El poeta arcense José María Velázquez-Gaztelu Vecina vive en Madrid pero no es extraño verle por las calles de nuestro pueblo. El flamenco viene del Sur, como dice no sé qué proclama publicitaria, y el Sur lo llama con frecuencia para que venga por aquí a dar muestras de su erudición, de su flamencológico saber. En verano nos llama alguna noche para invitarnos en su casa a unos vinos, y alguna vez ha formado parte del jurado del Premio ‘Alcaraván’, junto con Pepa Caro o los hermanos Antonio y Carlos Murciano, el primero de ellos otra eminencia en el flamenco. Y en la poesía, claro.
En Facebook y esas cosas hemos seguido también las presentaciones de su libro “Viajes a la eternidad”, que le ha valido el Premio de Poesía ‘Fray Luis de León’. De todo eso hemos hablado para ustedes.
Con ‘Viajes de la eternidad’, Premio de Poesía ‘Fray Luis de León’, alarga usted una obra poética que comienza en 1967 con ‘La ceniza’. ¿Nos habla de su trayectoria poética?
—Mi trayectoria poética va paralela a mi ejecutoria personal. Publiqué mi primer poema con 15 años en una revista literaria de Sevilla y, a partir de ese momento, supe que mi vida y la poesía eran una misma cosa. Veo, siento, percibo y trato de crecer y evolucionar al mismo tiempo que va creciendo y evolucionando mi poesía.
¿Nos describe, a grandes rasgos, su poética, su visión íntima de este quehacer artístico?
—Suscribo la frase del gran pintor Antonio López cuando dice que “Explicar el arte me parece una imprudencia, es enseñar a otro cómo ver lo que en realidad es una incógnita”. Para mí un poema es un ejercicio de introspección, un viaje hacia el interior de mí mismo. Veo lo que me rodea desde dentro. Lo que después escribo es el resultado de esa indagación interna. Ahí es donde se cruzan imágenes, energías, recuerdos, impactos de muy distinta índole. Pero todo eso ocurre cuando logro penetrar hasta el fondo, en un ejercicio a veces complejo, en el que debo despojarme de todos lo avituallamientos mentales y emocionales cotidianos y penetrar en lo esencial. Y en esa dimensión es cuando se genera un universo a veces desconocido, una visión nueva donde descubro la palabra reveladora que intenta reflejar todo lo percibido. Trabajo en espacios inéditos, con signos y claves con los que no estaba familiarizado. Es un continuo descubrimiento para el que utilizo otros elementos de percepción.
Usted formó parte del grupo ‘Liza’, que surge en Arcos de la Frontera en los primeros años setenta. ¿Nos cuenta cómo brotó ese grupo poética en una ciudad tan poética como Arcos?
—Creo que el grupo poético Liza surge como consecuencia de un contexto creado por anteriores generaciones, como el grupo Alcaraván, con Julio Mariscal y Carlos y Antonio Murciano a la cabeza. Al fin y al cabo, y según mi opinión, Liza es una continuación de lo anterior, quizá con otros criterios y distinta mirada poética, pero siguiendo una tradición literaria muy arraigada entonces en Arcos. Por otro lado, Arcos, que aún no había sufrido el deterioro y el abandono al que ha estado sometido en estos últimos tiempos, era un lugar bello y atractivo, con un ambiente artístico muy vivo, donde te podías encontrar por las calles al escritor norteamericano Paul Hecht, a los pintores Carlos Sáenz de Tejada o Francisco Prieto, al poeta y académico Dámaso Alonso, al dramaturgo, poeta y cineasta francés Jean Cocteau, al antropólogo y documentalista Pío Caro Baroja, al actor Anthony Quinn, al fotógrafo Ramón Masats o al guitarrista clásico australiano John Williams. Todo el mundo quería venir a Arcos y eso creaba unas circunstancias favorables para el ejercicio de la poesía y del arte en general.
Pocas personas como usted conocen y aman el flamenco. Ahí están sus capítulos para Televisión Española de ‘Rito y Geografía del Cante’, de los que alguien dijo que eran el Museo del Prado del flamenco. ¿Cómo llega usted al flamenco¿ ¿Cuándo se convierte el flamenco en una pasión?
—Había vivido desde pequeño experiencias que me dejaron marcas difíciles de olvidar. No se trataba solo de imágenes y sentimientos, es decir, de factores relacionados con impactos visuales o sonoros, o con los movedizos terrenos del ámbito emocional, sino de algo que pertenecía a una dimensión profunda, más allá de la simbología y la metáfora. Fui el receptor de una vía de conocimiento a través del flamenco y de la música clásica, de donde se generaba una vigorosa energía. Estas circunstancias tenían la brevedad del relámpago, pero también la capacidad del deslumbramiento. Existieron unos sonidos que desde siempre habían ejercido sobre mí, más que una fascinación, una necesidad de descubrir sus significados. Yo fui iniciado en esos sonidos, que propiciaron mi búsqueda a edad temprana, y admitido de forma natural en los círculos íntimos de casas flamencas conocidas.
Cada vez que muere uno de los grandes, Agujetas, el Torta, la gente dice: “ya no hay cantaores como los de antes”. ¿Es verdad eso o el flamenco s renueva, como la poesía o la música?
—“Porque morir es natural”, dice el fandango. El flamenco es un arte vivo, una vieja tradición que se renueva cada día. Hoy, tanto en el baile como en el cante o la guitarra, existe una larga y excelente nómina de jóvenes, de gran altura artística y con una pujante y enérgica capacidad creativa.
Volviendo a su libro recientemente premiado, lo ha presentado usted en Cádiz, y en Jerez de la Frontera, en esta última localidad acompañado por el poeta José Manuel Caballero Bonald. ¿Nos habla de esas presentaciones?
—La primera fue en el Ateneo de Madrid, donde me presentó Luis García Montero. Las otras se celebraron en la Fundación Carlos Edmundo de Ory, del Centro Cultural Reina Sofía, de Cádiz, donde la presentación corrió a cargo de Jesús Fernández Palacios y José Ramón Ripoll, y la última, hasta ahora, en la Fundación Caballero Bonald, de Jerez, donde me presentó el propio José Manuel Caballero Bonald. Estas dos últimas fueron propiciadas por el Centro Andaluz de las Letras. No tengo palabras para agradecer a estos amigos su generosidad y los magníficos textos que escribieron acerca de mi obra.