El verano ya está aquí, aunque no lo notemos, porque un día hace calor, al siguiente hace frío y al otro hace más frío todavía. Pero hoy no vamos a hablar del verano. Es que en el manicomio estamos muy preocupados por las plagas y no nos viene al coco otra cosa que no sean esos repugnantes animales que en tromba vienen a comernos el terreno. Nos han regalado a cada uno de los locos un bote de spray, porque dicen los entendidos que se avecina una gran plaga de cucarachas. ¡Qué asco me dan a mí esos bichos de largos bigotes y chaquet marrón! Cuando los locos salimos a la calle, llevamos el bote en el bolsillo, pues tenemos orden de, cucaracha que veo, cucaracha que mato; pues eso.
¿Qué iba yo diciendo? Ah, sí. Que estaba paseando por la calle Real y de buenas a primeras tropecé con un grupo armado hasta los dientes vestidos con un mono de trabajo lleno de grilletes y cuerdas. Me quedé de piedra. Pensé que era el grupo de élite de la Policía Nacional encargado del subsuelo. Tuve que preguntar: ¡muchachos, muchachos! ¿ustedes sois de la pulicía? Salí del error cuando me dijeron que eran ni más ni menos el grupo encargado del control de plagas del Excmo. Ayuntamiento de San Fernando. Y por curiosidad me puse a hablar con ellos. José, el jefe del grupo, me contó que su retén no descansa ni de día ni de noche y que están dispuestos a acabar con los millones de cucarachas que pululan bajo las alcantarillas de nuestra ciudad.
Como uno es curioso de por sí, porque uno está loco, pero no es carajote, le pregunté que cómo lo hacían. Me puso cara de asco, muy apropiada para el caso, y me contestó que el presupuesto que tienen para este asunto es más bien cortito. Tan cortito es que han tirado de la imaginación y han llegado a la conclusión de que, como no hay líquido para echar, lo suyo es tapar y tapar las arquetas con cintas aislantes. Además, tienen que ser blancas, para que las cucarachas vean con claridad que por ahí no se puede salir. Es como una línea de aviso de que aquí para afuera, ni se te ocurra. ¡Cinta aislante, señores! Hay que estar locos. Claro, que después me convencieron de que las cucarachas no se esperan ni por asomo que el pegamento especial que lleva la cinta se les pega en el bigote y al despegar la cinta aislante salen cuatrocientas o quinientas como arrastradas por el diablo.
Desde luego es un método novedoso y original que no se da en ninguna parte del mundo. Es una pena que no se patente el invento, porque en Tailandia, por no ir más lejos, podrían aprovecharlo, ya que se las comen fritas y a la plancha. Así que cualquier cañaílla que, dando una vuelta por las calles de esta sufrida tierra vea las cintas aislantes, que no se le ocurra quitarlas porque abrirían las puertas del infierno y los malos olores nos comerían vivos.
Pero aquí no se acaba la historia. Como las tapas metálicas son redondas de toda la vida de Dios, difícilmente se acomodan las cintas a tanta redondez, por lo que los funcionarios expertos han tenido que cortar las cintas a cachos y de aquella manera para cubrir los huecos. En el manicomio no nos explicamos todavía por qué no le han dado ya el Premio Nobel al cerebro que ha ideado tal método. ¡Qué asco de artículo! Hasta a mí me ha dado fatiga escribirlo.