En esta época del año los locos estamos bastante liados y es lo que nos faltaba. Ha llegado el Carnaval y la cosa está que arde, porque parece que es obligatorio disfrazarse. Aquí en el manicomio estamos locos por disfrazarnos de lo que sea y este año hemos llegado al acuerdo unánime de disfrazarnos de locos. Pero, claro, si ya estamos locos, ¿cómo nos vamos a disfrazar de locos? ¿Quién va a adivinar que vamos de locos, si ya lo somos? Hemos estado discutiendo toda la noche y por fin lo hemos decidido así, aunque Napoleón sigue en sus trece y no se quiere quitar la mano del pecho. A mí no me gusta demasiado el disfraz de loco, porque tenemos que llevar la camisa de fuerza y eso hace que nuestras manos se vuelvan inútiles y estemos todo el día preocupados por no saber qué vamos a hacer si nos pica alguna parte delicada de nuestro cuerpo serrano. De todos modos no entendemos que en Carnaval haya que disfrazarse de algo.
Yo tenía entendido que lo que había que hacer en Carnaval es comer mucha carne porque después vendría la Cuaresma. Y, cuando llegaba la Cuaresma, traía detrás un enorme reguero de prohibiciones, de modo que, si comías carne, te ibas de cabeza al mismísimo infierno. ¡Cuántos negocios se han hecho a costa del infierno! En todo caso, aquí en el manicomio la carne es la gran ausente y el puchero suele clarear bastante. Sin embargo yo no sabía que había que vestirse raro para salir a la calle. Tengo que reconocer que, si nos atenemos solamente a los vestidos, el Carnaval no hace su aparición solamente en febrero, sino que podemos disfrutarlo durante muchos días del año en las puertas de las iglesias cañaíllas cuando se celebra alguna boda. A mí siempre me han llamado la atención las pamelas que llevan algunas en sus arregladas cabezas. Son algo surrealistas y sobre todo enemigas totales del levante. No se salvan de la quema los hombres con esos chalecos de arabescos que lucen algunos y que les están más ajustados que el sueldo de un pobre con familia numerosa.
Volviendo al carnaval, he leído que la palabra Carnaval procede del italiano carnevale, y este de carnelevale, que no es más que una alteración de carnelevare, por lo que siempre está presente la inevitable palabra carne, que en este caso significa que hay que levantar la veda de la carne. Es decir, disfrutad, malditos, que os vais a enterar dentro de unos días cuando os pongan la ceniza en la frente. Se os va a acabar el cachondeo. Por eso, antes de meterme en la camisa de fuerza, me han dejado dar una vuelta y me fui anoche al parque de los patos a ver al Morera.
Este cuartetero gaditano, con sus acompañantes, tiene una gracia extraordinaria y las cosas que se le ocurren son propias de una mente cachonda y despierta. Sacó en el escenario el tranvía que nunca llega a La Isla y aprovechó para darse una vueltecita y sacarle punta a todo. Alfonso “el lotería” era Alfonso X (el décimo), el Castillo de San Romualdo no estaba dedicado a Ronaldo, era normal que hubiera sido un catalán el que le puso esos materiales mohosos a la fuente mohosa…y así infinidad de absurdos que se agradecen porque nos refrescan las mentes. Dicen que la risa es buena para el coco y por eso me sentó bien ir a escuchar el pregón. A ver si aprovecho esta mejoría para decirle al director que me deje salir por fin de este manicomio para disfrutar a tope del Carnaval, aunque me llamen el loco.