Inmersos en la herejía

Publicado: 19/01/2025
Autor

José Chamorro López

José Chamorro López es un médico especialista en Medicina Interna radicado en San Fernando

Desde la Bahía

El blog Desde la Bahía trata todo tipo de temas de actualidad desde una óptica humanista

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El ser humano está cavando su propia fosa sin que sus latidos intelectuales se hayan detenido
Estamos acostumbrados a que con frecuencia nos informen los paleontólogos sobre nuevos descubrimientos de fósiles humanos, cada vez de mayor cuantía de años de aparición. Sin embargo, no somos viejos, ni la inocencia de la niñez está ya con nosotros.

El siglo XX, no tan lejano, ha sido tan prolijo en conocimientos como en enfrentamientos armados y hubo más genocidas ocultos por la parcialidad de la historia, que los que salieron a la luz. La memoria permite más sesgos que una película en los tiempos de censura y, según soplen los vientos políticos, se nos dan a recordar los hechos que en ese momento más interesan. Las mayorías imponen leyes, las minorías no precisan de un VAR para ser anuladas, el miedo se encarga de mantenerlas aisladas en su esclavo refugio.

La superficialidad de la vida actual, de la historia día a día, que es la mejor definición de los que llamamos “política”, está mediada por una mediocridad en la que es más importante el envoltorio que lo envuelto, el color del ideal que la importancia de las ideas, las pendencias que los valores. La pereza, la zanganería y la ignorancia se contagian más que los procesos virales.

El pez grande se come al chico, aunque algunas veces se le indigeste la presa. Las masas arrasan, las individualidades se pliegan. La resignación es una cobardía disfrazada de pacifismo. Al final las alabanzas, medallas, pasquines personales, nominaciones de avenida y avances conseguidos en cualquier terreno, socio-cultural y sobre todo los cargos, son gran parte de las veces parte de las veces para “don nadies” bien relacionados, que no hacen sombra a la nimia luz del que manda, que como vela en un sótano, no te deja ver con claridad los recovecos engañosos que este espacio contiene.

Un mártir inesperado ha hecho su aparición en la escena de la vida cotidiana. Una facultad del alma, la memoria, está a punto y además de manera irreversible de recibir sentencia de decapitación. Antaño héroe, cuando el aprendizaje se basaba en ella y se adulaba a aquellos que se sabían literalmente y una a una, las páginas de los libros y el total de sus palabras, ahora se le señala con el dedo como algo inservible por la reducida capacidad de su espacio para mantener datos, recuerdos y saber, pasando a ser considerada objeto de curiosidad y nostalgia en las estanterías, como enciclopedias o textos.

El júbilo de la vulgaridad supera a cualquier sonido explosivo. Los “codos” por fin muestran sin sonrojarse su pereza y la luz de los flexos se esconde para no padecer caída precipitada. Los suspensos están en sus últimos suspiros. La ignorancia se ha reencarnado en las “maquinitas” que los avances técnicos y científicos han originado. El estudio se ha sustituidos por la palpación digital de unos botones y las preguntas sobre cualquier cuestión, social, laboral o cultural se obtienen en minutos -o segundos- con solo, como si se tratase de un clásico piano, hundir el pulpejo de los dedos y combinar de manera adecuada y en connivencia, las letras del teclado.

Ya no hay que saber extraer la raíz cuadrada de un número de ocho dígitos, ni retener en la memoria la fecha y los hechos de la batalla de Tolosa, ni la tabla periódica de los elementos, ni las románticas golondrinas de Bécquer. Ya todo no está en los libros, sino en los ordenadores, tablet o móviles y el desprecio o aprecio como embellecedor de los muebles de maderas ha sido la tumba del saber en los “papiros”.

El asombro no se ha hecho esperar, por ahora, la última invención. La Inteligencia Artificial es el “becerro de oro actual” y sin la posibilidad de que aparezca un “moisés” con sus tablas para poder derribarla. La palabra “maravilla”se repite sin cesar ante este descubrimiento. Los nostálgicos se dejan decir “hemos sido vencidos”, los progresistas iluminan su mirada previendo un futuro  cada vez más alejado del ser humano y más cercano de la tecnología y las ciencias.

No queremos ni sabemos leer. No se pone en marcha por “sordera intelectual” a la inteligencia y se ha abandonado el deleite y la belleza que la poesía nos comunicaba al ser esta suplantada por párrafos prosaicos de metáforas malversadas. El ser humano está cavando su propia fosa sin que sus latidos intelectuales se hayan detenido. Si hubiéramos leído las rimas becquerianas. “Lo que el salvaje que con torpe mano/ hace de un tronco a su capricho/un Dios/y luego ante su obra se arrodilla/eso hicimos tú y yo”.

Nos dan un bloque de mármol - los conocimientos técnicos y científicos -, lo esculpimos - ordenadores, móviles... inteligencia artificial - y luego nos arrodillamos ante lo conseguido, lo adulamos y le presentamos nuestras credenciales de rendición, olvidando que sin la inteligencia humana, la artificial no hubiera sido “alumbrada”. Somos herejes, no por convencimiento sino porque no tenemos capacidad para ser creyentes de nuestras propias posibilidades. Ese es el origen de la mediocridad y la ignorancia.

En situaciones semejantes a estas en la antigua Grecia, Socrates se dejó decir: “Solo hay un bien, el conocimiento. Sólo hay un mal, la ignorancia”, pero esta última era en aquel tiempo por “omisión voluntaria”. En la actualidad lo es, por dependencia. Ya somos máquinas con saber, antes eramos almas con sabiduría. Y la metáfora tenía el duende de una media verónica en el albero sevillano.

 

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