No nos respetan. No nos respetaban y siguen sin respetarnos, escucho con frecuencia al periodista Antonio Yélamo, director de la Cadena SER Andalucía, de quien siempre recuerdo –por el impacto que me causó esa frase- su denuncia en una entrevista en el periódico El País cuando fue nombrado jefe de informativos de esta cadena de radio en nuestra comunidad. La memoria me juega una mala pasada y no soy capaz de reproducir la literalidad de sus palabras en el año 1997, pero tengo grabado el mensaje que lanzó: ‘Tiene menos repercusión la botadura de un gran petrolero en los astilleros de Cádiz que mover cuatro hierros en El País Vasco’. Ese lamento mantiene tristemente su vigencia, pero con el agravante de que, si antes no reconocían nuestros méritos, ahora estamos perdiendo también las pocas oportunidades que teníamos de demostrarlo. Los intentos por acabar desde Andalucía con el yugo del clasismo territorial manifestado en todos los escenarios influyentes de decisión han resultado infructuosos en la mayoría de las ocasiones. Ya lo denunció en su discurso el Hijo Predilecto de Andalucía Guillermo Antiñolo: “No importa lo que hagas: eres el Sur. Una mirada difícil de cambiar todavía hoy porque cierto clasismo territorial no quiere cambiar un statu quo impuesto, en el que los andaluces parecen vetados para la prosperidad, la vanguardia y el descubrimiento. Como si la inteligencia, la destreza y el emprendimiento fueran valores exclusivos de otras comunidades o territorios”.
De todo ello hemos sido testigos nuevamente los andaluces esta pasada semana con las dos caras de la moneda de Airbus. Tan solo unas horas después de que centenares de trabajadores de las factorías de Puerto Real se manifestasen en defensa de la continuidad de esta planta gaditana, el gigante aeronáutico presentaba su tercer mayor complejo industrial de Europa con el aplauso cómplice e hiriente del Rey de todos los españoles y del presidente del Gobierno de todos los españoles. Sin embargo, durante este acto se olvidaron de que los andaluces somos españoles, como la veintena de empleados y sindicalistas de la factoría gaditana que se desplazaron a este municipio madrileño, pero a los que vetaron acceder al flamante complejo aeronáutico con sus pancartas “Puerto Real no se cierra”.
Y si Felipe VI y Pedro Sánchez se equivocaron de plano validando con su presencia la nueva demostración de clasismo industrial, qué decir de la actitud de la Junta que, al igual que con Abengoa, ha dado la sensación -hasta que vio las barricadas ardiendo en los accesos a Cádiz- de que le daba igual que cayera una planta centenaria.