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Por los cerros del Chipipi

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Jerez, primeros años del siglo XX. Dos hombres, W.J. Buck y A. Chapman, dos amigos naturalistas y cazadores casi a partes iguales, se disponen a salir una mañana de comienzos de abril a un paraje cercano a la ciudad para disfrutar de una jornada de campo. Vamos a acompañarles a los cerros de Chipipi (también nombrados como Chipipe o Chipepe), para asomarnos con ellos a los tajos del Peñón de La Batida, cercano a Torrecera, junto al Guadalete.

Walter J. Buck se había establecido en Jerez en 1868 como exportador de vinos, asociándose unos años más tarde con la familia Sandeman. En su casa del Recreo de las Cadenas recibirá en muchas ocasiones a su buen amigo Abel Chapman, prestigioso ornitólogo y cazador, con quien realiza numerosas expediciones cinegéticas y naturalistas por toda España. Algunas de estas correrías tienen por escenario parajes de nuestro entorno como Doñana, la Sierra de Grazalema, la Sierra de las Cabras y del Valle, la Boca de la Foz… Buena parte de sus andanzas se recogerán después en dos obras, la España Agreste (1899) y La España Inexplorada (1910) que con el paso de los años se han convertido en una pieza clave de la “memoria naturalista” de la España de aquella época. Con independencia de que algunos de sus relatos de caza -especialmente aquellos donde resultan abatidas especies actualmente protegidas- puedan resultar hoy llamativos por su crudeza, el valor de los mismos como testimonio de la riqueza natural y paisajística de nuestro entorno resulta indiscutible. Pero dejemos que nos lo cuenten sus protagonistas:

“Cabalgando cómodamente durante medio día desde Jerez se llega a los riscos de Chipipi, que se levantan como niveles almenados desde el sinuoso río que está en su base. Es una bella mañana de mayo. Espantamos a docenas de palomas cuando cabalgamos por los bosquecillos de álamos blancos, y el aire suave está lleno de su coro de murmullos; las orillas cubiertas de arbustos resuenan con el canto de oropéndolas y ruiseñores, cucos y una veintena de mosquiteros, ruiseñores bastardos y currucas mirlonas, currucas cabecinegras, carriceros políglotas, mosquiteros papial-bos. El bello alzacolas, aún cuando no muy buen cantor, es visible por todas partes, jugando con su cola fuertemente listada en forma de abanico que tanto llama la atención. Hay alcaudones, verdecillos, abubillas; chillan las azules carracas y los brillantes abejarucos se ciernen y parlotean sobre nosotros; sus nidos se hallan escondidos en la orilla del río, como si se tratara de una colonia de aviones zapadores. En las orillas cubiertas de sauces anidan los chorlitos carambolos y las nutrias toman el sol; mientras que en las oscuras profundidades bajo los mimbres ribereños los barbos se hallan al acecho, atento para saltar sobre los saltamontes o grillos re-zagados”.

Estos parajes conservan aún buena parte de la vegetación descrita si bien no cuentan ya con la presencia de muchas de las especies citadas. En el mismo relato, los autores nos describen después una “cruenta” escena silvestre en la que un alcaudón real captura a un lagarto, o nos cuentan como dieron caza a “una culebra que tenía 5 pies y medio de largo y contenía en su interior dos conejos que habían sido tragados enteros por la cabeza; uno había sido digerido en parte”.

De su interés científico por confirmar las especies que desconocen da prueba el siguiente hecho: “Otra serpiente, bastante pequeña, nos sorprendió pues no la habíamos visto nunca. La embotellamos en alcohol y la mandamos al British Museum, Posteriormente llegó la respuesta agradeciéndonos el lagarto Blanus cinereus. ¿Un lagarto? En fin, aprendimos la lección. Hay lagartos sin patas y éste era uno de ellos, la culebrilla ciega”.
El paraje, aún depara más novedades zoológicas y nuevas escenas de caza, como aquella en la que una mantis religiosa se da un festín de mariposas: “En un sombreado claro se ven por doquier las alas de las mariposas. Si se examina de cerca algún arbusto, se descubrirá un ojo sin iris, tan inexpresivo como una perla gris. Se trata de una Santa Teresa, un insecto práctico pero no estetapues devora los feos cuerpos y desecha las bellas alas”.

Afortunadamente, en el lugar abundan los lepidópteros y Buckk y Chapman relatan cómo “entre las mariposas nos encontramos aquí con la rara Thaïs polixena con ala de golondrina (que había aparecido el 3 de abril), la Vanessa polychloros, una gran fritilaria de alas delanteras con un fondo de color rojo sangre (Argynnis maia, Cramer), Euchloëbelia (marzo) y el curioso insecto que aquí hemos dibujado, que no sabemos lo que es”.
Después de estas descripciones los autores fijarán su atención en las rapaces ya que acuden a estos cortados atraídos por la presencia de las águilas a las que han venido observando desde hace varias décadas.

“Durante más de treinta años, que nosotros sepamos (y probablemente desde muchos siglos antes) estos riscos han constituido el hogar del águila perdicera. Dos enormes nidos hechos de palos se proyectan visiblemente desde las grietas de las rocas, a unas cuarenta yardas de distancia. Hoy, 3 de abril, la ocupada aguilera contenía en su interior una cría cubierta de plumón, cuatro perdices y medio conejo, además de un huevo intacto de perdiz y unos cuantos pedazos de carne, todo bastante fresco. El nido estaba tapizado de ramitas verdes de olivo; enjambres de moscas carroñeras zumbaban alrededor, y un gran mariposa ortiguera se posó en el borde mientras estábamos todavía dentro. Los padres se cernían sobre nosotros, trayendo la hembra medio conejo, e, impaciente, empezó a devorarlo, posados ambos en una encina seca, permitiéndonos de este modo hacer este boceto…Su pecho blanco brillaba al sol con un destello satinado”.

“Las colinas cubiertas de matorral ralo se levantan sobre nuestro cantil están protegidas, y habiéndonos encontrado al poco con el guardabosques intentamos (pues aquel total diario de cuatro perdices más unos cuantos conejos nos había impresionado mucho) defender a nuestras amigas las águilas, asegurándole que le prestaban un buen servicio al matar serpientes y lagartos (lo cual no es cierto). Sí señor, contestó, añadiendo, ¡y los insectos!”.

“Más allá de aquellos riscos encontramos dos nidos de alimoche, cada uno de los cuales contenía dos bellos huevos. Esta ave se construye un agradable hogar, cuya base es de ramas, pero cuyo huevo central está confortablemente protegido, adornado con antiguos huesos, vértebras de serpiente, cráneos de conejos, y ornamentos similares. Los nidos se hallaban en repisas salientes de una pared vertical, y al igual que los de las águilas, solo podía accederse a ellos por medio de una cuerda. Había una rata bastante grande, en uno de ellos. A los restantes habitantes de estos riscos no podemos sino nombrarlos. Un par de búhos reales (tenían crías comple-tamente desarrolladas hacia el 10 de junio) en una profunda fisura de la roca, así mismo había muchos cuervos, muchos cernícalos primillas, y una colonia de ginetas”.

Aquí siguen los riscos de Chipipi, el “peñasco aislado” de La Batida, los sauces y álamos a sus pies. Todavía en nuestros días, se conservan en los cerros cercanos interesantes manchas de monte bajo y el lugar representa un importante espacio de refugio para la fauna (aves de roca, córvidos, rapaces, pequeños mamíferos…). En las inaccesibles paredes verticales del Cerro de la Batida (o de los Yesos), ya no hay aguileras, pero siguen anidando no pocas especies de aves entre las que cabe destacar una colonia de cernícalo primilla y una pareja de búho real, y si bien ya no quedan ginetas, aún es frecuente la presencia del meloncillo. Entre los invertebrados se ha descrito aquí un endemismo del suroeste español, Macrothele calpeiana, una de las mayores arañas de Europa. Por todas estas razones, que hacen de este enclave un lugar con grandes valores naturales desde el que se obtienen además magníficas vistas sobre el valle del Guadalete, pensamos que bien pudiera adoptarse alguna medida de protección. A ser posible antes de que este hermoso rincón se pierda para siempre, ya que en los últimos años han empezado a aparecer aquí vertidos de escombros.

Para saber más:
- Chapman, A. y Buck, W.J..: La España Inexplorada. Junta de Andalucía y Patronato del Par-que Nacional de Doñana. Sevilla, 1989. pp. 425-428.
- Ecologistas en Acción-Jerez.: Estudio de impactos ambientales en el Río Guadalete. Jerez, 2008.

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