Cambio baby escolar por traje de camuflaje
Jerez sigue empeñada en venderse al mundo como la ciudad de los conflictos y abnegada bajo el síndrome de una huelga general permanente
Pertenezco a una profesión con el don de despellejar al compañero de la mesa de al lado a poco que se levante para ir a tomar un café. Esta semana lo han hecho con un tal Antonio Alemany, autor de discursos que después él mismo se encargaba de elogiar en prensa una vez pronunciados por quien pagaba, Jaume Matas -con el dinero de todos los mallorquines-, por los servicios prestados.
La historia es digna de fábula, con el propio Alemany hundiéndose en la ciénaga por el peso de las riquezas con las que pretendía escapar bosque adentro, y Matas acorralado por el justiciero de turno al final de un pasillo sin vía de escape. Es ruín y degradante, sí, aunque muchos de los que le han criticado dedican buena parte de sus análisis a elogiar con idéntico énfasis a otros iluminados de la política, aunque no les escriban los parlamentos. Les honra el no hacerlo a cambio de dinero, sino por convicción.
Qué don -otro más-, el de tener las convicciones tan claras delante de un micrófono, y no sentir a diario el peso de cuestionártelo todo, a medida que el mundo que te rodea hace aguas por doquier. Menos mal que, de vez en cuando, alguien con otro don -el del sentido del humor- tira de recurso y tablas para dejar las cosas en su sitio y bajar del pedestal a quienes se arrogan no sé qué papel de concienciador inmaculado.
Y sé que a más de uno le sonará a cachondeo, pero no me negarán que Javier Arenas tuvo todo el arte al interpelar, en pleno rifirrafe, a Carles Francino con un punzante “Don Carlah”. Como también sé que para muchos otros no les valdrá el ejemplo -aunque no haya nada más sano que elogiar el sentido del humor en aquel que no nos haga ni pinta de gracia-, he de lamentar asimismo que el líder popular no ejerciera el mismo sentido del humor en el debate al que no asistió y pisando suelo jerezano no solo cuando soplan vientos favorables, sino también cuando el pueblo se lanza a la calle para recordarte que, además de herencia, ya ha habido tiempo para acumular soluciones propias.
A Javier Arenas no hace falta que lo llame nuestra alcaldesa para decirle cómo nos va en la ciudad. Basta con que lea a diario los periódicos, aunque lo que tenga más a mano sea el New York Times, para enterarse de que esta semana los niños, en vez de babys, llevaban traje de camuflaje al colegio.
En el Gobierno local están tan comprometidos con el objetivo de llegar vivos al 26 de marzo, que no repararon en que, en este caso, sí había que actuar antes del 25. Y, claro, en esa tesitura, ha llegado la Consejería de Educación con toda la artillería como el que entra de noche en un campamento de adiestramiento militar y coge dormida a toda la tropa. Eso, en nuestro contexto, alguien podría llamarlo hacer trampas, pero en las batallas nunca premiaron los buenos modales, sino las bajas causadas.
En ninguno de los casos están los ánimos para bromas, aunque la risa, siempre necesaria, desahogue y perturbe, empeñada, nuestra rigidez facial. Además, de la risa al llanto apenas discurre un soplo, que es lo que tarda el Ministerio de Hacienda en dictarnos los sacrificios que hay que cumplir -como si nos hubiese regalado un gremlin por Navidad- a cambio de saldar deudas. Como para no ponerse serios: rebajas de sueldos o bajas de personal; subidas de impuestos; asumir servicios externalizados; suprimir empresas públicas deficitarias...
Todo un catálogo de soluciones que no hace sino ponerle las cosas fáciles al departamento de Intervención, del que depende la definición de ese plan de ajuste que tiene a toda la plantilla municipal con las carnes abiertas, consciente de que solo falta ponerle nombre y apellidos a cada uno de los apartados previstos para justificar la concesión de los codiciados fondos ICO.
Mientras tanto, a los comerciantes del centro les ha dicho un experto que lo tienen todo para sobrevivir a la crisis, aunque ahora mismo lo que más les sobra es ruina y no futuro, al menos mientras la ciudad viva sumida en esa incómoda sensación del que se cita a diario con una huelga general, ésa a la que tanto se aferran los sindicatos mayoritarios como fuente de inspiración y que, como mucho, solo ha servido para hacer campaña en Andalucía.
La historia es digna de fábula, con el propio Alemany hundiéndose en la ciénaga por el peso de las riquezas con las que pretendía escapar bosque adentro, y Matas acorralado por el justiciero de turno al final de un pasillo sin vía de escape. Es ruín y degradante, sí, aunque muchos de los que le han criticado dedican buena parte de sus análisis a elogiar con idéntico énfasis a otros iluminados de la política, aunque no les escriban los parlamentos. Les honra el no hacerlo a cambio de dinero, sino por convicción.
Qué don -otro más-, el de tener las convicciones tan claras delante de un micrófono, y no sentir a diario el peso de cuestionártelo todo, a medida que el mundo que te rodea hace aguas por doquier. Menos mal que, de vez en cuando, alguien con otro don -el del sentido del humor- tira de recurso y tablas para dejar las cosas en su sitio y bajar del pedestal a quienes se arrogan no sé qué papel de concienciador inmaculado.
Y sé que a más de uno le sonará a cachondeo, pero no me negarán que Javier Arenas tuvo todo el arte al interpelar, en pleno rifirrafe, a Carles Francino con un punzante “Don Carlah”. Como también sé que para muchos otros no les valdrá el ejemplo -aunque no haya nada más sano que elogiar el sentido del humor en aquel que no nos haga ni pinta de gracia-, he de lamentar asimismo que el líder popular no ejerciera el mismo sentido del humor en el debate al que no asistió y pisando suelo jerezano no solo cuando soplan vientos favorables, sino también cuando el pueblo se lanza a la calle para recordarte que, además de herencia, ya ha habido tiempo para acumular soluciones propias.
A Javier Arenas no hace falta que lo llame nuestra alcaldesa para decirle cómo nos va en la ciudad. Basta con que lea a diario los periódicos, aunque lo que tenga más a mano sea el New York Times, para enterarse de que esta semana los niños, en vez de babys, llevaban traje de camuflaje al colegio.
En el Gobierno local están tan comprometidos con el objetivo de llegar vivos al 26 de marzo, que no repararon en que, en este caso, sí había que actuar antes del 25. Y, claro, en esa tesitura, ha llegado la Consejería de Educación con toda la artillería como el que entra de noche en un campamento de adiestramiento militar y coge dormida a toda la tropa. Eso, en nuestro contexto, alguien podría llamarlo hacer trampas, pero en las batallas nunca premiaron los buenos modales, sino las bajas causadas.
En ninguno de los casos están los ánimos para bromas, aunque la risa, siempre necesaria, desahogue y perturbe, empeñada, nuestra rigidez facial. Además, de la risa al llanto apenas discurre un soplo, que es lo que tarda el Ministerio de Hacienda en dictarnos los sacrificios que hay que cumplir -como si nos hubiese regalado un gremlin por Navidad- a cambio de saldar deudas. Como para no ponerse serios: rebajas de sueldos o bajas de personal; subidas de impuestos; asumir servicios externalizados; suprimir empresas públicas deficitarias...
Todo un catálogo de soluciones que no hace sino ponerle las cosas fáciles al departamento de Intervención, del que depende la definición de ese plan de ajuste que tiene a toda la plantilla municipal con las carnes abiertas, consciente de que solo falta ponerle nombre y apellidos a cada uno de los apartados previstos para justificar la concesión de los codiciados fondos ICO.
Mientras tanto, a los comerciantes del centro les ha dicho un experto que lo tienen todo para sobrevivir a la crisis, aunque ahora mismo lo que más les sobra es ruina y no futuro, al menos mientras la ciudad viva sumida en esa incómoda sensación del que se cita a diario con una huelga general, ésa a la que tanto se aferran los sindicatos mayoritarios como fuente de inspiración y que, como mucho, solo ha servido para hacer campaña en Andalucía.
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