A todas las víctimas del terrorismo (q.e.p.d.)
A primera hora, como cada mañana mientras me aseo, el once de marzo de dos mil cuatro escuchaba la emisora de siempre -la que sea- y la noticia saltaba con toda su crudeza en vivo y en directo: varias explosiones –sin determinarse las consecuencias– se producían en diversas estaciones de cercanías de trenes de los alrededores de Madrid y en la conocidísima e importante Estación de Atocha.
Conforme iban pasando las horas, nos fuimos dando cuenta de las espectaculares dimensiones del que ha sido el mayor atentado perpetrado en Europa.
Como siempre que ocurre ante tan dantesco suceso, las reacciones no se hicieron de esperar: concentraciones silenciosas, vigilias con multitud de velas encendidas por los asesinados, masivas manifestaciones y…caza de brujas.
Sí, caza de brujas. Sólo en un país no democrático y con talante sectario, se entiende que a dos días de unas elecciones generales, es decir, en aquellas en las que los ciudadanos elijen libremente y sin presiones a los gobernantes que dirigirán los destinos del país en la próxima legislatura, se actuara de la forma tan reprobable como se hizo. Evidentemente, si hubo unas víctimas de aquella masacre terrorista –no fue el partido que por entonces gobernaba y al que según las encuestas previas al atentado, seguiría gobernando– no, las verdaderas víctimas fueron los más de doscientos muertos y los cientos de mutilados y heridos que provocó.
¡Justicia, justicia…justicia! Desde todos los ámbitos y sectores de la sociedad española se clamó justicia. Que los culpables pagaran por el horrendo crimen cometido y se pusieran los medios para que en el futuro no se produjeran asesinatos de tal magnitud.
Algunos de los presuntos asesinos –que no llegaron a juzgarse– según los indicios, a las pocas fechas del suceso se suicidaron, otros ya no tan presuntos, pues fueron declarados por el tribunal que los juzgó como culpables, están en la cárcel. Se ha llevado a cabo una instrucción y un proceso muy poco clarificador, sobre todo para el ciudadano.
Desde la oficialidad en vigor se transmitió el mensaje de que todo estaba aclarado y poco más debía investigarse. Pero los españolitos de a pie, en su inmensa mayoría, para nada han quedado satisfechos con el desarrollo de la investigación policial ni con el posterior enjuiciamiento del caso.
Han pasado cinco años desde aquella fatídica fecha, y si bien es cierto que el tiempo todo lo aplaca, habemos muchos que pensamos que no se llegó hasta el fondo del peor atentado terrorista perpetrado en territorio español y europeo y, por supuesto, resulta más que lamentable que la conmemoración, actualmente, de aquel funesto día sólo se personifique en el acto que llevó a cabo la señora presidenta de la Comunidad Autónoma de Madrid, ¿dónde estaba el señor Alcalde de la que aspira a ser sede de las Olimpiadas, y el señor presidente del Gobierno de la Nación, etc.? Las víctimas de cualquier atentado terrorista, sean del color, ideología o creencia que sean, se merecen el profundo y sincero recuerdo de una sociedad íntegra y humana, a la que sus dirigentes deben representar y le deben, por principio y honestidad de gobernantes en democracia y libertad, el más escrupuloso respeto de los posibles. Respeto y recuerdo que con estas y otras víctimas del terrorismo en nuestro país, pienso que lamentablemente no se les tiene.
A primera hora, como cada mañana mientras me aseo, el once de marzo de dos mil cuatro escuchaba la emisora de siempre -la que sea- y la noticia saltaba con toda su crudeza en vivo y en directo: varias explosiones –sin determinarse las consecuencias– se producían en diversas estaciones de cercanías de trenes de los alrededores de Madrid y en la conocidísima e importante Estación de Atocha.
Conforme iban pasando las horas, nos fuimos dando cuenta de las espectaculares dimensiones del que ha sido el mayor atentado perpetrado en Europa.
Como siempre que ocurre ante tan dantesco suceso, las reacciones no se hicieron de esperar: concentraciones silenciosas, vigilias con multitud de velas encendidas por los asesinados, masivas manifestaciones y…caza de brujas.
Sí, caza de brujas. Sólo en un país no democrático y con talante sectario, se entiende que a dos días de unas elecciones generales, es decir, en aquellas en las que los ciudadanos elijen libremente y sin presiones a los gobernantes que dirigirán los destinos del país en la próxima legislatura, se actuara de la forma tan reprobable como se hizo. Evidentemente, si hubo unas víctimas de aquella masacre terrorista –no fue el partido que por entonces gobernaba y al que según las encuestas previas al atentado, seguiría gobernando– no, las verdaderas víctimas fueron los más de doscientos muertos y los cientos de mutilados y heridos que provocó.
¡Justicia, justicia…justicia! Desde todos los ámbitos y sectores de la sociedad española se clamó justicia. Que los culpables pagaran por el horrendo crimen cometido y se pusieran los medios para que en el futuro no se produjeran asesinatos de tal magnitud.
Algunos de los presuntos asesinos –que no llegaron a juzgarse– según los indicios, a las pocas fechas del suceso se suicidaron, otros ya no tan presuntos, pues fueron declarados por el tribunal que los juzgó como culpables, están en la cárcel. Se ha llevado a cabo una instrucción y un proceso muy poco clarificador, sobre todo para el ciudadano.
Desde la oficialidad en vigor se transmitió el mensaje de que todo estaba aclarado y poco más debía investigarse. Pero los españolitos de a pie, en su inmensa mayoría, para nada han quedado satisfechos con el desarrollo de la investigación policial ni con el posterior enjuiciamiento del caso.
Han pasado cinco años desde aquella fatídica fecha, y si bien es cierto que el tiempo todo lo aplaca, habemos muchos que pensamos que no se llegó hasta el fondo del peor atentado terrorista perpetrado en territorio español y europeo y, por supuesto, resulta más que lamentable que la conmemoración, actualmente, de aquel funesto día sólo se personifique en el acto que llevó a cabo la señora presidenta de la Comunidad Autónoma de Madrid, ¿dónde estaba el señor Alcalde de la que aspira a ser sede de las Olimpiadas, y el señor presidente del Gobierno de la Nación, etc.? Las víctimas de cualquier atentado terrorista, sean del color, ideología o creencia que sean, se merecen el profundo y sincero recuerdo de una sociedad íntegra y humana, a la que sus dirigentes deben representar y le deben, por principio y honestidad de gobernantes en democracia y libertad, el más escrupuloso respeto de los posibles. Respeto y recuerdo que con estas y otras víctimas del terrorismo en nuestro país, pienso que lamentablemente no se les tiene.
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