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Arcos

“No he podido vivir del cante, pero vivo y sigo cantando”

“Claro. El flamenco se hereda. Y es verdad. Desde que mi padre falta yo he ocupado su lugar el Lunes Santo y le canto al Cristo”

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  • Antonio Soto.

Nos encontramos en el Ambulatorio de la Seguridad Social, cada uno con su historial médico en la mano, y hablamos de lo que hablan los hombres entre los cincuenta y cinco y los sesenta: de los triglicéridos, del nivel de azúcar, y de la manía que tienen ahora los médicos de mandar a los enfermos a andar, a bajar el colesterol a base de kilometraje. Allí concretamos una cita para hacer esta entrevista, donde hemos hablado de flamenco, pero también de otras cosas. Antonio Soto es un cantaor flamenco nacido en el barrio de San Francisco que vivió su infancia entre el Cucarro, la calle Tumba o la calle Joya. A unos pasos, por tanto, del "Alambique", ese templo del flamenco que derribamos cuando nos hicimos nuevos ricos y nos dio por avergonzarnos de todo lo viejo.

—¿Qué recuerda de aquellos años infantiles en un barrio tan flamenco?
—Yo estaba siempre con mi padre, escuchándolo cantar a él y a los otros cantaores de entonces. Yo también cantaba. Canto desde niño. Con doce años gané un concurso en el "Olivares Veas" y me dieron treinta duros.


—Hablando de dinero. Pepa Caro le hizo una entrevista hace años y usted le dijo que quería ser cantaor y vivir del cante. ¿Lo ha logrado?
—No. No vivo del cante. Pero canto. Sigo cantando.



—Y tanto. Precisamente este viernes, dos de agosto, participa usted en la Velada Flamenca de Las Nieves, todo un orgullo para un arcense. ¿No es así?
—Claro que sí. Y además canto en un mano a mano con Manolo "Cantarrana". Me gusta cantar con él porque es muy bueno. Me llevo muy bien con él.


—Es bueno llevarse bien con los compañeros. Pero ¿se llevan mal los flamencos de Arcos?
—Hay de todo, como en todas partes. Unas veces cara a cara, y otras por la espalda, nos criticamos unos a otros. Pero poquito.


—Su padre, Antonio Soto Barbadillo, fue un gran cantaor. Y un gran saetero. No faltaba ni un Lunes Santo a su cita con la hermandad de las Tres Caídas. En la plazoleta de las Aguas le cantaba siempre al Cristo. Desde que murió su padre usted ha tomado el relevo y le canta desde el mismo sitio. ¿El flamenco tiene mucho de herencia?
—Claro. El flamenco se hereda. Y es verdad. Desde que mi padre falta yo he ocupado su lugar el Lunes Santo. Le canto al Cristo desde el mismo sitio que él lo hacía.


—¿Quién es el cantaor más grande?
—Camarón. Para mí era el más grande. Yo lo seguía allá donde cantara. Me iba en una moto con mi amigo Paco, Francisco Gutiérrez Galvín, porque no me cansaba de escucharlo cantar. En Arcos, en el Polideportivo, lo vi cantar una noche, pero ya no era Camarón. Ya estaba molido por la droga.


—Y los cantaores jerezanos, ¿no le dicen nada?
—Hombre. Claro que sí. Es más, a mi me gusta mucho la bulería, el compás jerezano.


—Del Cucarro se viene usted a la Plaza del Cananeo, otro enclave flamenco. ¿Cómo es eso?
—Yo lleve una taberna en Las Callejas, conocida por la taberna del Águila. De allí me vine a la taberna del Cananeo. Yo quería un sitio donde se pudiera cantar y escuchar flamenco, un sitio emblemático para desarrollar mi arte y tener un trabajo donde ganarme la vida.


—En aquella taberna se intervino droga y usted fue condenado a pena de cárcel. Pasado el tiempo, cuando ya era otra persona, cuando sólo pensaba en criar a sus hijas, tuvo que ingresar en la cárcel. Se intentó el indulto pero no hubo manera. ¿Cómo se canta con los barrotes de hierro pegados a la cara?
—Estuve en la cárcel. Allí conocí a personas muy buenas, entre los presos y entre los funcionarios. "Agujeta", un cantaor jerezano que ya ha muerto, rodó allí una película en la que yo participé. En el Centro Penitenciario de Albolote participé en un concurso flamenco y grabé un cd. En la cárcel he cantado y he llorado acordándome de mis hijas. Allí fue donde escribí una letra que ahora canto por tangos: "Cuando salga de la cárcel/ yo me voy a hacer un hombre bueno,/  "pa" ayudar a mi familia/ porque son lo que más quiero".


—¿Y se ha hecho un hombre bueno?
—Claro que sí.


—La droga mata. Ha matado mucho. ¿Se canta mejor con droga?
—Qué va. Ahora es cuando yo canto bien. Cuando cantaba con droga no cantaba tan bien como ahora. Es un error.


—¿Qué le podemos decir entonces a los cantaores jóvenes, a los jóvenes en general?
—Pues que se dejen de droga, que el flamenco es memoria, y que la droga lo que hace es alejarnos de la memoria, de la fuente del cante. Como se canta bien es con una copa de fino, o con un vasito de tinto. No hace falta nada más.

Antonio Soto va a cantar en la Velada de las Nieves, para todos los arcenses. Va a "pelear" con Manolo Cantarrana, otro grande del flamenco. Sin duda su participación va a engrandecer esta Velada, una de las clásicas de los veranos flamencos de Andalucía. A Antonio se le puede ver por el barrio de San Pedro, con su moto, llevando de paquete a una de sus hijas, o un par de bolsas con la compra. También se le puede ver dando vueltas por la calles, porque el médico le ha mandado andar para bajar el nivel de azúcar.  Es un hombre bueno, que se ríe hasta cuando canta, que hace del cante una fiesta. Una fiesta que a veces nos hacer llorar, como cuando canta ese tango carcelero que arriba hemos copiado, o cuando un fandango de los suyos nos pone un nudo en la garganta.

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