Encajada en un estrecho valle rodeado por los cerros de Rompezapatos, El Marroquí y La Martina, elevaciones todas ellas que rondan o superan los 1.500 metros de altura, se encuentra la Hoya de Charilla. Esta esquina nororiental de Alcalá, rodeada de los términos de Castillo de Locubín, Valdepeñas y Frailes, a unos siete kilómetros de la aldea de Charilla, sigue siendo a día de hoy el rincón más aislado del municipio. En ello, tradicionalmente, han influido la difícil orografía y las precarias vías de comunicación para acceder hasta este enclave, apenas un racimo de casas y cortijadas dispersas. Aprovechando su agreste belleza, La Hoya experimentó un florecimiento turístico hace cosa de tres lustros, con la apertura de alojamientos rurales y hasta un concurso de tiro con honda que adquirió cierto carácter notorio, sobre todo por su singularidad, y que acabaría perdiéndose. Este lugar apartado y salvajemente bello fue punto de paso de lo que se conocía popularmente como “Camino de los Pescadores”, la ruta por la que los mercaderes traían, en sus colmados serones y alforjas sobre mulos, el pescado desde la costa de Málaga, para ir vendiéndolo por los pueblos que hallaban a su paso, hasta llegar a Jaén. Los restos de una venta testimonian, aún hoy, este lejano pasado. También quedan atrás los años en que estas angosturas se destilaba el espliego para la elaboración de perfumes, de lo cual todavía hoy es remembranza el Portillo de Alhucema (que precisamente significa espliego), y las duras décadas en que esforzados hombres extraían el carbón de una mina ubicada en la zona.
Hace años, atraído por el encanto del lugar, Eduardo Díaz adquirió en La Hoya de Charilla el cortijo Covatillas. “No tuve la suerte de vivir aquel auge del turismo, ya que en aquellos tiempos solo pasaba por allí de ruta en bicicleta, siempre maravillándome por la belleza de la zona y su aislamiento. Ahora mismo, en cuanto al turismo rural por aquí, parece que está un poco tranquilo en comparación con otros lugares que he visitado. Llegar aquí puede estar un poco lejos si no estás acostumbrado, y la carretera, bueno, digamos que no es de las más suaves. Además, la cobertura del teléfono móvil brilla por su ausencia, lo que nos deja prácticamente incomunicados, algo que en estos tiempos no debería ser así”, reconoce.
Por pura afición y disfrute, Eduardo tiene tres cabras en su cortijo. Este animal es casi un símbolo del lugar. En otros tiempos eran muchos los cabreros que aprovechaban la bonanza climatológica de La Hoya, su altitud y la abundante vegetación, para criar aquí su ganado, algo que ha ido desapareciendo progresivamente. “Me encanta charlar con los vecinos y escuchar sus historias sobre el pasado de la zona. En tiempos pasados, había muchos más ganaderos, tanto pequeños como medianos. Sin embargo, en la misma Hoya de Charilla, hoy en día, hay muy pocos. En términos de negocio, solo queda Alfonso, el hijo del propietario del hotel, y un poco más arriba hay otra explotación. Por afición solo queda mi vecino José Antonio, quien tiene cinco ovejas. Hace unos años sí que tenía su explotación caprina, pero esos tiempos ya pasaron. Y bueno yo, que tengo tres cabras por puro amor a la especie, las cuales disfruto sacándolas a pasear y escuchando el sonido de sus cencerros, manteniendo así viva la tradición ganadera de la zona”.
Eduardo puede considerarse una rara avis. “Puede que sea un poco inusual tener un cortijo, tres cabras y algunas gallinas, así que podría considerarme una excepción. Pero estoy seguro de que a muchas personas les gustaría disfrutar de este estilo de vida. Creo que lo más complicado es tener acceso a la tierra, cuidar de los animales y, quizás, tener la iniciativa para llevarlo a cabo. Para mí, durante muchos años, tener cabras y un cortijo en la sierra fue un sueño, ¡incluso tenía un cencerro cerca de mi ordenador donde trabajo para recordarme que algún día lo lograría!”, asegura.
Pese a todo, también reconoce las carencias de este bello rincón del término. “Sin lugar a dudas, lo que más necesitamos aquí es cobertura, algo tan básico pero que a menudo damos por sentado. Además, sería genial que arreglaran la carretera y le dieran un buen asfaltado, al igual que hacen con otras carreteras de montaña, no un parcheado. En mi opinión, no necesito mucho más, ya que en la Hoya de Charilla, disfrutamos de una increíble naturaleza, animales de todo tipo, la paz y tranquilidad que solo un entorno rural puede ofrecer, y por supuesto, la amistad de nuestros buenos vecinos. Para mí, esto es verdaderamente un paraíso”, concluye.