Cuando nos afanamos en estar más cerca en una línea de acuerdos que identifique el sentir popular con el resultado de las últimas elecciones del 20D, pareciera que las matemáticas internas de los partidos, en la supuesta representación, vinieran a ser un quebradero de cabeza.
Ya no parece existir aquella ruta de ´urgencia social´ a la que se aludía hace días – no tantos – por algunos grupos políticos, enraizando, de abajo a arriba, las verdaderas prioridades de la sociedad aún sometida al procedimiento de recortes de esta última legislatura.
Se celebra próximamente el Día de Andalucía. Una tierra fértil donde las haya. Una cascada de creatividad que inunda por los cuatro costados la Comunidad más grande de nuestro país y la que históricamente, desde la transición, ha venido siendo gobernada por uno de estos partidos que hoy se sientan en las mesas de negociación de cara a una nueva legislatura.
A veces, un ápice de reflexión, podría alentar al razonamiento inductivo que propiciara la ordenación de nuestras ideas y, sobre todo, revitalizara estadísticas, cuyo resultado podría ser indicativo y esclarecedor del pasado más inmediato.
No es tiempo de estar aislados. Las fronteras como delimitación de responsabilidades administrativas y ordenación de la vida social y cultural de los pueblos podría tener el sentido natural que, al buen observador, le permitiera estar de acuerdo con ellas. Estas mismas fronteras tienden a ser otra cosa cuando las vallas muestran un sentimiento de insolidaridad y de rechazo ante las graves situaciones que nuestros congéneres sufren, en su mayoría ajenos por completo a las decisiones de quienes sufragan o alimentan conflictos de intolerables consecuencias.
Al igual que existe el ´ego´ personal, en una suerte de paralelismo más que imaginado, suele florecer a tenor de no se sabe muy bien que seña identitaria, el ´ego´ grupal, ya sea éste regional o nacional. Un espécimen inducido por una serie de consecuencias emanadas de las disposiciones, leyes e iniciativas sociales provenientes de los gobiernos, cuyos resultados afectan a la globalidad de la población y que suelen ser excusa del afianzamiento irracional de identidad y la exclusión privativa de quien no pertenece al barrio.
Hoy más que nunca, el sentimiento de solidaridad y equidad en el raciocinio debería imperar en las mentes de las personas de bien. Aquellas que, distanciadas de la comodidad de su circunstancial ´status´, sienten en la universalidad del ser humano el epicentro de toda comprensión filosófica, religiosa, humanística e histórica.
Lejos de aquella declarada herejía a la que el Santo Oficio recurriera para quitar del medio al eminente Galileo, acusado por las celosas reservas de los defensores de la teoría geocéntrica, su universalidad en el estudio de la realidad dio paso a una nueva era del conocimiento, asentando los cimientos de una verdad sistémicamente oprimida por los poderes de la época. Galileo Galilei, sirve como claro ejemplo del conflicto que se suele establecer entre el conocimiento (ciencia) y el sistema establecido (religión).
Todavía hoy, aquellos costos que nos recuerdan los grandes equívocos de la humanidad y la persecución de las mentes preclaras, parecen aflorar en un sinsentido giratorio de círculos concéntricos y en espiral descendente.
No hay idea, postulado, religión, etnia, color,… por encima de la propia naturaleza humana. No hay sigla que se anteponga a la justicia. Y es raro que haya justicia sin equidad.
La discriminación, es un disfraz de mil caras. Se esconde en cualquier rincón y suele aparecer casi a escondidas. Detrás están las fronteras, las islas, los aislados. Aquellos que llegan a Lesbos, día a día, agotados y huyendo de lo que nunca pretendieron en sus vidas: el sinsentido de quienes quieren, al igual que aquellos que defendían la tierra como centro del universo, convertir en su parcela de poder la vida de los demás.Los grandes descubrimientos que la astrología y correlacionadas implementan hoy día aquél principio telescópico del siglo XVI, evocan realidades que hacen corta la imaginación. Esa infinitud, podría servirnos de ejemplo para reconocer el minúsculo ´grano´ que es nuestro mundo en el galáctico sistema del que formamos parte. Sin embargo, seguimos empeñados en conformar territorios de notoria irracionalidad, islas en océanos de ingratitud, mares de distancia y sentimientos de identidad cuya naturaleza podría provenir de la precaria e irreconocible condición de aquellos principios ´geocéntricos´ que se escapan a todo raciocinio.
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