Queridos lectores, la iglesia de Jesús Obrero se encuentra en el barrio de El Vedado en La Habana junto al Río Almendares, en un área muy específica que popularmente se conoce como El Fanguito por motivo de las inundaciones que les son frecuentes. Es una zona de asentamiento irregular de viviendas, en donde múltiples familias pobres han construido pequeñas casas con los recursos que les ha sido posible conseguir. Constituye pues un genuino lugar en donde habita el pueblo de a pie, colindante con el espacio en que en contraste drástico se levantan los edificios y las casas típicas de una zona que antes de 1959 era habitada por las clases pudientes habaneras. Creo que con estos elementos podrán ubicarse en el ámbito que trato de describirles: un lugar limítrofe entre lo rico y lo pobre, lo urbano desarrollado y lo marginal junto a un río que puede desbordarse. Aquella sencilla pero hermosa capilla está a cargo de los frailes dominicos y la animan varias religiosas dominicas que han logrado desarrollar una comunidad viva y activa, con evidentes signos de esperanza que afloran por encima de las angustias y las incertidumbres con que a diario convivimos los cubanos. Ellas han creado diversos talleres en donde los vecinos e incluso algunas otras personas de lugares cercanos ocupan su tiempo de manera útil y edificante, aprendiendo artes manuales; además realizan un trabajo sostenido con los niños de la zona. En aquel edificante recinto, invitados por una de las dominicas que animan los talleres, pude participar junto con mi esposa y un amigo sacerdote que quiso acompañarnos, en la solemnidad de San José Obrero el Primero de Mayo. Fue durante la tarde noche cuando ya los ecos de las celebraciones oficiales se habían apagado. Estuvimos lejos de los bullicios propios de la fecha, así como de las consignas repetidas a veces irracionalmente hasta el cansancio. Era la fiesta patronal de aquella comunidad católica, la que devino hermosa actividad religiosa y cultural, expresiva por su contenido y participantes de una verdadera exaltación sobre la importancia que en la vida tiene lo pequeño que se hace cotidiano, precisamente un día tan significativo. Flotaban en el ambiente las palabras de Jesús cuando dijo: “Mi Padre trabaja hasta ahora y yo también trabajo” (Juan 5, 17). Ese mismo Jesús de Nazaret que precisamente por su origen fuera discriminado por parte de sus coetáneos, quienes en una oportunidad que lo oyeron predicar en la sinagoga, se preguntaron en voz alta de manera despectiva: “¿De dónde viene a este esa sabiduría y esos milagros? ¿No es este el hijo del carpintero?” (Mateo 13, 54-55). En la celebración Eucarística, el Obispo Auxiliar de La Habana Monseñor Juan de Dios Hernández Ruiz sj, durante la homilía que pronunció ante las familias allí congregadas con sus hijos, evidentemente conmovido por toda la espiritualidad que se desbordaba dentro de aquel conjunto de personas, en los instantes que llovía con gran intensidad, habló con emoción sobre la importancia del silencio, de lo anónimo, de lo pequeño y lo gradual en un mundo lleno de discursos y falto de hechos concretos a favor de los más desposeídos y del pueblo en general. El trabajo de las religiosas dominicas en El Fanguito no es exaltado en los medios de comunicación local, pero día a día cala en la conciencia de quienes atienden con hechos pequeños y cotidianos, que todos también podríamos hacer sin la necesidad de heroicidades estruendosas para construir un verdadero mundo mejor posible.
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