Les pongo en situación: Montevideo, año 1930. La FIFA, con buen criterio, le había concedido la organización del primer Mundial a la República Oriental del Uruguay. La selección uruguaya era, sin discusión, la mejor del momento: se había impuesto en los JJOO de Paris en 1924 y en los de Amsterdam cuatro años más tarde. Los JJOO, antes de que hubiera Mundiales, eran la competición futbolística más importante por naciones. Tanta importancia se les daba, que si ustedes se fijan, Uruguay luce cuatro estrellas en la camiseta de su selección, dos de ellas corresponden a aquellas dos victorias en los JJ.
Pero volvamos a los hechos. En aquel primer Mundial, a diferencia de lo que ocurre ahora, no hubo que seleccionar países para la fase final: hubo que convencerlos para que participarán en el. De Europa solo acudieron cuatro: Rumania, Yugoslavia, Bélgica y Francia. Jules Rimet, francés y presidente de la FIFA, logró convencer a la selección de su país para que acudiera a aquel primer Mundial.
Con aquel equipo se embarcó , y lo hizo además como capitán, Alexandre Villaplane. Nacido en 1905 en Argelia, dentro de la comunidad de colonos franceses conocidos como “pies negros”, Villaplane se había trasladado siendo muy joven a la metrópoli. Allí, su afición y su habilidad con el balón le mostraron el camino. Debutó en 1926 con la selección francesa, con la que participó en 1928 en los JJOO de Amsterdam. Dicen las crónicas de la época que era un centrocampista rápido, hábil, con un magnífico juego aéreo, y sobre todo con una personalidad arrolladora.
En aquel primer Mundial de fútbol Francia no hizo gran cosa: ganó un partido, perdió dos y se volvió para casa. Dejó, eso sí, un detalle para la historia: francés fue el primer gol de los mundiales de fútbol: lo marcó Lucient Laurent el 13 de julio de 1930 en el partido inaugural, que enfrentó a Francia contra México.
De vuelta a casa, la carrera y la vida de Villaplane entraron en una espiral de autodestrucción que lo conduciría hasta el hampa, el crimen organizado y la cárcel. Aficionado a las apuestas, a las carreras de caballos, a los casinos y a la vida disipada, fue despedido de varios equipos, entre acusaciones de haber participado en amaño de partidos. Empezó a entrar y a salir de la cárcel, y en la cárcel estaba cuando el 25 de junio de 1940 Francia capituló ante la Alemania nazi.
Fue entonces cuando la vida de Alexandre Villaplane se precipitó definitivamente en la infamia. Rescatado de la prisión en la que estaba por un delincuente colaboracionista llamado Henry Lafont, creador de la “Gestapo francesa”, Villaplane pasó a dirigir una de las secciones de la conocida como Brigada Norteafricana, cuya misión era luchar contra la resistencia francesa. Durante ese periodo, Villaplane participó en la conocida “matanza de Oradour sur-Glane” donde perdieron la vida cerca de 700 personas. Villaplane no era nazi, en realidad ideológicamente Villaplane no era nada. Un vividor sin escrúpulos que aprovechó la ocasión para enriquecerse. Se especializó en la extorsión a los judíos, a los que expoliaba antes de entregarlos a la Gestapo. No desdeñó el crimen: trascendió su participación directa en el secuestro y asesinato de once jóvenes residentes en la localidad de Mussidan (Aquitania), de entre 17 y 27 años, a los que el propio Villaplane ejecutó disparándoles a bocajarro.
Cuando el 14 de junio de 1944 las primeras unidades de tropas aliadas entraron en París -una brigada, “la Nueve”, formada por republicanos españoles que formaban parte de la división Le Clerc- Villaplane, probablemente confiado en su antigua fama como deportista, no quiso o no pudo huir. Detenido un mes más tarde, su juicio solo duró un día. Los testimonios de los testigos fueron tan numerosos como atroces. Fue condenado a muerte.
El 26 de junio de 1944, contra una tapia del cuartel de Montrouge, en las afuera de París, fue fusilado el criminal de guerra Alexandre Villaplane. El mismo Alexandre Villaplane que un día llevó el brazalete de capitán de la selección francesa de fútbol. El brazalete que con el tiempo portarían Michel Platiní, Laurent Blanc y un francés de origen argelino como el, llamado Zinedine Zidane.
Futbolista y criminal de guerra
El mundo del deporte está repleto de historias. Algunas, con la pátina del tiempo se han convertido en leyenda. Esta que les propongo es una de ellas. Porque esta es la historia de un canalla. Probablemente del mayor canalla que pisó jamás un campo de fútbol.
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