El
padre David Gutiérrez asegura en la introducción del libro
Huellas de santidad en la Diócesis de Cádiz y Ceuta que ésta es tierra de santos. Recuerda que el 22 de octubre del Año Jubilar 2000 se inició
por primera vez en la historia de la Diócesis un proceso de beatificación, el de la
sierva de Dios Madre Antonia de Jesús, monja agustina recoleta, muerta con fama de santidad en Medina Sidonia en 1695 a los 83 años y fundadora de cuatro conventos de clausura, dos en la provincia, Medina y Chiclana. Pero
también aquí “vivieron y murieron hombres y mujeres que han alcanzado el grado máximo de la santidad, que gozan de la Gloria de Dios, interceden por nosotros y son modelos de vida para todos los creyentes”.
De todos ellos,
66, da buena cuenta
Francisco Glicerio Conde Mora, doctor por la Universidad CEU San Pablo de Madrid y profesor del CUE Salus Infirmorum de Cádiz, adscrito a la Universidad de Cádiz, y del Instituto de Ciencias Religiosas a Distancias de la Universidad Eclesiástica de San Dámaso, donde importe las asignaturas de Historia de la Iglesia Antigua y Medieval e Historia de la Iglesia Moderna y Contemporánea, en una publicación empeño del obispo,
Rafael Zornoza, que se presenta el
próximo 31 de marzo, a las 11.30 horas, en el Obispado.
El compendio de vidas y obras de
santos, beatos y siervos de Dios de probada santidad que a lo largo de su existencia pasaron por estas tierras a ambos lados del Estrecho de Gibraltar arranca con
uno de los Siete Santos Varones, en tiempos del Imperio Romano,
San Hiscio, que fue el primer obispo del Episcopologio, cuya sede se encontraba entonces en la antigua Cartaya, en el término municipal de San Roque.
Destacan, asimismo,
San Daniel, Patrono de Ceuta y martirizado en el siglo XIII, durante el medievo. En los siglos posteriores, las Diócesis de Cádiz y Ceuta, unidas desde 1879 bajo un mismo Prelado, fueron punto de partida de muchos misioneros de América, África, Asia y Oceanía. Entre ellos, Glicerio Conde Mora se refiere a
San Fray Junípero Serra, franciscano nacido en Petra, Islas Baleares, en 1713, que inició la evangelización de Alta California; o
San José María Díaz Sanjurjo, lucense, nacido en 1818, enviado a Cádiz desde el Colegio de Ocaña, donde tomó el hábito de Santo Domingo, para que embarcase en la misión que debía partir en 1843 para Filipinas.
El autor detalla su labor en el confín del mundo y cómo, apresado por los mandarines, fue decapitado. “Expuesta su cabeza en un cesto, según costumbre, la arrojaron al río con grades precauciones a fin de que no pudiese ser rescatada por los cristianos. No lo permitió el Señorque lograsen su impío propósito, si bien lo consiguieron con el venerable cadáver, que nunca pudo ser rescatado”, relata. Y concluye que
la cabeza del santo mártir fue llevada al convento de Santo Domingo de Ocaña, “donde es voz común que a través de esa santa reliquia el Señor ha obrado prodigios y curaciones milagrosas, una de ellas autenticada por la curia arzobispal de Toledo”. En la Catedral Vieja de Cádiz, apunta Glicerio Conde Mora,
hay un azulejo que recuerda su ordenación.
El libro destina espacio para los
mártires de la II República y la Guerra Civil (Beato José Blanco Salgado, Beato Luis de Echevarría, Beato Antonio Pancorbo López y Beato Manuel Fernández Ferro) y hasta para un Papa,
San Juan XXIII, quien, tras la II Guerra Mundial, siendo nuncio de París, recorrió las tierras de nuestra diócesis solo tres años antes de ser designado como sucesor de Pedro. La publicación recoge el testimonio de Gabriel León Castillo, que describe al prelado en su encuentro en el Santuario de Nuestra Señora de África como
“corpulento, con sombrero y hablando una mezcla de latín, español, francés, italiano”.
Glicerio Conde Mora se detiene en el
Siervo de Dios Ángel Herrera Oria (1886-1968), presidente de la Asociación Católica de Jóvenes Propagandistas Católicos y fundador de San Pablo CEU, y José María Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, que frecuentaba especialmente Jerez y visitó las Carmelitas Descalzas en 1972.
Pero el autor, isleño, admite sentir especial predilección por
San Servando y San Germán, patronos de Cádiz y su diócesis, hermanos oriundos de Augusta Emérita, legionarios, martirizados alrededor del año 305 en el conventus Gaditanus, probablemente en los alrededores de la actual Cádiz, según la leyenda, en los terrenos de la Ermita del Cerro de los Mártires, en San Fernando, tras ser delatados por sus compañeros de armas como cristianos.
Y también reconoce un mayor fervor por
San Juan de Dios, patrono de la enfermería (1495-1550), que recaló en Gibraltar en torno a 1534 para embarcar hacia la ciudad de Ceuta y falleció de una pulmonía a consecuencia de haberse tirado al Genil, en Granada, para salvar a un joven que, aprovechando la crecida del río, había ido a recoger leña y había caído en las aguas.