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Crucifijos fuera

Menudo favor presta el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo a nuestros progresistas al dictaminar que los crucifijos en las escuelas suponen una violación de los derechos de los padres a educar a sus hijos según sus convicciones.

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Menudo favor presta el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo a nuestros progresistas al dictaminar que los crucifijos en las escuelas suponen una violación de los derechos de los padres a educar a sus hijos según sus convicciones.
De acuerdo con tal jurisprudencia, PSOE y ERC han conseguido que la Comisión de Educación del Congreso apruebe una iniciativa para retirar el Cristo crucificado de los colegios públicos y, si pueden, de los concertados. El portavoz socialista Luis Tomás se congratula de esta muestra de vocación laicista, asegurando que es un buen precedente en el camino emprendido. No cabe duda de que nuestros parlamentarios se están cubriendo de gloria: tras la nueva ley del aborto, la ofensiva atea se orienta ahora hacia la eliminación de cualquier vestigio religioso…de significación cristiana, por supuesto.
En realidad, como anunciábamos en un comentario anterior titulado "Se cierne una amenaza", esta iniciativa está incluida en la próxima Ley de Libertad Religiosa y de Conciencia. Allí recordábamos la semejanza de la postura actual del PSOE con el precedente republicano de los años 30, cuando Manuel Azaña se ufanaba declarando que España había dejado de ser católica, prohibiendo todo símbolo religioso público y relegándolo al ámbito privado e individual. Recientemente asistí a un acto en el que uno de los ponentes planteó el antagonismo entre cultura y religión. Craso error, en mi concepto. Si nos atenemos al ámbito europeo, puede afirmarse que la cultura del viejo continente no podría comprenderse sin aceptar el papel preponderante del cristianismo en su construcción y progreso. Son tres los pilares sobre los que Europa se apoya: la cultura griega, el imperio romano y el cristianismo; este último supo asumir lo que Atenas y Roma legaron a la posteridad. Por ello, arrinconar al cristianismo es renunciar a nuestros orígenes, abominar de la historia de esta civilización.
El Crucifijo es, por ende, un símbolo que pregona amor, nada belicoso. La caridad es la bandera del cristiano. El Hombre-Dios que se mantiene con los brazos abiertos clavado en una cruz, está llamando a todos a la concordia y pretende acogernos con su abrazo. No puede ser semilla de disensión. Si, como presume el socialista Tomás y ratifica el republicano Tardá, caminamos hacia el secretismo de lo religioso, es de suponer que la Navidad y sus belenes, la Semana Santa y sus procesiones, romerías y fiestas cristianas, sean pronto un recuerdo. Al menos, dejaremos de soportar la hipocresía de las autoridades civiles agnósticas presidiendo actos que para ellos carecen de su real significado, son a lo más curiosas expresiones folclóricas. Un dato final. La campaña anti-crucifijo tiene un lamentable precedente. Hace tres años, la Junta de Andalucía ordenó su retirada del colegio San Juan de la Cruz de Baeza, a instancias del padre de un alumno. Uno no se explica cómo respetaron el nombre de la institución docente… Jaén, una vez más, en la crónica de sucesos.

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