Los fieles católicos estamos llamados a reforzar nuestra Fe mediante diversos actos de penitencia y reflexión. Además, cada domingo de Cuaresma las lecturas nos lo recuerdan, ya que los temas que se abordan nos hablarán de perdón, pecado, penitencia y conversión, con el objetivo de que purifiquemos nuestro corazón y hagamos una práctica perfecta de la vida cristiana- como decía San León- y tengamos una actitud penitencial.
Debemos esforzarnos para llevar a cabo una profunda renovación interior. Pero, ¿realmente es así…? ¿Nos preocupamos de verdad en conseguirlo…? ¿Intentamos ser mejores personas y evitamos fastidiar al prójimo? ¿Los jóvenes de hoy también se involucran y preocupan de vivir la Cuaresma como nos enseñaron nuestros mayores?
Desgraciadamente, la sociedad actual está falta de estos valores, y ya no solo en Cuaresma, sino el resto del año.
Día a día notamos cómo se han perdido el respeto y la amabilidad y ha crecido la hipocresía. Además, cuando se trata de ayudar, miramos hacia otro lado. El espíritu cuaresmal debe ser como el que existe en Navidad, pero con un matiz muy importante: ambos tendrían que ser igual durante los 365 días del año y no sólo en ese período de estacionalidad de bonanza.
Por tanto, en este día especialmente penitencial, se realiza el gesto simbólico de la imposición de la ceniza en la frente, ceniza que procede de los ramos bendecidos el Domingo de Ramos del año anterior siguiendo una costumbre del siglo XII.
Esta jornada, en la que queremos convertirnos, además de recordarnos que nuestra vida en la tierra es pasajera y que nuestro cuerpo se convertirá en polvo, debería servirnos también para definitivamente convivir mejor con los demás, pensar más en los que nos rodean y llevar a cabo una serie de actos externos e internos dirigidos a reparar el pecado que hayamos cometido y que nos ha alejado, durante un tiempo, de Dios. Que así sea.