porque va como una bala y sigue rápidamente su eterno camino sin descanso ni paradas en busca de otro pagano.

Esta vez las preguntas te llegan por el centro de la calle, una pareja de jóvenes con una carpeta te mira fijamente y te pregunta si tienes un minuto. Ya sabes que te van a hablar de niños africanos que necesitan de todo, pero uno aprieta el paso. Y es que un poco más adelante hay otra pareja que va a lo mismo. De pronto suenan dos guitarras; es una pareja que interpreta canciones variadas; él hace el punteo y ella lleva los acordes; a sus pies el botecito para que se echen las monedas. En las puertas de la iglesia rondan los que esperan que los cristianos, que se supone son gente de caridad, suelten la limosna con mayor disposición. Una señora, con su pequeño equipo de megafonía, imita a la Pantoja y muchas veces lo hace mejor que ella y con menos rollo.

Con la música todavía en la cabeza, un señor muy grueso te llama con mucha educación y te dice: oiga, perdone, ¿le puedo hacer una pregunta? Uno escucha. Y la pregunta termina con un ruego: que te retrates.

Cerca te espera un señor bien peinado y fumando, que te pide diez céntimos, porque tiene que coger el autobús y le falta un euro. Otro espera metido en la funda de un oso blanco grande a que pasen los niños pequeñitos que son los que se asombran y hacen que los padres se paren, se rían y suelten el esperado detalle.

En resumen, hay tanta gente que te asalta de trecho en trecho como nunca se había visto en La Isla. Se necesitaría un cerebro muy pendiente y un saco de monedas para ir por la calle como los Reyes Magos dando monedas en lugar de caramelos. Los locos estamos convencidos de que junto a verdaderas necesidades existe también mucha cara. Hay que estar bastante loco para vivir ahí fuera con la movida que se respira en el ambiente. Y si lo dudan, pasen y vean.

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