En la extraordinaria diversidad de opiniones que muestra el género humano cabe, por aquello de andar por casa sin perderse, establecer algunas categorías de pensamiento. Un de ellas lo fía todo, absolutamente todo, a una voluntad externa a las personas que las lleva y las trae según le da. Para esta categoría lo que comúnmente se denomina azar no existe. Todo, absolutamente todo, lo que le ocurre a cualquier ser humano obedece a un plan previamente establecido y del que las personas son meros actores de los papeles que se le adjudican. Hay quien se cree que todo lo que acontece es voluntad de la divinidad o del universo. Incluso aquello que por propia voluntad las personas realizan. Los invisibles designios de los dioses o fuerzas siderales, utilizan todo lo que está en su mano (que es todo) para que su voluntad, sus deseos, su plan, se ejecute. Dentro de esta manera de ver las cosas, un conjunto de creyentes, critican a quienes mutan la divinidad por el “universo”. Este colectivo está convencido de que todo lo que les ocurre es porque el “Universo” lo pretende. Al fin y al cabo los “divinistas” y los “universistas” coinciden en transferir la responsabilidad de sus actos a un ente externo, una fuerza ajena a ellos. Un extraña e ignota voluntad que dispone de ellos como piezas de ajedrez totalmente desconectadas de quienes con ellas juegan.
No queda ahí el asunto, ya que hay quienes incluso atribuyen el origen de los efectos generados por cualquier acontecimiento, voluntario o accidental, a la misma persona que los sufre. Un ejemplo sacado de una web “sanadora” de internet: “Un esguince es una lesión articular causada por la ejecución brusca de movimientos que rebasan los límites fisiológicos de la articulación, sin dislocación permanente. Se manifiesta como un dolor agudo, intermitente. Las articulaciones más afectadas son el tobillo, la rodilla y la muñeca.” ¿La ejecución brusca es voluntaria o accidental? Aquí comienza un curioso discurso: “La persona que se ocasiona un esguince se siente obligada a ir en cierta dirección (piernas) o a hacer algo (manos) en contra de lo que quiere realmente. Se deja dirigir, va más allá de sus límites y siente que no puede decir "no" a los demás. Tiene miedo de no respetar ciertas normas. Su esguince le da la excusa necesaria para detenerse… “ La entrada del “psicologismo” en escena es digna de alguna reflexión. En primer lugar hay que asumir que es posible al menos dos maneras de situarse ante un accidente: a) Se entiende que las personas de forma consciente no se autolesionan. b)Si voluntariamente, por ejemplo, se pone la mano en el fuego y se produce una quemadura, por aquello de demostrar que se es inmune al dolor, no queda más remedio de reconocer que la causa primigenia es la idiotez de ese comportamiento. Descontando la idiotez como origen del accidente y descartando que eso del accidente exista realmente ¿qué queda? A la vista de cómo discurren quienes piensan en planes divinos o designios del universo, aparece la evidencia de que hay otra tercera opción que se sostiene en el Psicologismo. El inconsciente es invocado para, sólo o en combinación con las otras dos opciones, explicar por qué se dobló el tobillo aquella persona. Porque quien se accidenta es poque “se siente obligada a ir en cierta dirección (piernas) o a hacer algo (manos) en contra de lo que quiere realmente” ¿Quién la obligaría a ello? ¿Por qué o para qué “Se deja dirigir” para ir “más allá de sus límites”? Más que curiosa es la relación causal que este psicologismo establece entre una esfinge con ese sentir “que no puede decir "no" a los demás” o con un “miedo de no respetar ciertas normas”. La conclusión es de cajón para quien así discurre : “Su esguince le da la excusa necesaria para detenerse…“ ¿Y todo, absolutamente todo, aunque pudiera ser fortuito, se origina en quien se lesiona?
Y, aunque parezca extraño, hay quienes parecen encontrarse en las antípodas de estas visiones psicologístas. Suena aquello de que “cualquier desastre es una oportunidad”. Algo de cierto, encierra este “axioma”, ya que por trágicos que sean sus efectos siempre el reflexionar sobre las causas de una catástrofe puede permitir llegar a prevenir otras a futuro. En esa línea se sitúa el artículo titulado “Una oportunidad para reflexionar sobre los desastres naturales”, autor Loris de Nardi, -Investigador del Instituto Cultura y Sociedad Marie Curie de la Universidad de Navarra-. “Las catástrofes relacionadas con amenazas de origen natural siempre son el resultado de las acciones y las decisiones humanas. Hablar de “desastres naturales” lleva a suponer que los acontecimientos desastrosos relacionados con amenazas de origen natural, como terremotos, inundaciones, incendios forestales, entre otros, se deben a fuerzas naturales poderosas o sobrenaturales que actúan irremediablemente contra los humanos. Es decir, vehicula una mala interpretación de la realidad que, en lugar de responsabilizar a la población, la hace vulnerable al fatalismo e inmovilismo.” https://www.unav.edu/opinion/-/contents/06/11/2022/ una-oportunidad-para-reflexionar-sobre-los-desastres-naturales/content/CnBM7sduyZOb/ 41745947. Del mismo autor el texto “El caso fortuito: fundamentos culturales y religiosos de una categoría jurídica y de una cosmovisión” publicado por la Universidad Católica de Valparaíso (Chile) file:///C:/Users/Usuario/Downloads/Dialnet-ElCasoFortuito-7662980.pdf pretende demostrar “que el caso fortuito se plasmó a partir de las creencias divinas y sobrenaturales de los antiguos griegos y romanos; (jurista romano Gayo (siglo II d. C.),” conservándose “durante el primer periodo cristiano, como demuestra el Corpus Iuris Civilis de Justiniano (siglo VI d. C.)” Quedando la “cosmovisión pagana relativa a los desastres” en la tradición cristina medieval, (normas Siete Partidas) hasta hoy día.
Una línea de indagación, el proyecto LOWRISK (financiado por el programa de investigación e innovación Horizonte 2020 de la Unión Europea en el marco del acuerdo de subvención Marie Skodowska-Curie), pretende demostrar como “durante los siglos XVIII y principios del XIX la reforma de la responsabilidad civil, que resulta en una reducción progresiva de las circunstancias que permitieron considerar un incendio como caso fortuito, jugó un papel determinante en la reducción progresiva del riesgo de incendio”. Como casi todo, la medida es muestra de virtud, por lo que llegados a este punto sea por unos o por otros la conclusión, casi inevitable, es: La culpa es tuya no lo dudes. ¿Tropiezas, te caes, te tuerces el tobillo? Si no vas por ese camino no te hubiera pasado ¿Se abre el abismo bajo tus pies por un terremoto? No haber estado allí en ese momento. ¿Viajas en el Titanic y te ahogas? No haberte embarcado. Te pongas como te pongas la culpa siempre será tuya. Con independencia de lo que escriban psicologístas, divinistas, universistas… tas.
Fdo Rafael Fenoy