Aún me conocen ustedes poco aunque cada vez me van conociendo más. Muchos de ustedes me conocen más por esta columna en la que, periódicamente, les cuento mis opiniones y ocurrencias que por mi obra como escritor (lógico siendo aún novel). Es por eso que suelo presentarme como escritor erótico, pues tal es la temática de mi primer libro y del segundo, que saldrá a primeros de año. Esto puede parecer irrelevante de cara a los temas de los que voy a hablarles hoy; sin embargo, sí me dota de cierto conocimiento para diferenciar el erotismo que yo escribo de la pornografía descarada que invade nuestro panorama político y social.
Hay quien no diferencia entre erotismo y pornografía. Cuando publiqué mi primer libro, Nombres de Mujer, hubo quien lo tildó de pornográfico por contener relatos bastante explícitos. Sin embargo, lo que lo convierte, más bien, en erótico es que cada historia picante que aparece viene precedida por una historia que es la que provoca la tensión erótica que se disparará cuando se llegue a los párrafos más carnales y fluidos. La pornografía suele ser más descarada y la historia pierde la importancia cuando no desaparece directamente. Es por ello que yo tildo de pornográfico (que no erótico) el despliegue mediático que lleva años en Argentina jaleando y alimentando el odio contra todo lo que huela a izquierdas hasta el punto en que un descerebrado intente matar a Cristina Fernández de Kischner. Nada que a nosotros, como españoles, no nos suene.
Acusaciones de corrupción aún por demostrar, tertulias (que no debates) donde se la ha demonizado hasta la saciedad... Se ha construido un relato sin apenas argumento para azuzar el odio de un sector de la población que, aunque minoritario vistos los últimos resultados electorales, hace ruido y porta armas según se ve. Algo que me recuerda a cuando aquí se azuzó al odio contra Pablo Iglesias por parte de los medios (ahí siguen Ferreras e Inda pese a todo) hasta que soportó el acoso de decenas de fascistas en su casa durante casi un año. O, directamente, al personaje de Goldstein en la inmortal 1984 de George Orwell. Pornografía en la construcción del relato, en la difusión del odio y de la negación o justificación de los hechos una vez producidos. Esto ocurre cuando un sector ideológico controla los medios de comunicación para influir en la opinión pública, no argumenta las posturas y les basta con apelar a la víscera y las emociones. El erotismo seduce mediante la insinuación y cierto argumento. La pornografía, simplemente, trata de calentar de forma más burda, rápida y mostrando lo que haga falta para excitar al
espectador: justo lo que hacen los medios controlados por la derecha y la ultraderecha con las emociones de su público. Su estrategia no es otra que “poner cachondo el odio” de su audiencia.
Otro ejemplo de la confrontación entre erotismo y pornografía lo tenemos en el debate celebrado ayer en el Senado entre el líder (o eso dice) de la oposición, Alberto Núñez Feijóo y el Presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. Mientras que el ex presidente gallego buscaba un ejercicio de onanismo proponiendo un debate al que esperaba que Sánchez se negara, este recogió el guante, se lo puso y luego imitó dos icónicos momentos de la Gilda de Rita Hayworth: primero se quitó ese mismo guante con la erótica que da la solvencia en los argumentos y, luego, abofeteó con contundencia las premisas vacías de la cabeza del PP. No es cuestión de sectarismo, para muestra la sandez sobre la regla de gasto y las pensiones o la falacia sobre el Gobierno “forrándose” con los impuestos pese a que su mayoría se destine a las autonomías, una de las cuales ha gestionado el propio Feijóo durante trece años. “¿Solvencia o mala fe?”, preguntaba Pedro Sánchez una y otra vez. Yo se lo contesto: mala fe. La solvencia la da el conocimiento y Feijóo, como cualquiera que gestione, no es tonto. Será más o menos capaz, pero tonto no es. Feijóo miente a sabiendas. Sánchez suele ser un ligoncillo de discoteca del montón, pero ayer el debate lo convirtió en un seductor al estilo de Richard Gere... y su rival lo convirtió en Nacho Vidal. Ya me entienden ustedes.
Es pornográfica la deriva que ha tomado el PP de un tiempo a esta parte. Rajoy, por ejemplo, era un maestro en el arte de parecer tonto sin serlo y, con cada frase “célebre”, caer bien. Te iba a joder igual, como cualquiera que gestione en base a los principios neoliberales, pero te seducía con esas frases sin sentido y su disfraz de inocentón al que hubiera que desflorar. Pablo Casado trataba de ser el Christian Grey de la política española: apariencia de galán, contundencia dialéctica (“felón” es de esas palabras que se quedan marcadas)... a él le salió mal que cierto caso relacionado con unas mascarillas le quitara la fusta y lo convirtiera en el sumiso de Díaz Ayuso, la que manda en su partido. Feijóo ha salido, directamente, en pelotas y sin depilar: no esperaba el debate, no esperaba las réplicas coherentes y documentadas que recibió y alguien ha tenido que prestarle unos calzoncillos para tapar sus vergüenzas. Un slip blanco tipo Alfredo Landa. Que eso más que pornografía es retro vintage, pero ya lo hablaremos otro día.