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Hablillas

Felicitaciones

La hablilla de hoy quisiera ser esa tarjeta imaginadamente escrita a puño y letra para expresarles con ella mis más sinceros y buenos deseos.

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Es tiempo de recuerdos y hoy, especialmente, hay uno que aparece en forma de tarjeta. Pocas son las que se reciben mediante envío postal, aunque los románticos del puño y la letra no perdemos la costumbre de ir al buzón, aunque sea por corresponder al gesto con aquellos que se muestran reacios con las teclas, que aún son muchos. No hay duda de que Internet ha revolucionado el mundo, que tarde o temprano el ordenador será –si no lo es ya- uno más en la familia, sin embargo es en estas pequeñas cosas, en estas felicitaciones concretamente, donde el usuario de la modernidad encuentra su equilibrio. Quizás porque el papel no sólo admite los buenos deseos del escribiente, sino que en el pulso, en la pequeña presión que las letras hacen sobre la superficie blanca de la tarjeta va impreso el calor de un abrazo en el que se puede imaginar la voz del firmante que nos murmulla sus esperanzas de Paz y Felicidad.

Internet, como se anota anteriormente, ha revolucionado el mundo de la correspondencia con la inmediatez de la recepción -siempre que la red lo permita, porque últimamente el proceso anda un poco más lento de lo habitual. Cierto que es mucho más frío y distante, que tenemos la ventaja de variar el tamaño y la forma de las letras, que no hay faltas de ortografía sino erratas, que no hay que guardar cola en la oficina de correos –por cierto, con los números de orden al gente se queja aún más; otro día lo trataremos-, porque no hay que poner sello, en fin, todas las ventajas y las que quedan por enumerar hacen posible que en esta época el buzón de entrada reciba más mensajes de lo habitual.

Permítanme una licencia. Como los tiempos están como están, echemos un poco de imaginación a este asunto y relacionemos el envío tradicional con el de la modernidad, a ver si es posible. Leemos los mensajes en negrita encerrados en las casillas, como si fueran los sobres. Como no crujen es el “clic” el que “saca”, el que muestra el texto. El silencio se quiebra brevemente cuando aparece, seguidamente, el deseo de los contactos, una lista formada por amigos, conocidos y nombres sin rostro que envían sus buenos deseos bajo un archivo adjunto por abrir. Alimentamos la incertidumbre con unos segundos de misterio, porque el ratón parece bailar para distraernos, hace unos círculos y unas espirales que marean para, al final, descansar bajo la casilla del asunto, al igual que las manos cuando sacan la felicitación, cuando le dan la vuelta al sobre poco antes de descubrirla. El doble “clic” despliega el archivo adjunto, como si la querida tarjeta hubiera abandonado, por fin, su cautiverio de papel. Al mostrarse, obra el prodigio de convertir el marco de la pantalla en la reproducción de una obra antigua, una presentación a menudo musicada, un pequeño espectáculo que nos hace reflexionar, que nos alegra el ánimo, que nos hermosea la vida con sus vistosos colores mientras pasa ante nuestros ojos. Una sucesión breve, circunstancialmente rescatada por la labor del archivo, igual que aquellos Christmas que dormitan en el cajón de la mesa, esos que agradecen a su manera la relectura despidiendo la tufarada suave, el aroma inconfundible de la madera vieja, regalándonos la blancura amarillecida del tiempo, del regreso de un recuerdo.

La hablilla de hoy, o bien impresa o bien digitalizada, quisiera ser esa tarjeta, imaginadamente escrita a puño y letra para expresarles con ella mis más sinceros y buenos deseos. Gracias por estar ahí.

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