El valor de lo sólido

Publicado: 07/03/2025
El hombre está asimilando el nuevo orden y no es fácil para él tras milenios siendo el sexo dominante, el rey de la selva
“Soy egoísta, impaciente y un poco insegura. Cometo errores, pierdo el control y a veces soy difícil de lidiar. Pero si no puedes lidiar conmigo en mi peor momento, definitivamente no me mereces en el mejor”Marilyn Monroe.

Teóricos del amor aseguran que las mujeres, al menos en un elevado porcentaje, se enamoran partiendo del principio de la admiración. Buscan en un hombre, atravesado el umbral que representa un previo chequeo visual de mínimos básicos, una referencia sobre la que aposentar su admiración y, en este sentido, una cierta altura intelectual es lo habitual. Mientras, el hombre tendría -y generalizar es bastante incorrecto- otras prioridades en la mujer de su vida como la dulzura que de ella emane, un carácter plácido, su grácil contorno o sus dotes maternos porque, ancestralmente, ya ha tiene suficiente con admirarse a sí mismo. Otros teóricos aseguran que los roles están cambiando y que como las capacidades de la mujer han crecido exponencialmente en las últimas décadas para revertir en mujeres empoderadas, más seguras de sí mismas, laboralmente independientes y de unas capacidades personales e intelectuales superiores y dado que, en esto insisten, continúan enamorándose por admiración, han elevado el listón para optar a un grupo cada vez más reducido de hombres que cumplen estos requisitos y las puedan enamorar. Este grupo de hombres reducido, a su vez y por una mera cuestión de porcentajes matemáticos, opta a un grupo cada vez más grande de mujeres a las que enamorar, lo que viene a ser un nirvana para este, llamémosle, Varon Dandy.

Fruto de lo cual se da la paradoja de un cada vez más elevado porcentaje de mujeres que en plena flor de la vida, seguras de sí mismas, sexualmente activas e independientes, conocedoras en todo momento de lo que quieren y -fundamentalmente- de lo que no, eligen la soltería, entre otras razones porque no encuentran hombres admirables y les renta más estar solas e incluso ser madres solteras que la idea anticuada de mantener una relación de pareja pese a que ésta deje bastante que desear. Viene al caso por cómo están evolucionando las relaciones entre hombres y mujeres ante este nuevo 8M, Día Internacional de la Mujer, ese ser vivo admirable que cuando eleva su figura a la máxima expresión mental y corpórea corona -sin duda- la cúspide de toda la genética viva del planeta tierra. Y ni el más admirable de los señores hombres puede con este ser gatuno, sublime. Esa mujer de genética fina, terriblemente fuerte en su frágil apariencia, con todas sus armas engrasadas -Coco Chanel“Si te sientes triste, ponte más pintalabios y ataca”-.

Eso es una cosa, otra elevar los géneros por encima de las personas y hora va siendo de que avancemos de casilla e, iguales como somos, elevemos a las personas por encima de los géneros. Mérito y capacidad por encima de sexo, del que sea. No se le puede exigir a un hombre que sea feminista, sí que defienda los derechos de las mujeres al mismo nivel que lo hace con los de los hombres, pero no que se haga feminista. Tampoco es razonable ni justo que si defiende los derechos del hombre, el rol del hombre, la estética básica en su concepto esencial de lo que viene siendo un tío se le considere, por ello, machista, esa palabra que abarca tanto y que tanto gusta usar a las hordas feministas extremas a las que da placer manifestarse con los pechos al aire u ondear banderas mostrando vaginas, lo cual es un horror en todos los sentidos.

Un hombre, por tanto, no puede ser feminista como una mujer no puede ser machista; todos recordamos a madres y abuelas educadas en aquel rancio machismo antiguo y cómo ellas participaban de él, creían en él, habían crecido en él, siendo, a pesar de ello, mujeres absolutamente maravillosas. Entregadas, bondadosas, serviciales, el eje esencial de las familias y, de hecho, pese a ese machismo brutal de entonces, la madre siempre fue la tuerca vital que lo engranaba todo. Hoy, por fortuna, las mujeres son otra cosa, son mucho más, brillan en todo su esplendor en las universidades, repleta de chicas ávidas por conquistar el mundo formándose de manera excelsa y sacando las mejores notas cada año, mostrando su capacidad y su esfuerzo por ser más. Compiten de tú a tú con el hombre en todo y ganan en mucho, lo cual genera un ser humano que evoluciona hacia generaciones cada vez mejor cultivadas. En todos los sentidos.

El hombre está asimilando el nuevo orden y no es fácil para él tras milenios siendo el sexo dominante, el rey de la selva. Aún ocupa los mejores puestos y su acceso al mundo laboral es más fácil, mejor remunerado, también es cierto que su capacidad de trabajo y sus dotes de mando son elevadas y, en este sentido, tampoco es justo minimizar lo masculino bajo el criterio de compensar. Compensar es una palabra necesaria e injusta. De todo hay en la viña del señor, bueno y malo y son las personas y su mérito y capacidad –o desmérito e incapacidad- las que deben regir el proceso igualitario entre los géneros y es hacia ahí donde todos, juntos, vamos. Aunque la verdadera igualdad, como Estelle Ramey acertadamente apunta, será cuando “una mujer tonta pueda llegar tan lejos como hoy llega un hombre tonto”. Y esto no es así, para que una mujer destaque debe ser ágil, lista, trabajadora y una atleta en el difícil arte de la conciliación, mientras que de idiotas-hombres en la primera fila de todo están los telediarios llenos.

En un mundo cada día más tecnológico en el que imperan anglicismos, las redes sociales, la era digital, el metaverso y la ahora tan de moda inteligencia artificial, el valor más sólido siguen siendo las relaciones entre las personas. Un estudio realizado en Harvard durante 86 años y publicado hace bien poco sobre Desarrollo Adulto monitoreaba periódicamente a un grupo de 700 personas sobre su estado físico, mental y emocional y en su conclusión hace especial hincapié en una cuestión común: el arrepentimiento. Y dice: “Cuando miras hacia atrás en tu vida, ¿qué es lo que más lamentas?”. Y no haber pasado suficiente tiempo con las personas importantes en sus vidas es el lamento más común. “Nadie en su lecho de muerte –apunta- desea haber pasado más tiempo en la oficina”. Qué no daríamos hoy por unas horas con alguno de nuestros añorados muertos.

Lo sólido son las relaciones personales, hombres y mujeres, mujeres y hombres, su engranaje, la sinceridad bien entendida -que tampoco se trata de estar todo el rato siendo del todo transparente, algo hay que guardarse-, el valor de lo pequeño, del instante, de la palabra y del tacto, de la mujer hecha madre, de la mujer que ama e inquieta se agita porque se sabe poderosa y dueña de su destino. “Si obedeces todas las reglas, te perderás toda la diversión”Hepburn, Katharine.

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