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Acento andaluz

Ridículos

La sociedad se enfrenta a una deriva inquietante y los partidos deben decidir si aceleran o frenan estos episodios

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Líbrenos de decisiones amparadas por la verdad suprema. Nada es absoluto, siempre hay matices. Las cosas no son en exclusiva de color negro o blanco. Hay una amplia variedad de tonalidades grises que introducen afluentes a la sentencia impositiva, habitualmente sustentada en la intolerancia dominante. Con todo, en estos momentos de gran convulsión política y voltaje social, es muy difícil desviar la atención del grueso surco que deja la brocha gorda de los análisis ciudadanos. Eso lo saben los actores políticos que no dudan en emplear como ariete de desgate contra el adversario las mismas incoherencias que arrastran en su proceder público.

Sirvan tres ejemplos de episodios incongruentes en los últimos días protagonizados por el PSOE, el PP y Podemos. Los socialistas, en una estrategia que se ha demostrado equivocada con el paso del tiempo, establecieron años atrás en el ex director general de Trabajo, Javier Guerrero, el cortafuegos de las responsabilidades políticas y penales en el escándalo de los EREs. “Una cosa de cuatro golfos”, llegaron a defender. Ahora la Junta pide más de seis años de cárcel para el ex consejero de Empleo Antonio Fernández, a quien eximió de cualquier tipo de reproche en la comisión de investigación. “Un gran ridículo”, espetaron los populares no exentos de razón.

Claro que igualmente ridículo es que el PP se presente como una acusación particular casi pacificadora, justa y mesurada y, sin embargo, adelante a la Fiscalía en sus análisis penales y pida dos años de cárcel más para los ex presidentes de lo que presentó el Ministerio Público porque piensan que Chaves y Griñán crearon una asociación ilícita en las entrañas de la Junta de Andalucía.

No se queda atrás el desatino de la líder de Podemos, Teresa Rodríguez, muy sensible a cualquier murmullo que se escuche en el hemiciclo durante sus intervenciones en el Debate sobre el Estado de la Comunidad porque le desconcentran y pierde el hilo de su discurso  y, al mismo tiempo, piense que no tiene porqué condenar el boicot que sufrió en la Universidad Autónoma de Madrid el ex presidente del Gobierno Felipe González a quien no dejaron siquiera hablar unos 200 jóvenes con las caras tapadas al grito inquisitorial de “fascista”.

Ya lo dijo días atrás Iñaki Gabilondo. La sociedad se enfrenta a una deriva inquietante y los partidos deben decidir si aceleran o frenan estos episodios. Estos tres ejemplos demuestran que a los partidos, unos más que otros –todo sea dicho-, les da igual saltarse todos los controles de velocidad.

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