Fray Manuel, el que siembra esperanzas
Queridos lectores, hay personas que se desenvuelven junto a nosotros tratando de pasar desapercibidas y de hacer el menor ruido posible, pero que por sus obras concretas abren espacios y siembran esperanzas pasando por encima de angustias y desasosiegos...
Ahora el padre Uña como todos lo conocemos, ha cumplido 50 años de sacerdote y sus amigos, sus feligreses, sus hermanos de Iglesia y de sacerdocio, no podríamos sustraernos de mirar hacia su trayectoria, de juntar sus obras y resultados, de comprender sus afanes y desvelos, porque Uña ha sido un sembrador profundo desde su Convento de San Juan de Letrán en el Vedado habanero, que hoy y desde hace ya algunos largos años se ha convertido en una colmena de jóvenes que con la impronta de su frescura espiritual y la alegría propia de sus mocedades, colma los claustros conventuales en las tardes habaneras buscando la materia prima cultural con que conforman las humanidades que lo hagan mejores seres humanos, más sensibles a la vida, más espirituales en sus esencias, lo que nos hace mucha falta para el futuro de nuestra Cuba de hoy. Fray Manuel ha sido artífice y ejecutor de un centro de formación que sin competir con el sistema nacional de enseñanza universitaria que es responsabilidad del Estado cubano, lo completa con temas de humanidades que enriquecen el espíritu, la fe y la cultura de quienes se abren al futuro con ansias de saber más y de hacerse útiles. Pero ahí no ha quedado la obra de Fray Manuel, porque además ha sido fundador e impulsor del Aula Fray Bartolomé de las Casas en donde los últimos jueves de cada mes se realizan conferencias de intercambio sobre temas trascendentes para la vida y la sociedad, de forma abierta y participativa. El padre Uña ha actuado en todas iniciativas hermosas y de trascendencia social e histórica, sin personalismos ni estridencias, con una laboriosidad humilde y silenciosa que ha sido y es ejemplo de vida para todos. Hacer una crónica sobre quien entrega su vida en pro de la formación humana, del diálogo y del encuentro entre todos, en un medio tan necesitado de estas categorías como el de La Habana contemporánea, es honor y obligación porque lo bueno hay que publicarlo, hay que darlo a conocer y compartirlo para que su ejemplo fructifique y nos aporte amor, vida y esperanza. Cuando existen tantas desesperanzas, los que siembran esperanza son los principales agentes de futuro y de crecimiento espiritual. Al padre Uña, en sus cincuenta años de sacerdocio con la impronta de un fraile dominico, no podemos menos que agradecerle, porque ha estado con nosotros, porque ha convertido a Cuba en su segunda patria, sin disminuir su amor por la España en donde nació y por la Andalucía en la que tanto trabajó también por los seres humanos, a quienes nunca ha dejado de anunciarles la Buena Nueva del Evangelio y de abrirles el acercamiento y el encuentro con Jesús de Nazaret que es Camino, Verdad y Vida. Uña es además un hombre mariano de raíz, que se caracteriza por sus formas siempre conciliadoras, su talento diplomático y su amor por el prójimo, paciente, sin afeites ni afectaciones estruendosas. Muchos años más para Fray Manuel Uña.
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